*Una Europa potència*, Emmanuel Macron, (I/II)

 

25 de abril de 2024 • legrandcontinent

Construir un nuevo paradigma europeo. El discurso completo de Emmanuel Macron en la Sorbona

«Debemos ser lúcidos sobre el hecho de que nuestra Europa, hoy, es mortal. Puede morir. Puede morir, y eso depende únicamente de nuestras decisiones.»

Publicamos la versión íntegra del discurso del Presidente de la República Francesa, en todas las lenguas de la revista.

Siete años después de su discurso de 2017, Emmanuel Macron volvió al Gran Anfiteatro de la Sorbona para pronunciar un largo discurso. Con más de 100.000 signos confiados al Grand Continent y algo menos de hora y cincuenta minutos de intervención, esta toma de posición es la expresión más completa de las opiniones del presidente francés sobre las cuestiones europeas. «Aquí mismo, en la Sorbona, Ernest Renan se preguntaba qué era una nación. Y ha llegado el momento de que Europa se pregunte en qué quiere convertirse.»

 

UNE EUROPE PUISSANCE


Señor Primer Ministro, Señora Presidenta de la Asamblea Nacional, Señoras y Señores Ministros, Señoras Primeras Ministras, Señor Comisario Europeo, Señoras y Señores Diputados, Señoras y Señores Diputados Europeos, Señor Fiscal General, Jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas, Señor Prefecto de Región, Señora Alcaldesa, Señor Rector,  Señoras y Señores Embajadores,

Señoras y Señores, 

Siete años después del discurso de la Sorbona, he querido venir aquí, a este mismo lugar, para renovar el hilo de nuestros logros y hablar de nuestro futuro. Nuestro futuro europeo, pero por definición el futuro de Francia. Son inseparables.

Aquí mismo, en septiembre de 2017, dije que nuestra Europa demasiado a menudo ya no quería, ya no proponía, por cansancio o conformismo. Y el espíritu europeo se dejaba en manos de quienes lo atacaban. 

Proponíamos construir una Europa más unida, más soberana, más democrática.

Más unida para tener peso frente a las otras potencias y las transiciones del siglo.

Más soberana para que su destino, sus valores y su modo de vida no le sean impuestos por otros.

Más democrática, porque Europa es la cuna de la democracia liberal, donde los pueblos deciden por sí mismos.

En aquel momento me fijé un plazo de siete años. Y aquí estamos. No lo hemos conseguido todo, y tenemos que ser lúcidos, sobre todo cuando quise hacer nuestra Europa más democrática. Hay que decir que los progresos en este ámbito han sido limitados, a veces por la reticencia a cambiar los tratados, a cambiar nuestras reglas, a cambiar nuestra organización colectiva, y aunque ha habido algunas innovaciones en este ámbito, una gran convención y debates, no hemos ido suficientemente lejos. Pero ha habido algunos éxitos, sobre todo en términos de unidad y soberanía, algo que no podía darse por sentado.  

Europa ha atravesado crisis también inéditas durante este periodo.

El Brexit, por supuesto, una deflagración cuyos efectos deletéreos hemos visto desde entonces y que ha hecho, como he visto, que hoy nadie se atreva a proponer salir ni de Europa ni del euro.

La pandemia mundial, el regreso repentino de la muerte a nuestras vidas. La guerra en Ucrania, el regreso de lo trágico a la vida cotidiana y un riesgo existencial en nuestro continente.

Pero a pesar de todo ello, y con el telón de fondo de la aceleración de las transiciones medioambiental y tecnológica de los últimos años, que están cambiando profundamente las cartas de nuestra forma de vivir y de producir, nuestra Europa ha decidido, ha avanzado. Y este concepto de soberanía, que hace siete años podía parecer muy francés, se ha ido convirtiendo poco a poco en europeo. Y a pesar de esta combinación de crisis sin precedentes, pocas veces Europa ha progresado tanto, fruto de nuestro trabajo colectivo. Y esto se ha logrado gracias a una serie de pasos —que considero históricos— que hemos dado en los últimos años.

En primer lugar, la elección de la unidad financiera para salir de la pandemia. Me gustaría recordarlo porque, obviamente, no se dijo nada sobre este tema antes de que llegara la pandemia, pero cuando nosotros, los franceses, propusimos una capacidad de endeudamiento común, se nos dijo: «gran idea francesa, maravillosa, pero nunca sucederá». Pues bien, en primer lugar, fuimos capaces de reunir un acuerdo franco-alemán pocas semanas después de que estallara la pandemia. Luego lo llevamos a Europa para recaudar 800.000 millones de euros.

Este paso hacia el endeudamiento conjunto fue lo que el entonces Ministro de Finanzas Scholz, que más tarde sería Canciller, llamó con razón un momento «hamiltoniano». Pero fue una opción por una Europa unida, cuyas consecuencias directas hemos visto en todas partes, en nuestros departamentos, en nuestros municipios. Gracias a lo que hemos hecho como europeos, hemos podido poner en marcha proyectos de recuperación y apoyar a nuestras empresas, y las PYME de todo nuestro país han podido recoger los frutos.

La segunda opción decisiva fue la de la unidad estratégica en cuestiones que hasta entonces habían sido responsabilidad exclusiva de las naciones.

La salud. El Comisario Breton está aquí, lo recuerda, él dirigió con la Presidenta de la Comisión y su colega encargada de la Salud una política que no existía, que no estaba prevista en los textos: producir vacunas en Europa, asegurar su suministro y distribuirlas por toda Europa —lo hicimos—.

Y si Francia pudo vacunar desde principios de 2021, es gracias a este reflejo europeo y a esta capacidad de construir una política que no existía en nuestros textos. No producíamos la vacuna en nuestro propio suelo. Los franceses deberíamos tener la humildad de reconocerlo. Es gracias a Europa y a este arrebato que pudimos avanzar.

Lo mismo ocurre con la energía: ¿quién iba a pensar que podríamos deshacernos tan rápidamente de nuestra dependencia a los hidrocarburos rusos, comprar juntos y reformar nuestro mercado eléctrico?

Y en defensa: ¿quién habría apostado por la unidad europea desde el primer día de la agresión rusa en Ucrania y por el apoyo militar masivo de la Unión Europea?

