atemtats i augment de la tensió al Daguestan
La tensión islamista golpea Daguestán
La muerte en atentado de un jeque sufí desestabiliza la zona
Documento con fecha jueves, 30 de agosto de 2012. Publicado el jueves, 30 de agosto de 2012.
Autor: Rodrigo Fernández.Fuente: El País.
A pesar de la debilidad actual de la guerrilla islámica fundamentalista mantenida por los wahabíes derrotados en Chechenia, la violencia no ha cesado en el Cáucaso ruso. Y Daguestán, república rusa vecina a esta, se ha convertido en uno de los centros del terror, como lo demuestra el último atentado que esta semana acabó con la vida del jeque Said Afandi al-Chirkawi, líder espiritual de dos cofradías sufíes. El martes pasado, entre las personas que fueron a escuchar el sermón del jefe de las cofradías Naqshbandiyya y Shadhiliyya, se coló una terrorista, que se inmoló causando la muerte de Al-Chirkawi y de otras cuatro personas. La tragedia sucedió en el pueblo montañés de Chirkéi, poblado principalmente por ávaros caucásicos, uno del centenar de grupos étnicos que habitan Daguestán.
El asesinato del anciano jeque sufí —en octubre cumpliría los 75 años— ha provocado una gran inquietud en la zona. Muchos observadores consideran que este atentado contra uno de los más prestigiosos líderes del llamado islam tradicional (que en el Cáucaso es el sufismo) puede provocar una reacción en cadena y desestabilizar a todo el Cáucaso del Norte. Alexéi Malashenko, experto del Centro Carnegie de Moscú, pronostica que serán muchos los que querrán vengar la muerte de Al-Chirkawi y que las autoridades deben prepararse para neutralizar el nuevo brote de violencia si desean evitar que explote toda la región. El jeque, cuyo apellido laico era Atsáyev, tenía decenas de miles de discípulos, según los islamólogos rusos.
El politólogo Vladímir Nóvikov opina, por su parte, que "esto puede realmente tener consecuencias graves en un futuro próximo". Tanto los especialistas citados como el Comité de Investigaciones ruso parten de la base de que el asesinato de Al-Chirkawi fue motivado por su actividad religiosa y que perseguía abortar el acercamiento en curso entre las diferentes ramas del islam en el Cáucaso del Norte, por el que abogaba el jeque.
La mezquita central de Majachkalá, la capital de Daguestán, acogió a fines de abril pasado una asamblea en la que participaron tanto los partidarios del Directorio Espiritual Musulmán —la institución islámica oficial, apoyada por las autoridades— como los salafistas o wahabíes. El progreso alcanzado en aquella reunión fue prácticamente anulado por un atentado contra un puesto policial, ocurrido el 3 de mayo y que dejó una docena de muertos y más de un centenar de heridos. Algunos analistas consideran que Daguestán está al borde de la guerra civil y que los que organizaron el asesinato de Al-Chirkawi pretendían conseguir que los miles de seguidores del jeque tomen las armas.
La terrorista que se inmoló para matar al jeque es, según la policía, Aminat Kurbánova (Sapríkina, de soltera), una rusa convertida al islam, viuda de uno guerrillero muerto durante una operación policial. Como wahabí, Aminat odiaba a Al-Chirkawi, quien en sus sermones criticaba a los fundamentalistas.
Pero lo curioso es que, según la policía informó en su momento, a Kurbánova, exactriz, se le dio por muerta durante el citado atentado del 3 de mayo. Verdad es que después de realizados los análisis de ADN se identificó solo a los hermanos Muslimat y Rizván Alíyev. Kurbánova, que era vecina de ellos, habría sido la que los habría reclutado y los habría acompañado, pereciendo casualmente en el auto lleno de explosivos. A esta conclusión —que ha resultado errónea si fue Kurbánova la que mató a Al-Chirkawi— los investigadores llegaron porque, según dijeron, habían encontrado restos de dos mujeres en el coche bomba.
