"Dialéctica del respeto entre religión y política", M. Walzer
A los americanos se les enseñaba que la religión es una cuestión privada. Pero con el transcurrir del tiempo en el mundo, en todo el mundo, y también aquí, se ha convertido en una cuestión política. Los seguidores de una religión se han convertido en activistas políticos, buscando determinar la política pública o apoderarse del poder de Estado, a veces en el ámbito y a veces fuera de las estructuras democráticas y constitucionales. Ha llegado obviamente el momento de hacernos de nuevo la pregunta: ¿puede haber, debería haber una separación radical entre religión y política?
En un tiempo, la gente de izquierda o, al menos, la izquierda laica, los defensores de la Ilustración liberal, creyeron que la religión habría perdido incluso importancia como cuestión privada, desapareciendo juntamente a otras irracionalidades en el momento en el que hombres y mujeres comúnes habrían asumido el control de su sociedad y economía. Pero no ha ido desapareciendo; no solamente persiste, sino que está sometida a una periódica reviviscencia, y actualmente sus militantes tienen bastante mayor entusiasmo y confianza respecto a su proyecto del que tienen en el propio sus contrapartes liberales y laicos. ¿Pueden ser excluidos de la política?, ¿deberían serlo?
Los secularistas liberales y de izquierda puedan haber esperado un tiempo de la total exclusión: no sólo de los militantes motivados por un punto de vista religioso, pero además que los sentimientos y las doctrinas que los motivan no tuvieran ningún peso en el proceso decisorio político. Pero ninguna exclusión de este tipo es posible en una sociedad democrática. No se puede pretender que los hombres y las mujeres animadas por convicciones religiosas sean dejadas aparte, a la entrada del comcurso político. Ni la izquierda ha pedido de modo constante a sus propios amigos y compañeros religiosos de hacerlo. Pensad en los abolicionistas, mucho de los cuales estuvieron motivados por una convicción religiosa; o en los cristianos socialistas como R.H. Tawney, el que tuvo una potente influencia sobre el Partido Laborista inglés; o en los activistas de los derechos civiles en los Estados Unidos en los años sesenta, arraigados en las iglesias negras, conducidas por sermoneadores baptistas, apoyados por curas liberales y rabinos; o en los teólogos de la liberación católica en América Latina; o en los obispos americanos, que han escrito cartas pastorales contra la proliferación nuclear y en defensa de la justicia económica.
Y si se acepta una situación de este género, tenemos que esperar también intervenciones de otros tipos: como la participación de la asociación de las Mujeres Cristianas contra el alcoholismo en la lucha por el prohibicionismo o las campañas de las actuales iglesias evangélicas en los Estados Unidos contra el aborto, la pornografía y la eutanasia o el papel de los obispos irlandeses en la oposición al divorcio legalizado o en la influencia de los judíos mesiánicos en el movimiento del Gran Israel. Una sociedad democrática no puede indagar sobre cómo o dónde se formen las opiniones políticas de sus ciudadanos, y no puede censurar las formas doctrinales o retóricas en las que tales opiniones son expresadas.
Ningún monopolio del poder coercitivo. A pesar de eso, la separación entre religión y política es un importante valor democrático, con implicaciones políticas que necesitan ser trazadas como los detalles de un mapa. Aquí sólo puedo ofrecer una breve descripción, basando la atención sobre tres requisitos estándar para una provechosa separación.
He aquí los tres requisitos separatistas:
1, La separación requiere una neta división institucional. Ésto significa sencillamente que el Estado tiene que tener un efectivo monopolio del poder coercitivo y que las asociaciones religiosas no tienen que poseer absolutamente ningún poder coercitivo -excepto el hecho de lograr movilizar bajo forma de presión social- y ninguna capacidad de recurrir al poder coercitivo del Estado para promover sus objetivos religiosos.
2, La separación requiere que las ceremonias públicas y las celebraciones del estado sean distintas de las de cualquier grupo religioso. Religión civil, ningún culto.
3, La separación requiere una aceptación del abierto, pragmático, contingente, incierto, no probatorio y tolerante carácter de cada argumentación/posición/alianza del lado político de la línea de demarcación. Éste es el más arduo de los tres requisitos, puesto que no puede ser nunca (y no debería nunca) convertido en un instrumento de imposición legal. Tiene que ver, y que hacer, con la cultura política y la educación pública.
IlMessaggero, 21 ottobre 2005