Lo hicimos.

El tercer paso decisivo de los últimos años es que hemos empezado a sentar las bases de una mayor soberanía tecnológica e industrial. Ninguna otra región del mundo que Europa habría aceptado tanto como nosotros depender de otros para productos vitales y componentes esenciales. En 2018, lanzamos una iniciativa con Alemania para apoyar nuestra industria de baterías, que posteriormente se amplió al hidrógeno, la electrónica y la sanidad. 

También hemos puesto en marcha grandes proyectos con Alemania, como el tanque del futuro y el sistema de combate aéreo del futuro. Y con nuestros amigos holandeses, en submarinos, también iniciativas estructurantes. 

Pero desde el momento de la pandemia, y sobre todo desde las primeras semanas después de la agresión rusa contra Ucrania, en la cumbre de Versalles construimos una verdadera estrategia de autonomía. 

Sí, esta autonomía estratégica de la que hablábamos entonces, asumiendo este concepto como europeos, es esta opción de poner fin a nuestra dependencia estratégica en sectores clave, desde los semiconductores hasta las materias primas críticas. Se adoptaron textos europeos, se adoptó una política de inversión, de seguridad y de deslocalización. Esto no tenía precedentes en nuestra historia contemporánea. En los últimos siete años, Europa ha empezado a salir de su ingenuidad, por así decirlo, tecnológica e industrial. También ha empezado a corregir su política comercial, aunque en este tema —y volveré sobre ello— estamos, en mi opinión, sólo a mitad de camino.

 

El cuarto paso decisivo que hemos dado en los últimos años es que hemos tomado la decisión fundamental y, creo, única, de pensar, preparar y planificar los grandes retos de Europa. Hemos oído muchas críticas, en particular al Green Deal. Pido disculpas por este anglicismo en este lugar. Pero Europa es el único espacio político del mundo que ha planificado sus transiciones. Y al adoptar directivas sobre tecnología digital, que nos permiten regular tanto el contenido como el mercado, y al adoptar un texto que nos permite sentar las bases de nuestra transición energética y, en cierto modo, construir la coherencia de nuestra política en Europa en relación con nuestros compromisos internacionales, hemos hecho una elección transparente.

Ahora sólo nos queda dar la flexibilidad necesaria para aplicarla en cada país y, sobre todo, la política de inversiones que la acompaña. Pero hemos puesto en marcha un plan europeo para estas transiciones, mientras que en el resto del mundo, las grandes potencias han asumido compromisos pero no han empezado a explicar cómo van a cumplirlos. Estos son los cimientos que necesitamos ver como hitos estables. Y volveré más adelante sobre la cuestión de cómo vincularlos para que sean compatibles con una política de crecimiento, pleno empleo y desarrollo industrial.

El quinto paso decisivo dado el año pasado es que Europa ha empezado a reafirmar claramente la existencia de sus fronteras. Europa es una idea generosa, fundada sobre la libre circulación de personas y mercancías. A veces se había olvidado de responsabilizarse y proteger sus fronteras exteriores, no como fortalezas estancas, sino como límites entre un dentro y un fuera. No puede haber soberanía sin fronteras. Y así, a pesar de las divisiones que habían bloqueado nuestros avances en este ámbito durante casi diez años, hemos elaborado, en particular durante la Presidencia francesa, un primer acuerdo sobre asilo y migración que acaba de adoptarse, y quiero dar las gracias a todos los que lo han hecho posible. Este acuerdo permite, por primera vez, mejorar el control de nuestras fronteras, introduciendo procedimientos sistemáticos obligatorios de registro y control en nuestras fronteras exteriores, identificar a los que pueden optar a la protección internacional y a los que tendrán que regresar a su país de origen, y mejorar las cooperaciones dentro de Europa. Este es un logro esencial de los últimos años.

El sexto avance es que hemos empezado a replantearnos nuestra geografía dentro de los límites de nuestra vecindad. Europa se piensa ahora a sí misma como un todo coherente tras la agresión rusa, afirmando que Ucrania y Moldavia forman parte de nuestra familia europea y están destinadas a incorporarse a la Unión cuando llegue el momento, al igual que los Balcanes Occidentales. Como dije el año pasado en Bratislava, nos corresponde a nosotros garantizar su firme anclaje en Europa, apoyar las reformas necesarias desde ahora para prepararles a este camino, que sólo podrá existir si integran el acervo comunitario, y reformar paralelamente nuestra Unión, que sólo podrá ampliarse si se reforma a fondo y se simplifica.

Por primera vez, hemos pensado también nuestros vínculos con todos a escala continental, con la Comunidad Política Europea. Esta iniciativa, que propusimos en mayo de 2022, permite precisamente superar el marco de los 27 y pensar nuestra Europa desde nuestros amigos británicos hasta Noruega y los Balcanes Occidentales, y empezar a construir cooperaciones concretas a escala continental, en una malla que es geográficamente significativa.

Desde 2017, todo esto ha sido posible gracias al compromiso y la acción de muchas personas presentes hoy en esta sala. Quisiera rendir homenaje al trabajo de los sucesivos ministros, de los departamentos gubernamentales y de todos los equipos que han hecho posible el éxito de la Presidencia francesa de la Unión en el primer semestre de 2022, pero también quisiera dar las gracias a todos mis colegas europeos que han apoyado esta ambición. A nuestros diputados al Parlamento Europeo que votaron a favor y al duro trabajo de la Comisión durante los últimos años. Se trata de un esfuerzo colectivo que acabo de esbozar aquí, pero que ha hecho que este concepto de soberanía, que parecía extraño, haya ido calando poco a poco y que, sí, Europa haya estado a la altura de estos retos en los últimos siete años. Y lo hemos hecho con un método sin duda diferente, que no ha sido sólo el de Bruselas, si se me permite la expresión.