No es de extrañar, entonces, que algunos musulmanes no crean que el atentado contra el jeque sea obra de los wahabíes. Así, Haidar Jamal, presidente del Comité Islámico de Rusia, no excluye que el asesinato de Al-Chirkawi sea una provocación de los servicios de seguridad. "Se había producido un acercamiento de posiciones entre sufíes y salafitas y habían llegado a ciertos acuerdos. Si los radicales deseaban eliminar a Saíd Afandi, lo hubieran hecho hace tiempo", dice Jamal al repecto.
Farid Asadulin, vicepresidente del Comité Espiritual de Musulmanes de la Rusia Europea, está de acuerdo con Jamal y no descarta que en el atentado estén involucrados los servicios secretos rusos, aunque agrega que también fuerzas externas podían estar interesadas en eliminar a Al-Chirkawi, particularmente grupos árabes que quieren formar en el Cáucaso un emirato.
Sea como fuere, es un hecho que los wahabíes son un constante dolor de cabeza para las autoridades rusas. No solo crean problemas en el interior del país —con su guerrilla activa últimamente en Ingushetia y Daguestán, y, en menor medida, en otras regiones caucásicas como Chechenia o Kabardino-Balkaria—, sino también el la frontera. Así, el miércoles, cerca del pueblo georgiano fronterizo Lapankuri, hubo enfrentamientos entre policías del vecino país con un grupo de barbudos, aparentemente guerrilleros fundamentalistas.
Según Georgia, esta semana habrían cruzado la frontera unos 20 guerrilleros que en los últimos días habían tomado como rehenes a una decena de habitantes locales. Los combates que estallaron entre los miembros de las fuerzas especiales georgianas y los invasores dejaron un saldo de 11 guerrilleros y tres militares muertos.
Los rusos, no obstante, niegan que haya ocurrido nada y dicen que son "declaraciones provocadoras" que periódicamente hace Tbilisi. Sin embargo, estas declaraciones del Servicio Federal de Seguridad ruso (ex-KGB) se contradicen con las informaciones de Daguestán, según las cuales miembros de la guerrilla activa en el distrito de Tsuntín, perseguidos por las fuerzas del orden locales, huyeron a Georgia.
Mientras tanto, el presidente Mijaíl Saakashvili declaró que las autoridades de Georgia "no permitirán que se exporte nuevamente la tensión desde el territorio de nuestro vecino del norte".
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El pasado 28 de agosto un destacado líder musulmán de la república de Daguestán, el maestro espiritual sufí Said Afandi, fue asesinado en su casa por una mujer suicida. Un mes antes una bomba causó graves heridas a Ildus Faizov, el muftí o principal autoridad jurídica musulmana de Tartaristán, mientras unos pistoleros acababan con la vida de su destacado discípulo Valiulla Yakúpov.
Todos eran líderes moderados del islam. El ataque en Daguestán, una de las repúblicas rusas de la conflictiva región del Cáucaso, podría ser comprensible. Pero los atentados en la capital tártara, Kazán, en la cuenca del río Volga, causan preocupación.
Hasta este momento, Kazán y su provincia eran consideradas una zona de estabilidad, una balsa de aceite comparada con otras regiones musulmanas rusas. Kazán, a donde el islam llegó de la mano de los tártaro-mongoles y ni siquiera Iván el Terrible consiguió erradicarlo, es el ejemplo que siempre se pone cuando en Rusia se quiere hablar de islam moderado, de convivencia entre religiones y nacionalidades. La mitad de los cuatro millones de habitantes de Tartaristán son musulmanes de la tradición más moderada de la rama suní, y de siempre han convivido en paz con sus vecinos ortodoxos.
