*Catalanisme o nacionalisme*, Rafael Jorba

Rafael Jorba analiza el futuro del catalanismo del siglo XXI.
Josep M. Sòria, LV, 22-II-2004.

El periodista Rafael Jorba publica “Catalanisme o nacionalisme” (Columna), un libro en el que aborda el futuro del catalanismo. Se trata de un trabajo ameno, escrito en el lenguaje directo que Jorba utiliza en su “Bloc de notas” de “La Vanguardia” y que contiene reflexiones ideológicas y razonamientos políticos de enorme interés por su actualidad, profundidad y la originalidad de los planteamientos. En la línea del mejor periodismo, Jorba hace ideología, la transmite e interesa al lector.

El autor caracteriza el catalanismo de este modo: “Ha sido históricamente el mínimo común denominador de los partidos catalanes” y “ha propugnado un proyecto alternativo y plural de España”, convirtiéndose en el factor de tranversalidad en la política catalana. “Por eso, el catalanismo ha llenado más páginas en explicar cómo tendría que ser España que cómo ha de ser Catalunya”. Jorba advierte que Catalunya se encuentra frente a la última oportunidad “de poder completar la tarea del catalanismo político, casi un siglo y medio después de su fundación, y de evitar que se dinamiten los últimos puentes de diálogo con España”, objetivo que el periodista sitúa en el PP, con la “complicidad de barones del PSOE”. Jorba afirma que si el catalanismo renunciara a una manera alternativa de España, “pasaría a ser un nacionalismo a secas, empobrecedor y generador de frustración y crispación” y es taxativo al escribir: “Yo no quiero irme de España, sino que se vayan Aznar y todos los cómplices de su descuartizamiento. Aznar –y muchos políticos y tertulianos de Madrid, de derechas e izquierdas– sigue pensando, como Ortega, que ‘España es una cosa hecha por Castilla y hay razones para ir sospechando que, en general, sólo cabezas castellanas tienen órganos adecuados para percibir el gran problema de la España integral’. Pues que les aproveche esta España integral”. “Muchos catalanes –afirma– añoramos una España íntegra, capaz de acoger incluso a los que no se sienten españoles.”

El peligro, según el autor, está en utilizar la Constitución “como línea divisoria y equiparar su defensa con el rechazo del terrorismo”. Para sortear ese riesgo, propone la “segunda laicidad”. “Igual que el siglo XIX representó el inicio de la lucha por un marco de laicidad en el que la creencia religiosa pasó a formar parte del ámbito privado, el XXI tendría que permitir que la nación y la multinacionalidad pasara también a la esfera privada. La religión salió engrandecida y la nación también podría. Que todo el mundo se sienta aquello que le dé la gana, sin que nadie le obligue a escoger, pero que actúe como ciudadano, sujeto a un código de derechos y deberes.”

Jorba se define como discípulo político de Ernest Lluch, el dirigente del PSC asesinado por ETA, del que aprendió el amor por la libertad y por Catalunya a partir del principio de que no puede haber países libres sin hombres libres y viceversa. “Libertad para ir por la vida sin escolta mental (que por eso asesinaron a Lluch, como dijo Estapé), libertad para nadar a contracorriente, para decir que la Constitución y los estatutos de autonomía son marcos y no rejas y para apostar por una España plural y generosa.”

Jorba también analiza el fenómeno del pujolismo, que define como “un movimiento popular que desborda las filas de los partidos que le dan apoyo”. “La gran construcción política del pujolismo ha sido un factor intangible: la Catalunya virtual, un país que no es verdad ni mentira, sino que sólo existe como recreación simplificada de la realidad.” La gran pregunta es si esta realidad virtual se sostendrá tras el pujolismo. Y añade que el relevo en CiU “coincide con el agotamiento del modelo posibilista de relación con España: el PP ha perdido la vergüenza y ha cerrado la puerta a toda reforma”. “Eso exige –añade– poner sobre la mesa de Madrid una propuesta compartida.”

La sociedad catalana actual tiene, para Jorba, un déficit de ciudadanía. “Nos comportamos más como exigentes clientes de las administraciones que como ciudadanos responsables”. Y lamenta que el “oasis catalán” haya “degenerado en una cierta solidaridad gremial de la clase política hasta transformarse en un espejismo”.