Durante mi primer mandato he querido visitar todas las capitales europeas, todas sin excepción. Y también hemos establecido vínculos especiales, reforzando nuestros lazos con Alemania a través del Tratado de Aquisgrán, con Italia a través del Tratado del Quirinal, con España a través del Tratado de Barcelona y mañana con Polonia, también a través de un nuevo tratado. Desplegando una política entre iguales, volviendo a comprometernos con nuestros socios de Europa Central y Oriental, permitiéndonos también entablar un nuevo diálogo y pasar del formato de Weimar al de MED9, intentando que esta geografía, si se me permite decirlo, múltiple, que crea simpatías y afinidades particulares dentro de esta Europa, pero que de un paso a otro le permite avanzar. 

Sí, hemos hecho mucho en los últimos años. Entonces, sin esta acción, sin este avance hacia la soberanía y la unidad europeas, habríamos sido sin duda superados por la Historia. Además, si hubiéramos reaccionado como en el momento de la crisis financiera, la situación habría sido dramática. Afrontamos la crisis financiera divididos y con poca soberanía. Por eso tardamos, me atrevería a decir, cuatro o cinco años en resolverla, cuando en Estados Unidos, donde se originó, se resolvió en menos de un año. Hemos reaccionado con rapidez y unidad a las crisis que hemos vivido, lo que significa que hoy podemos estar juntos y estar aquí.

Pero, ¿es eso suficiente? ¿Puedo venir con un discurso de satisfecit diciendo: «Ya está, lo hemos hecho todo bien, estupendo, Europa es fuerte. Sigamos adelante»? Debemos ser lo suficientemente clarividentes y honestos para reconocer que la batalla aún no está ganada, ni mucho menos, y que al mirar hacia la próxima década, porque ese es el horizonte que debemos aprovechar, existe un enorme riesgo de que nos debilitemos o incluso quedemos relegados. Porque nos encontramos en un momento sin precedentes de agitación en el mundo, de aceleración de grandes transformaciones.

Mi mensaje de hoy es sencillo. Paul Valéry decía al final de la Primera Guerra Mundial que ahora sabíamos que nuestras civilizaciones eran mortales. Debemos ser lúcidos sobre el hecho de que nuestra Europa actual es mortal. Puede morir. Puede morir, y eso depende únicamente de nuestras decisiones. Pero estas decisiones deben tomarse ahora.

Porque la cuestión de la paz y la guerra en nuestro continente, y de nuestra capacidad para garantizar o no nuestra seguridad, se decide hoy. Porque las grandes transformaciones, las de la transición digital, las de la inteligencia artificial y las del medio ambiente y la descarbonización, se juegan ahora, y la reasignación de los factores de producción se juega ahora. Y la cuestión de si Europa será o no una potencia de innovación, investigación y producción se juega ahora. Porque el ataque a las democracias liberales, a nuestros valores, a –lo digo en este lugar del conocimiento– lo que constituye la base misma de la civilización europea, una cierta relación con la libertad, la justicia y el conocimiento, se está produciendo ahora o no.

Sí, estamos en un punto de inflexión, y nuestra Europa es mortal. Simplemente depende de nosotros. Y esto se basa en algunas observaciones muy sencillas para subrayar la gravedad de lo que digo.

En primer lugar, no estamos armados para afrontar el riesgo al que nos enfrentamos. A pesar de todo lo que hemos hecho y que acabo de mencionar, nos enfrentamos a un reto crucial en términos de ritmo y modelo. Hemos empezado a despertar. La propia Francia ha duplicado su presupuesto de defensa. Estamos en vías de hacerlo con esta segunda ley de programación militar. Pero a escala continental, este despertar sigue siendo demasiado lento, demasiado débil frente al rearme generalizado del mundo y su aceleración. 

La tensión sino-estadounidense ha provocado un aumento del gasto armamentístico, de la innovación tecnológica y de la expansión de las capacidades militares. Ahora tenemos potencias regionales desinhibidas que también están demostrando sus capacidades. Rusia e Irán, por citar sólo dos. Europa se encuentra en una situación de cerco, empujada por muchas de estas potencias en sus fronteras y a veces dentro de ella. Sí, hoy seguimos siendo demasiado lentos, poco ambiciosos ante la realidad de este movimiento, y en un contexto, hay que mirarlo, sean cuales sean los plazos por venir.

Los Estados Unidos de América tienen dos prioridades. Los Estados Unidos de América en primer lugar, y eso es legítimo, y luego la cuestión china. Y la cuestión europea no es una prioridad geopolítica para los próximos años y décadas, sea cual sea la fuerza de nuestra alianza y la suerte de tener una administración muy comprometida con el conflicto ucraniano. Así que sí, la época en que Europa compraba su energía y sus fertilizantes a Rusia, tenía su producción en China y delegaba su seguridad en Estados Unidos ha terminado.

Hemos iniciado cambios profundos. Pero no estamos en la misma escala porque las reglas del juego han cambiado. Y porque el hecho mismo de que la guerra haya vuelto a suelo europeo, pero que la libre una potencia con armas nucleares, lo cambia todo. Porque el mero hecho de que Irán esté a punto de adquirir armas nucleares lo cambia todo. Ese es el primer cambio en las reglas.

El segundo es que, en términos económicos, nuestro modelo, tal como está concebido hoy, ya no es sostenible, porque queremos legítimamente tenerlo todo, pero ya no encaja. Claro que queremos prestaciones sociales, y tenemos el modelo social y solidario más generoso del mundo. Esto es una fortaleza. Queremos el clima, con energía descarbonizada, como decía, pero somos la única zona geográfica que ha adoptado las reglas para lograrlo. Los demás no avanzan al mismo ritmo.

Queremos un comercio que nos beneficie, pero con varios otros que están empezando a cambiar las reglas del juego, que están subvencionando en exceso, desde China a Estados Unidos de América. No podemos tener de forma sostenible las normas medioambientales y sociales más exigentes, invertir menos que nuestros competidores, tener una política comercial más ingenua que ellos y pensar que seguiremos creando empleo. Eso ya no funciona.

