"Sin escape de la tumba de imperios", Brahma Chellaney

Con el escenario ya preparado para la celebración de conversaciones secretas en Qatar entre Estados Unidos y los talibanes, la estrategia del presidente estadounidense, Barack Obama, para una salida gradual de la devastada Afganistán se está formulando en bonitas palabras que ocultan más de lo que revelan. En la búsqueda de un pacto con los talibanes, Obama corre el riesgo de repetir errores de política de Estados Unidos que hoy atormentan la seguridad regional e internacional.

Desde que llegó al cargo, Obama ha seguido una estrategia en Afganistán que se puede resumir en tres palabras: elevar la tensión, sobornar y huir. La misión militar ha entrado en la etapa de fuga,o lo que eufemísticamente se llama la "transición al 2014".

El objetivo central es llegar a un acuerdo con los talibanes para que Estados Unidos y sus socios de la OTAN puedan salir de la "tumba de imperios" sin perder la cara. Este enfoque - orientado más a retirar las tropas tan pronto como sea posible que a garantizar una paz y estabilidad regional duraderas-está disfrazado de "reconciliación", en la que Qatar, Alemania y el Reino Unido tienen papeles de liderazgo en la facilitación de un acuerdo.

Sin embargo, lo que llama la atención es lo poco que Estados Unidos ha aprendido del pasado. En aspectos fundamentales está empezando a repetir sus propios errores, ya sea mediante la creación o financiación de milicias locales en Afganistán, o tratando de llegar a un acuerdo con los talibanes. Al igual que con la guerra encubierta que Estados Unidos libró en los años ochenta en Afganistán contra la intervención militar soviética, ahora también los intereses a corto plazo impulsan su política en la guerra abierta en curso.

No hay duda de que todo gobernante debe esforzarse por sacar a su país de una guerra prolongada, por lo que Obama está en lo correcto al buscar ponerle fin. Pero no lo estuvo al mostrar sus cartas en público y envalentonar al enemigo.

Pocas semanas después de asumir el cargo, Obama declaró públicamente su intención de retirar las fuerzas estadounidenses de Afganistán, incluso antes de que pidiera a su equipo elaborar una estrategia. El aumento de tropas que se prolongó hasta el 2010 no tuvo la intención de derrotar militarmente a los talibanes, sino llegar a un acuerdo político con el enemigo desde una posición de fuerza. Sin embargo, incluso antes de que se iniciara, su propósito se vio afectado por el plan de salida, seguido por el anuncio público de una reducción de las tropas entre el 2011 y el 2014.

Una potencia en retirada que primero anuncia una salida gradual y luego intenta llegar a tratos con el enemigo pone en peligro su influencia regional. Habla por sí mismo el que el gran deterioro de las relaciones de Estados Unidos con los militares pakistaníes haya tenido lugar desde el momento en que se dio a conocer el calendario de reducción de tropas. La salida gradual animó a los generales pakistaníes a jugar duro. Peor aún, todavía no hay una estrategia clara de Estados Unidos sobre la manera de asegurarse de que la retirada no menoscabe los intereses occidentales ni desestabilice la región.

El enviado de Washington a la región, Marc Grossman, ya ha celebrado una serie de reuniones secretas con los talibanes. Qatar ha sido elegida como sede de las nuevas negociaciones entre Estados Unidos y los talibanes, a fin de mantener a distancia el aún escéptico Gobierno afgano (a pesar de que las conversaciones están "impulsadas por los afganos") y para aislar a los negociadores talibanes de la presión de Pakistán y Arabia Saudí. Mientras tanto, incluso en momentos en que un enfrentamiento entre civiles y militares en Pakistán exacerba los retos regionales de Washington, el nuevo ímpetu de los esfuerzos estadounidenses por contener a Irán amenaza con originar una mayor turbulencia en el vecino Afganistán.

A decir verdad, la política de Estados Unidos respecto de los talibanes, en cuyo nacimiento la CIA hizo las veces de partera, se acerca a cerrar un ciclo por segunda vez en poco más de 15 años. La Administración Clinton aceptó su ascenso al poder en 1996 e hizo la vista gorda mientras la milicia de matones, en alianza con los Interservicios de Inteligencia (ISI) de Pakistán, fomentaba el tráfico de narcóticos y engrosaba las filas de los veteranos de la guerra de Afganistán en el terrorismo transnacional. Sin embargo, con los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 las malas obras se les volvieron en contra. Al declarar la guerra a los talibanes, la política de Estados Unidos cerró un círculo.

Ahora la política de Estados Unidos, con su frenética búsqueda de un acuerdo con los talibanes, está a punto de completar otra órbita. De hecho, las negociaciones en Qatar destacan porque los líderes políticos de EE. UU. se han abstenido deliberadamente de decapitar a los talibanes.

El ejército de Estados Unidos ha tenido muchas oportunidades (y todavía las tiene) para eliminar el Rahbari Shura, o Consejo de Líderes, de los talibanes, a menudo llamado el Quetta Shura por haberse trasladado a esa ciudad pakistaní.

Sin embargo, resulta significativo que Estados Unidos no haya llevado a cabo ni un solo ataque aéreo, terrestre o de aviones no tripulados en o cerca de Quetta. Todos los ataques de Estados Unidos han ocurrido más al norte, en la región tribal de Waziristán en Pakistán, aunque los dirigentes de los talibanes afganos y de sus grupos aliados, como la red Haqqani y la banda de Hekmatyar, no estén escondidos allí.

Al igual que la ocupación de Iraq por Estados Unidos, la guerra de la OTAN en Afganistán dejará tras de sí un país étnicamente fracturado. Así como el Iraq de hoy está dividido étnicamente para todos los efectos, será difícil establecer un gobierno post-2014 en Kabul que represente a todo Afganistán. Y, al igual que en 1973 Estados Unidos y Vietnam del Norte negociaron acuerdos después de que el régimen de Vietnam del Sur fuera excluido de las conversaciones, Estados Unidos hoy en día están excluyendo al Gobierno afgano, aunque en la superficie obligue al presidente Hamid Karzai a brindar apoyo y parezca listo para cumplir una exigencia talibán de transferir a cinco de sus líderes encarcelados en Guantánamo.

Estas negociaciones, en las que Estados Unidos busca crear zonas de alto el fuego para facilitar la retirada de sus fuerzas, sólo pueden socavar la legitimidad del Gobierno de Karzai y llevar el Quetta Shura de nuevo al centro del escenario. Pero Afganistán no es Vietnam. El fin de las operaciones de combate de la OTAN no significará el fin de la guerra, porque el enemigo va a atacar los intereses occidentales allí donde se encuentren. La ferviente esperanza de Estados Unidos de contener el terrorismo regional promete en realidad asegurar que Afganistán y Pakistán sigan siendo una enconada amenaza a la seguridad regional y global.

15-II-12, B. CHELLANEY, profesor de Estudios Estratégicosdel Centro de Estudios de Políticas en Nueva Delhi, lavanguardia