el talón de Aquiles de Turquía
Hugh Pope, Foreign Policy en español | 14 Nov 2012, crisisgroup
Uno de los numerosos problemas que supone para Turquía el agravamiento de la guerra civil en Siria es el hecho de que alimenta las llamas del conflicto interno de Ankara con los rebeldes del Partido de los Trabajadores del Kurdistán (PKK). Los choques en el sureste del país se han multiplicado durante el último año. Un grupo afiliado al PKK domina en las áreas kurdas, junto a la frontera con el norte sirio. Y Turquía acusa a Siria de haber renovado su apoyo al grupo proscrito, que está calificado de organización terrorista.
Sin embargo, es crucial que Turquía afronte la realidad de que la conexión con Siria no es más que un mero síntoma de su problema interno más importante. Un escudo antimisiles, Patriot, instalado por Estados Unidos a lo largo de la frontera entre ambos países, como sugirió el Gobierno turco hace unos días, no servirá de mucho frente al PKK. La verdadera prueba de fuego para el primer ministro turco, Recep Tayyip Erdogan, es encontrar una manera de aprovechar el caos actual para dar un giro radical y abandonar las políticas fracasadas que ha mantenido su Gobierno con el PKK y los kurdos durante los últimos 18 meses.
Cada vez es más urgente un cambio de rumbo. El número de víctimas en los choques con los rebeldes está llegando a sus niveles más altos desde los peores tiempos de los 90; el recuento mínimo informal de la organización International Crisis Group habla de más de 830 soldados, policías, miembros del PKK y civiles muertos por la violencia desde junio de 2011. En septiembre de este año, los presos del entorno del Partido iniciaron una huelga de hambre que se ha extendido ya a más de 600 personas en más de 60 cárceles y las condiciones de algunos son ya críticas. Las fuerzas de seguridad han arrestado a varios miles de activistas del movimiento kurdo acusados de terrorismo, pese a que en general no tienen vínculos con esta actividad. La semana pasada, el cierre de tiendas, escuelas y servicios municipales en solidaridad con los reos y los huelguistas en la ciudad de Diyarbakir, de mayoría kurda, fue una de las más seguidas de los últimos 10 años.
Hasta ahora, la reacción de Erdogan ha consistido en una nueva ronda de declaraciones retóricas inflexibles, una estrategia exclusivamente militar sobre el terreno y la negación pública de que alguien estuviera haciendo huelga de hambre. Es una actitud nada realista. Debe encontrar la forma de volver a la fructífera estrategia que mantuvo hasta 2009, una apertura democrática que hizo por los kurdos, históricamente oprimidos más que cualquier otra cosa desde hace casi un siglo, y un intento genuino de hablar y dialogar con el PKK para lograr un acuerdo. Durante ese periodo el número de víctimas descendió y en junio del año pasado el legado de esa política contribuyó a que su grupo político, el Partido Justicia y Desarrollo (AKP), obtuviera más de un tercio de los votos en las 12 provincias del sureste con mayoría de kurdos.
Para resolver el conflicto, el primer ministro turco necesita presentar un nuevo paquete de medidas inequívocas. Debería empezar por separar la lucha militar contra la reciente ofensiva armada llevada a cabo por el PKK del verdadero problema kurdo. A su vez, esta situación debe abordarse mediante una serie de estrategias que incluyan el derecho a la educación en la lengua materna, la descentralización, un sistema electoral que permita al movimiento kurdo ocupar su justo lugar en el Parlamento y la eliminación de cualquier tipo de discriminación en la constitución y las leyes. La manida excusa para no hacerlo -el supuesto rechazo de los nacionalistas turcos a otorgar justicia y los mismos derechos a los kurdos- es un espejismo. La opinión pública turca, en general, nunca ha expresado una fuerte oposición a la apertura democrática, las negociaciones con el PKK ni la existencia de una televisión que emita 24 horas en kurdo, cosas impensables hace cinco años.
En realidad, da la impresión de que el Gobierno de Erdogan ya está retrocediendo hacia ese tipo de políticas razonables. En septiembre comenzaron las clases optativas de kurdo en las escuelas. El viceprimer ministro, Bulent Arinc, ha prometido que los kurdos van a poder utilizar su propia lengua en los tribunales y que, tal vez, autorice al líder encarcelado del PKK, Abdullah Ocalan, a tener acceso a sus abogados (y, por tanto, al mundo exterior), después de más de un año de aislamiento. Hace unos días, el AKP presentó una serie de propuestas para la nueva Constitución, que al parecer ahora incluyen la reducción o incluso la eliminación del problemático umbral del 10% de los votos nacionales como condición necesaria para entrar en el Parlamento (un requisito que solo excluye, por lo general, al principal partido kurdo, que suele obtener entre el 5 y el 7%). Por último, el comité parlamentario para la reforma constitucional sigue celebrando reuniones y aún está a tiempo de dar grandes pasos para eliminar cualquier resto de discriminación étnica.
Con todo, lo que hace falta es que el primer ministro Erdogan muestre auténtica voluntad política y presente este mosaico de ideas positivas como una estrategia amplia y unificada para resolver un conflicto que ha costado más de 30.000 vidas y 300.000 millones de dólares desde 1984. Solo con que actuara con justicia y permitiera el acceso de Ocalan a los abogados y el uso del kurdo en los tribunales y la educación, se acabarían las huelgas de hambre. Por suerte, la semana pasada se abrió una oportunidad de tener un periodo sin elecciones, en el que sería posible poner en marcha esta estrategia, cuando el AKP abandonó sus planes de adelantar los comicios locales previstos para marzo de 2014.
No cabe duda de que los sucesos de Siria han puesto nerviosa a Turquía ante la posibilidad de dar más poder a los kurdos en Oriente Medio y, tal vez, el Gobierno de Damasco haya regresado a sus políticas de otros tiempos, de intentar debilitar a Ankara haciendo que sea más difícil de resolver el problema de la insurgencia de su PKK y la situación kurda. Pero estos 18 meses nos han enseñado que Turquía no tiene prácticamente instrumentos -ni amenazas, ni poder blando ni poder militar- que le permitan influir de manera crucial en el deterioro de la guerra civil siria.
Si Turquía se siente vulnerable en la cuestión kurda, lo mejor que puede hacer Erdogan para defenderse es poner orden en su propio país.
Hugh Pope es director del proyecto Turquía / Chipre del International Crisis Group