Así que el riesgo es que Europa se quede atrás. Ya estamos empezando a verlo, a pesar de todos nuestros esfuerzos. El producto interior bruto per cápita de Estados Unidos aumentó casi un 60% entre 1993 y 2022. El de Europa ha crecido menos del 30%. Esto fue incluso antes de que Estados Unidos aprobara la Ley de Reducción de la Inflación, una política masiva para atraer a nuestras industrias y subvencionar todas las industrias y tecnologías verdes. Así que el reto al que nos enfrentamos hoy es avanzar mucho más rápido y revisar nuestro modelo de crecimiento. Porque aquí también han cambiado las reglas del juego, y lo han hecho de forma sencilla. Las dos principales potencias internacionales han decidido dejar de respetar las reglas del comercio. Lo digo en términos muy sencillos, pero esa es la realidad desde la Ley de Reducción de la Inflación. Durante los últimos veinte años, todos hemos estado diciendo colectivamente: vamos a integrar a China en la OMC y nuestro objetivo es que, básicamente, la segunda potencia comercial y económica siga nuestras reglas. Era como si la mayor economía del mundo hubiera decidido de repente que iba a hacer lo mismo. Y eso es lo que ha ocurrido. Así que ya no podemos cumplir nuestros objetivos. El riesgo es, obviamente, nuestro empobrecimiento. El empobrecimiento es dramático para un continente como el nuestro, que además tiene el modelo social más exigente y que más se lleva de la riqueza que produce.

La tercera constatación, que subraya la importancia del momento que vivimos, es la batalla cultural, la de los imaginarios, de los relatos, de los valores, que es cada vez más delicada. Durante mucho tiempo pensamos que nuestro modelo era irresistible, que la democracia se extendía, que los derechos humanos progresaban, que el soft power europeo triunfaba. Así que la democracia sigue siendo atractiva para mucha gente en todo el mundo. Pero veamos las cosas con lucidez. 

Nuestra democracia liberal es cada vez más criticada, con argumentos falsos, con una especie de inversión de valores, porque dejamos que ocurran cosas, porque somos vulnerables. En todas partes, en nuestra Europa, nuestros valores y nuestra cultura están amenazados, amenazados porque se cuestionan los fundamentos en la creencia de que los enfoques autoritarios serían de algún modo más eficaces o atractivos, amenazados también porque nuestros sueños y nuestras narrativas son cada vez menos europeos. En todas partes, el contenido al que están expuestos nuestros niños y adolescentes es cada vez más estadounidense o asiático, parte de la irrupción digital que está ocupando nuestras vidas y a la que volveré dentro de un momento.

Por lo tanto, sí, nuestra Europa ve cada vez más cuestionada su capacidad de atracción por su modelo político, con, en mi opinión, muchas malas razones y falsos argumentos. Sobre todo, es mucho menos poderosa en su capacidad de producir grandes narrativas. Hay grandes narrativas que hacen soñar al planeta, y éste consume cada vez más las narrativas producidas en otros lugares. Esto significa que no podemos construir el futuro. Y son estas tres observaciones —esta observación geopolítica y de seguridad, esta observación económica y esta observación cultural e intelectual— las que nos llevan a decir hoy que, básicamente, la cuestión de nuestra soberanía, en términos de su propio contenido, es aún más importante hoy que ayer.

Pero, ¿qué significa ser soberano en este vuelco del mundo? ¿Qué significa ser soberano cuando les digo que Europa podría morir? Significa que tenemos que responder a estos tres desafíos del tiempo, a esta aceleración de la historia, a su dramatización.

Así que la solución reside en nuestra capacidad —porque las reglas del juego han cambiado en cada uno de estos puntos— de tomar decisiones estratégicas masivas, de asumir cambios de paradigma y, básicamente, de responder con poder, prosperidad y humanismo. Y es sobre estos tres puntos sobre los que me gustaría volver hoy. Creo que es a través del poder, la prosperidad y el humanismo como podemos dar sustancia, por así decirlo, a esta soberanía europea y permitir que Europa sea un continente que no desaparezca, un proyecto político que se mantenga en este mundo y en este momento en que está más amenazado que nunca.

I. La Europa potencia

La Europa potencia es simple, es una Europa que se hace respetar y que garantiza su propia seguridad. Es una Europa que acepta que tiene fronteras y las protege. Es una Europa que ve los riesgos a los que se enfrenta y se prepara para ellos. Para lograrlo, tenemos que salir de una especie de minoría estratégica. ¿Por qué? Porque, implícitamente, así es como nos veíamos a nosotros mismos. Al final de la Segunda Guerra Mundial, muchos países europeos habían acordado —y a menudo se les impuso— delegar su seguridad en otros porque no queríamos que se rearmaran demasiado deprisa. Y, como decía antes, habíamos delegado todo lo que es estratégico en nuestro mundo: nuestra energía a Rusia, nuestra seguridad a varios de nuestros socios: no  Francia, pero sí varios a Estados Unidos, y perspectivas igualmente críticas a China. Debemos recuperarlos. En eso consiste la autonomía estratégica.

A. Cambiar de escala sobre la defensa

Y en primer lugar, cambiando de escala en términos de defensa. La principal amenaza para la seguridad europea en la actualidad es, obviamente, la guerra en Ucrania. La condición sine qua non para nuestra seguridad es que Rusia no gane la guerra de agresión que está librando contra Ucrania. Esto es esencial. Por eso hicimos bien, desde el principio, en sancionar a Rusia, en ayudar a los ucranianos y en seguir haciéndolo, en tener la suerte de contar con los estadounidenses para ello y en aumentar constantemente nuestra ayuda y nuestro apoyo.

Sencillamente, acepto plenamente la decisión que tomé en París el 26 de febrero de reintroducir la ambigüedad estratégica. ¿Por qué? Nos enfrentamos a una potencia que ha perdido sus inhibiciones, que ha atacado a un país europeo, pero que ya no está implicada en una operación especial y ya no quiere decirnos cuáles son sus límites. ¿Por qué tenemos que decir cada mañana cuáles son nuestros límites estratégicos? 

Si decimos que Ucrania es un requisito previo para nuestra seguridad, entonces lo que está en juego en Ucrania no es sólo la soberanía y la integridad territorial de este país clave, sino la seguridad de los europeos. ¿Tenemos algún límite? No. Y por eso debemos ser creíbles, disuadir, estar presentes y continuar el esfuerzo. 

Pero esta guerra, en la que está implicada una potencia nuclear que utiliza las armas nucleares en su retórica, no es sin duda más que la primera cara de las tensiones geopolíticas con las que Europa debe aprender a vivir. Por eso estamos viviendo un cambio muy profundo en materia de seguridad. Los acontecimientos más recientes han demostrado la importancia de las defensas antimisiles y de las capacidades de ataque profundo, esenciales para la alerta estratégica y la gestión de la escalada frente a adversarios desinhibidos.

Por eso lo que tenemos que conseguir, y éste es el nuevo paradigma en materia de defensa, es una defensa creíble del continente europeo. Así que, obviamente, el pilar europeo dentro de la OTAN que estamos en proceso de construir, y del que hemos convencido a todos nuestros socios de sus méritos en los últimos años, resulta esencial. Pero tenemos que dar contenido a esta defensa creíble de Europa, que es la condición misma para reconstruir un marco de seguridad común. 

Europa debe saber defender lo que aprecia, con sus aliados, siempre que estén dispuestos a hacerlo junto a nosotros, y solos si es necesario. ¿Significa esto que necesitamos un escudo antimisiles? Tal vez. ¿Significa aumentar nuestras capacidades de defensa, y cuáles? Seguramente. ¿Es suficiente para hacer frente a los misiles rusos? Tenemos que trabajar en ello. Pero cuando tenemos un vecino que se ha vuelto agresivo, que ya no explica sus límites, sino que dispone de capacidades balísticas, en las que ha innovado mucho en los últimos años, cuyos alcances y tecnología se han transformado, que dispone de armas nucleares y ha aumentado sus capacidades, está claro que necesitamos construir este concepto estratégico de una defensa europea creíble para nosotros.

Por ello, en los próximos meses, invitaré a todos mis socios a construir esta iniciativa de defensa europea, que debe ser ante todo un concepto estratégico del que se derivarán después las capacidades pertinentes: antimisiles, de tiro profundo y todas las demás capacidades útiles. Francia desempeñará plenamente el papel que le corresponde. Disponemos de un modelo de ejército completo, cuyo objetivo es ser el ejército más eficaz del continente, y también disponemos del arma nuclear, y por tanto de la capacidad de disuasión que las acompaña. La disuasión nuclear está en el centro de la estrategia de defensa de Francia. Es, por tanto, un elemento esencial de la defensa del continente europeo. Gracias a esta defensa creíble podremos construir las garantías de seguridad que esperan todos nuestros socios, en toda Europa, y que servirán también para construir el marco de seguridad común, garantía de seguridad para todos. Y es este marco de seguridad el que nos permitirá también, el día después, construir relaciones de vecindad con Rusia.

Más allá de eso, y de este cambio de paradigma fundamental para nuestra Europa, necesitamos crear una verdadera intimidad estratégica entre los ejércitos europeos. Esto significa lanzar una segunda fase de la Iniciativa Europea de Intervención. Lo propuse en 2017. Fue un verdadero éxito. Se han adherido 13 Estados miembros. Hemos sido capaces de construir una cooperación pragmática y operativa. Lo hicimos en el Sahel con el Grupo Operativo Takuba. También fue el marco que nos permitió construir una operación europea sin precedentes, Aspides, en el Mar Rojo. La capacidad de dirigir coaliciones conjuntamente requiere una cultura común. Esto significa desarrollar estrategias regionales europeas de seguridad y defensa en el Mediterráneo, África, el Indo-Pacífico y el Ártico, para unificar nuestras visiones y distribuir mejor nuestras fuerzas entre los europeos, así como crear una Academia Militar Europea para formar a los futuros líderes militares y civiles europeos en cuestiones de seguridad y defensa.

También debemos seguir adelante con la aplicación de la Brújula Estratégica, que concluimos bajo la Presidencia francesa del Consejo de la Unión Europea, y en particular crear una fuerza de reacción rápida para poder desplegar rápidamente hasta 5.000 militares en entornos hostiles de aquí a 2025, en particular para acudir en ayuda de nuestros nacionales. Para ello, también tenemos que invertir en nuevas áreas de conflicto. Allí donde lo vemos, en la guerra híbrida que Rusia lleva a cabo contra nosotros, ya se está librando parte de la guerra actual, en la que se protegen nuestras infraestructuras, ya sean de transporte, hospitales, redes eléctricas o telecomunicaciones. Por eso quiero que desarrollemos una capacidad europea de ciberseguridad y ciberdefensa. Y mientras todos estamos en el proceso de crear estas capacidades para nuestros propios ejércitos, esta es una oportunidad sin precedentes para construir inmediatamente la cooperación europea y actuar como europeos frente a estos riesgos. Como ven, asumir nuestras responsabilidades significa decidir por nosotros mismos y dirigir nuestra acción de defensa europea. Construir juntos un nuevo paradigma, más intimidad e iniciativas concretas.

Para lograrlo, ya disponemos de marcos y asociaciones sin precedentes. Los británicos son aliados naturales y profundos, y los tratados que nos unen, entre ellos el de Lancaster House, sientan bases sólidas. Tenemos que construir sobre ellos. Fortalecerlos. Porque el Brexit no ha afectado a esta relación. ¿Quizás deberíamos incluso ampliarlos a otros socios? La Comunidad Política Europea es sin duda el lugar adecuado para construir este nuevo paradigma de seguridad, esta intimidad adicional y construir este marco común de seguridad y defensa.

Por último, por supuesto, no puede haber defensa sin industria de defensa. En este ámbito, tenemos que transformar la urgencia de nuestro apoyo a Ucrania en un esfuerzo a largo plazo. Esto es lo que llamamos la economía de guerra que tanto estamos impulsando con el Ministro. Nos queda un largo camino por recorrer, porque, admitámoslo, llevamos décadas de escasa inversión en nuestra propia producción. Básicamente, los dividendos de la paz han significado que los europeos han producido e invertido demasiado poco, lo que también ha creado un nivel muy alto de dependencia de la industria no europea. Así que tenemos que producir más rápido, tenemos que producir más, y tenemos que producir más en Europa. Por eso acepto que necesitamos una preferencia europea en la compra de equipos militares.

Fíjense en el Fondo Europeo de Apoyo a la Paz que creamos al principio de la guerra: tres cuartas partes se utilizaron para comprar material no europeo. Había un criterio de urgencia. No sabíamos cómo producirlo todo en Europa. Pero también había reflejos bien establecidos. Siempre es mejor comprar, a menudo estadounidense, a veces coreano, pero ¿cómo podemos construir nuestra soberanía, nuestra autonomía a largo plazo, si no asumimos también la responsabilidad de desarrollar una industria de defensa europea?

Así que, sí, debemos conseguir construir una preferencia europea, conseguir construir programas industriales europeos, asumir un mayor apoyo del Banco Europeo de Inversiones y asumir financiación adicional, incluida la más innovadora, como la idea de un préstamo europeo propuesta por la Primera Ministra Kaja Kallas.

En efecto, el objetivo de una estrategia industrial europea de defensa es producir más, más rápido, en Europa. Así que para nosotros, que tenemos una industria de defensa fuerte, es una oportunidad extraordinaria, porque también podemos, si sabemos organizarnos, elevar nuestro nivel. Es lo que hemos hecho en los últimos años con el Rafale. Y desde Croacia hasta Grecia, ¿quién pensaba hace siete años que el Rafale se convertiría en una de las soluciones para la defensa aérea europea? Se está convirtiendo en una. Pero también nos va a empujar a desarrollar normas comunes como europeos, porque uno de los problemas que tenemos como europeos es que seguimos demasiado divididos en lo que se refiere a la industria de defensa. 

Nuestra fragmentación es una debilidad.

Lo experimentamos de forma cruel y concreta durante la guerra, cuando a veces descubrimos nosotros mismos, como europeos, que nuestros cañones no eran del mismo calibre, que nuestros misiles no coincidían con los de los demás, y que esto reducía de hecho nuestra capacidad de actuar juntos en el mismo teatro de operaciones. Entonces, sí, este esfuerzo pasa también por la normalización, por la construcción de grandes campeones y, por tanto, por la consolidación europea, por la organización de una verdadera política industrial de defensa. Es una necesidad y debemos aceptarla.

Como se habrán dado cuenta, tenemos que pasar, no sólo a una nueva etapa, sino construir un auténtico nuevo paradigma de defensa, desde el concepto estratégico hasta una mayor intimidad, pasando por el nuevo marco común y las nuevas capacidades. Pero esta Europa potencia de defensa depende evidentemente de la diplomacia que la acompaña.

La diplomacia es responsabilidad de cada Estado miembro, es nuestra responsabilidad. Pero podemos multiplicarla y basarla en una mayor coherencia europea. Por eso creo que en los próximos años debemos seguir complementando este enfoque y este despertar de la seguridad y la defensa. En otras palabras, tenemos que construir una Europa que pueda demostrar que nunca es vasalla de los Estados Unidos de América y que también sabe hablar con todas las regiones del mundo, los países emergentes, África y América Latina. No simplemente mediante acuerdos comerciales, sino mediante verdaderas estrategias de asociación equilibrada y recíproca.

Esto es lo que hemos querido construir en la Cumbre Unión Europea-África del primer semestre de 2022, hasta la estrategia europea Indo-Pacífico. Queremos mostrar que somos una potencia equilibrada que habla al resto del mundo y rechaza la confrontación bipolar en la que se instalan demasiados continentes. Tener una estrategia ártica, una estrategia indopacífica, una estrategia latinoamericana y una estrategia con el continente africano es mostrar que Europa no es sólo una pieza de Occidente, sino un continente-mundo que piensa en términos de su universalidad y de los grandes equilibrios del planeta, que rechaza la confrontación entre placas y quiere construir estas asociaciones equilibradas.

Esto es absolutamente esencial, y debemos seguir por este camino, que nos permite tener una voz única en cuestiones de educación, salud, clima y lucha contra la pobreza, como hemos hecho con el Pacto por los pueblos y el planeta. Y demostrar que nunca tenemos un doble rasero y que también aquí tenemos nuestra autonomía.

Emmanuel Macron en la Sorbona el 25 de abril. A la derecha del presidente francés se puede leer «UNA EUROPA POTENCIA»; a su izquierda «UNA EUROPA QUE CONTROLA SUS FRONTERAS». © Jeanne Accorsini/SIPA

B. Una Europa que controla sus fronteras

La Europa potencia es también una Europa que controla sus fronteras. Como decía, la adopción del Pacto de Asilo y Migración fue un gran paso adelante. Pero lo repito en un momento en que, como todos sabemos, la cuestión de las fronteras y de la inmigración sacude legítimamente a todas nuestras sociedades y a nuestro país. Es aún más importante para Francia, porque Francia es un país —perdónenme por utilizar este término, que puede parecer técnico— pero de movimientos secundarios, como se suele decir. Es decir, la inmigración no llega directamente a Francia, sino que entra en el continente europeo, y en el espacio Schengen en particular, a través de otras fronteras.

Así que Francia, a veces más que otros, necesita una política europea eficaz y una buena cooperación, porque la inmigración empieza en las fronteras europeas y no sólo en las francesas. Somos un país al que llegan hombres y mujeres que huyen de la miseria, que a veces son víctimas de redes de traficantes, que a veces buscan asilo legítimo cuando son luchadores por la libertad, pero que siempre llegan, ya sea a través de España, Italia, los Balcanes o Grecia, a suelo europeo y luego se dirigen a nuestro país. Y entonces, sí, aquí, más que en ningún otro sitio, necesitamos una cooperación europea más fuerte. Por eso, tras este Pacto de Asilo e Inmigración, ahora tenemos que aplicarlo, porque nos ofrece nuevos instrumentos que antes no teníamos. Registro, seguimiento y condiciones más eficaces de retorno al país de primera entrada. Esto ya es un avance inédito. Pero tenemos que tomar medidas más firmes en materia de devoluciones y readmisiones para todos los hombres y mujeres que llegan a nuestro suelo y que no están destinados a quedarse, que no cumplen los requisitos para obtener asilo. Esto requiere una verdadera política europea y una verdadera coordinación. Esto requerirá una mayor cooperación con los países de origen y de tránsito, unas condicionalidades más claras y una lucha sin cuartel contra el modelo económico utilizado por los contrabandistas y traficantes de seres humanos.

Es a 27, y en particular en el marco de Schengen, donde debemos cooperar y construir estas políticas. No quiero una política de ingenuidad, y no podemos limitarnos a constatar hoy la ineficacia de nuestras políticas de retorno porque están demasiado divididas. Pero tampoco creo en el modelo que se nos propone hoy, que consistiría en encontrar terceros países en el continente africano o en otros lugares, donde la idea sería escoltar de vuelta a las personas que han llegado ilegalmente a nuestras costas y que no proceden de esos mismos países. Estamos creando una geopolítica del cinismo que traiciona nuestros valores y que construirá nuevas dependencias, y que resultará totalmente ineficaz. 

La clave es simplemente condicionar nuestros visados y preferencias comerciales con los países de origen y tránsito, y hacer que estos países rindan cuentas de sus políticas migratorias. Si lo hacemos juntos, será un planteamiento eficaz. 

Hoy, sin embargo, estamos demasiado divididos. El retorno de los inmigrantes irregulares a sus países de origen debe ser uno de los ejes de nuestra política de visados y de nuestras preferencias comerciales condicionadas. También debemos forjar nuevas asociaciones operativas para luchar contra el tráfico ilícito de migrantes y la trata de seres humanos, y movilizar a Frontex, que pronto contará con 10.000 guardias fronterizos y costeros, para apoyar el retorno de los migrantes y seguir aumentando la capacidad de esta estructura. Creemos en ello. Siempre lo he defendido. Sigo creyendo en ella, aunque quienes la han servido a veces empiecen a dudar de ella.

Como ven, para proteger a sus ciudadanos, Europa debe luchar también contra las amenazas y las redes que ignoran las fronteras y los Estados. Y esto también es una cuestión de coherencia europea, más allá de la inmigración. El terrorismo, la delincuencia organizada, el tráfico de drogas, el odio y la delincuencia en línea son ámbitos en los que debemos intensificar la acción europea. Por eso, en primer lugar, quiero que el Consejo de Schengen se convierta en un verdadero Consejo de Seguridad Interior de la Unión. 

Nuestras fronteras son un bien común. Para el euro, un bien común que hemos creado, hemos sido capaces de construir una forma política decidida de manera intergubernamental y creíble: el Consejo ECOFIN. Nuestras fronteras son un bien común. Necesitamos construir una estructura política que permita a todos los países que la comparten tomar decisiones juntos —sobre inmigración, lucha contra el crimen organizado, el terrorismo, el narcotráfico o la ciberdelincuencia—. Cambiemos la gobernanza para hacerla mucho más eficaz. También debemos, en el marco del Sistema de Información de Schengen, ir mucho más allá en el intercambio de información, para evitar la salida de combatientes terroristas, los retornos de zonas de conflicto, evitar la radicalización, y también tener una política real de retirada de contenidos terroristas, pero sobre todo de retirada de contenidos de odio, racistas y antisemitas. Y es como europeos que podremos obtener esto de las plataformas que, hoy por hoy, no mantienen sus compromisos sobre este tema, ni en términos de moderación ni en términos de contención. Y es como europeos, en el marco de dicho Consejo, como podremos tener una política eficaz contra la delincuencia organizada y la droga. Se trata de una verdadera plaga que hoy afecta, en particular, a los países más expuestos, porque tienen puertos y puntos de entrada importantes, o a veces porque algunos de ellos pensaban que las políticas más liberales impedirían la criminalización, lo que es todo lo contrario. También en este caso necesitamos un enfoque europeo de la cuestión.

Como ven, esta Europa del poder pasa tanto por la defensa como por la protección de nuestras fronteras, y supone un profundo cambio de paradigma en el sentido de que los europeos, si queremos resistir a este cambio de reglas, a esta escalada de violencia, a esta desinhibición de capacidades en nuestro continente y fuera de él, tenemos que adaptarnos en términos de conceptos estratégicos y de recursos, y tenemos que recuperar el pleno control de nuestras fronteras y asumirlo.

II. Una Europa de progreso y prosperidad

El segundo elemento clave de la respuesta es la prosperidad. Sí, si queremos ser soberanos en el momento de estas profundas transformaciones que he mencionado, tenemos que construir un nuevo modelo de crecimiento y producción. Esto es esencial, porque no puede haber poder sin una base económica sólida. De lo contrario, declaramos el poder, pero muy rápidamente es financiado por otros. No puede haber transición ecológica sin un modelo económico sólido. Y no puede haber modelo social, que es uno de los puntos fuertes de Europa, si no producimos el dinero que luego queremos redistribuir. Y durante mucho tiempo Europa fue la principal baza de nuestro crecimiento, en un modelo ordoliberal de competencia y libre comercio, y en una época en la que, básicamente, las reglas eran muy diferentes, las materias primas no parecían limitadas, no había geopolítica de las materias primas, se ignoraba el cambio climático, el comercio era libre y todo el mundo respetaba las reglas. Ese era el mundo en el que vivíamos hasta hace poco. En pocos años, todo ha cambiado. Las materias primas son limitadas, los materiales críticos y la energía. Y en cuanto a los combustibles fósiles, no los producimos en nuestro suelo, dependemos de ellos, a diferencia de Estados Unidos de América y muchos otros países. Para los materiales críticos, los necesitamos, y China ha empezado a comerciar con ellos y a asegurarse mucha capacidad. Como decía, las reglas del comercio están cambiando. Volvemos al estado de naturaleza.

Pero tenemos objetivos claros: queremos producir más riqueza para mejorar nuestro nivel de vida y crear empleo para todos; queremos garantizar el poder adquisitivo de los europeos —es la preocupación de todos nuestros compatriotas; es muy concreta; es el objetivo de nuestra política europea; queremos descarbonizar nuestras economías y hacer frente a los retos de la biodiversidad y el clima; queremos asegurar nuestra soberanía y, por tanto, controlar nuestras cadenas de producción estratégicas; y queremos mantener una economía abierta para seguir siendo la gran potencia comercial que somos—.

Nuestros objetivos son claros, pero no estamos ahí y no podemos alcanzarlos con nuestras reglas actuales. No estamos ahí. No estamos ahí porque no estamos a la altura de cómo está cambiando el mundo. No estamos ahí porque regulamos demasiado, invertimos demasiado poco y somos demasiado abiertos y no defendemos nuestros intereses lo suficiente. Esa es la realidad.

Así que también aquí tenemos que construir un nuevo paradigma de crecimiento y prosperidad si queremos alcanzar los cinco objetivos que acabo de mencionar. Porque si lo hacemos con las reglas de la política de competencia, la política comercial, la política monetaria y la política presupuestaria que tenemos hoy, no lo conseguiremos. Y se hará con un simple ajuste, que es que perderemos producción.

¿Y por qué tengo también aquí un sentimiento de urgencia? En primer lugar, porque veo el desfase entre Europa y Estados Unidos en los últimos 30 años, pero también porque la reasignación de los factores de producción se está produciendo ahora. Porque la cuestión de dónde estarán las tecnologías verdes, la cuestión de dónde estarán la inteligencia artificial y las capacidades informáticas, se va a decidir en los próximos cinco o diez años, y probablemente incluso más en los próximos cinco que en los próximos diez años. Así que es hora de hacer historia. Y por eso es ahora cuando debemos poner fin a la sobrerregulación, aumentar la inversión, cambiar nuestras reglas y proteger mejor nuestros intereses. Ese es el objetivo. Ese es el nuevo modelo.

Y es este pacto de prosperidad el que tenemos que construir, y se basa en unos pocos elementos muy simples.

A. Producir más y de forma más ecológica

En primer lugar, tenemos que producir más y de forma más ecológica, y la producción con bajas emisiones de carbono es una oportunidad para reindustrializar y mantener nuestras industrias en Europa. Lo hemos visto en los últimos años: del hidrógeno a los semiconductores, pasando por las baterías eléctricas, Francia ha recreado su capacidad industrial gracias a la transición. Así que tenemos que dejar de oponer la descarbonización al crecimiento. Si sabemos cómo hacerlo, y si implica nuevos sectores de inversión, funciona, y ese es el modelo que defendemos. 

Estamos en el buen camino para convertirnos en campeones de las baterías. Alcanzaremos el objetivo de que en 2030 el 100% de nuestras necesidades de baterías estén cubiertas por baterías europeas. Y también nos pondremos al día en semiconductores, con el objetivo de duplicar la cuota de mercado europea de aquí a 2030. Y como decía, los resultados en términos de empleo, de Dunkerque a Fos, en términos de formación, de regiones atractivas e innovadoras, y de reducción de nuestra dependencia están a la vista. Así que es Europa la que permite y apoya la reindustrialización verde, y eso es lo que nos permitirá recuperar nuestras capacidades, convertirnos en el primer continente con cero contaminación por plástico, y ser un continente en el corazón de la descarbonización y la electrificación. 

B. Simplificación: el fin de la Europa complicada

La segunda condición es la simplificación.

Desde que Jacques Delors creó el mercado interior —hace 30 años— no hemos dejado de profundizar en él mediante una integración cada vez mayor. Y eso es de sentido común, y el mercado único trata de la simplificación; trata de pasar de 27 sistemas de reglas a uno solo. En su informe, Enrico Letta acaba de proponer que prosigamos esta modernización y esta labor en beneficio de nuestros compatriotas y nuestras empresas. Soy partidario de proseguir con el mercado único en sectores hasta ahora ignorados por él: energía, telecomunicaciones, servicios financieros. Esto es esencial, porque nos permitirá reducir la fragmentación de nuestras reglas en estos grandes sectores, y conseguir así generar más innovación, reducir los costes de transacción y tener más capacidad para innovar, invertir y servir mejor a nuestros intereses.

También tenemos que asumir la tarea de desarrollar nuestra política de competencia para ayudar a que surjan campeones europeos, y tenemos que asumir la tarea de proporcionar un apoyo masivo a las empresas de nuestros sectores estratégicos con nuevas inversiones a 27 —volveré sobre esto dentro de un momento—. Pero la simplificación significa más mercado único, eliminar las reglas que son tantas fronteras entre los 27 para que nuestras start-ups puedan tener inmediatamente un mercado interno que sea el europeo, porque de lo contrario están en verdadera desventaja competitiva frente a una start-up china o estadounidense. Tenemos esta fuerza, que es nuestro mercado interior, con 450 millones de consumidores. El mercado único es una opción de simplificación.

Emmanuel Macron en la Sorbona el 25 de abril. A la izquierda del presidente francés se puede leer «EL FIN DE LA EUROPA COMPLICADA». © Jeanne Accorsini/SIPA

Pero, en cierto modo, también hay que acabar con una Europa complicada, hay que decirlo. Hemos construido normativas útiles que marcan hitos, puntos de referencia y rumbos. Pero también hemos entrado a veces en demasiados detalles, impidiendo a los agentes económicos adoptar una visión a largo plazo y creando desventajas competitivas para nuestros agentes en relación con sus competidores internacionales. Debemos tener el valor de facilitar las cosas, empezando por revisar los umbrales y las obligaciones que pesan sobre las empresas muy pequeñas y las PYME. Debemos asociar más estrechamente a nuestras empresas, nuestros ciudadanos y nuestras regiones, teniendo en cuenta sus limitaciones desde la fase de elaboración de las normas, pero también en el momento de su aplicación. Debemos volver al principio de proporcionalidad, es decir, más ambición en los grandes temas, más apoyo, más confianza y menos texto, y a los principios de subsidiariedad, que nos permiten tener ambiciones y reglas europeas para lo que les corresponde, pero dejar flexibilidad nacional en la aplicación. Y por eso los próximos años, la próxima legislatura, también tendrán que pasar por varias oleadas de simplificación de nuestra normativa, sin quitar nada a nuestras ambiciones y nuestros hitos en los grandes puntos que hemos decidido, pero simplificando la aplicación y ofreciendo un mejor apoyo a nuestros agentes económicos.

C. Política industrial: el «Made in Europe» en los sectores estratégicos

La tercera condición de este pacto de prosperidad es acelerar la política industrial. Les recuerdo que era una mala palabra hace sólo siete años.

Solíamos decir que...

(cont.)