Los ataques en Kazán coincidieron con el inicio del Ramadán, el mes de la abstinencia musulmana, y levantaron enseguida la preocupación en Moscú, ya que el Gobierno ruso siempre ha intentado evitar que la inestabilidad que comenzó en Chechenia se extienda más allá del Cáucaso. En un primer momento las autoridades rusas achacaron el asesinato de Yakúpov a una venganza de un competidor comercial por el monopolio de los viajes de peregrinación a La Meca, reacias tal vez a admitir un estallido de violencia islamista en Kazán. Pero luego un grupo identificado como Los Muyahidines de Tartaristán, reivindicaron los ataques de julio en la página web de los islamistas chechenos, y las fuerzas de seguridad comenzaron a practicar decenas de detenciones y registros entre quienes mantienen conexiones con elementos extremistas. Sin embargo, la idea de Kazán como una zona de paz absoluta era pura ilusión. Yakúpov y el jefe de los ulemas de Tartaristán, el muftí Ildus Faizov, se han caracterizado por una abierta oposición al wahabismo, al salafismo radical o a los predicadores que utilizan las mezquitas para hacer propaganda de las posiciones más radicales del islam o la implantación de la charia. También era crítico con los extremistas el jeque daguestaní Said Afandi. En Rusia los líderes musulmanes moderados se han convertido en objetivo de los ataques de las corrientes más radicales del islam, que no dudan en usar el terrorismo para lograr sus fines.
La explosión a mediados de agosto de un vehículo con las bombas caseras de estos muyahidines en Zelenodolsk, a media hora de la capital tártara, confirmó a los especialistas y a las autoridades que el islamismo radical se está extendiendo y hoy es ya una amenaza en Rusia. En el coche había tres hombres armados.
Para el teólogo Farid Salmán, lo ocurrido en julio y agosto no son hechos aislados y hay peligro de que sea sólo el comienzo de algo peor. No faltan tampoco aquellas voces que acusan al Kremlin de no haber prestado la suficiente atención a un fenómeno que, aunque ha estallado ahora, llevaba tiempo gestándose. No se debe exagerar el fenómeno, pero tampoco ignorar, advierten.
"Dividir el islam entre tradicional y no tradicional es algo que sucede en Tartaristán, en el Cáucaso y en Asia Central, y en general en todo el mundo musulmán. Y ambas tendencias se encuentran siempre en permanente conflicto", ha apuntado Alexéi Malashenko, codirector del programa sobre Religión, Sociedad y Seguridad del Centro Carnegie de Moscú. "Esta guerra -agrega- no es sólo religiosa, sino también ideológica y política, una lucha por controlar el pensamiento islámico, las mezquitas, las instituciones y las universidades religiosas, en fin, la sociedad. Los atentados de Kazán ponen fin a la ilusión de que Tataristán ha conseguido huir de la radicalización del sentimiento religioso", concluye Malashenko.
El muftí asesinado Valiullá Yakúpov había sido amenazado varias veces y su nombre circulaba como un objetivo en los foros islamistas radicales de internet. Kazán no está tan lejos como el Cáucaso y su proximidad a Moscú, sólo 800 kilómetros, ha hecho saltar las alarmas.
No es la primera vez que se descubren islamistas extremistas en Tartaristán. En Afganistán y Chechenia se identificaron tiempo atrás a tártaros que habían estudiado en escuelas islámicas o madrazas. Dos guerrilleros talibanes capturados en el 2001 y encerrados en la base estadounidense de Guantánamo eran tártaros.
El líder checheno Doku Umárov ha señalado la región del Volga como objetivo de su campaña y como parte de un futuro califato islámico dentro de Rusia, que él llama Gran Emirato del Cáucaso. En los últimos años los musulmanes radicales de Tartaristán han aumentado los contactos con sus compañeros del Cáucaso y Asia Central. "Muchos nativos de Chechenia han llegado a Tartaristán y a las regiones de la cuenca del Volga y han establecido vínculos comerciales y religiosos, lo que ha facilitado el aumento de la religiosidad de los musulmanes locales", apunta Malashenko. "Algunos imanes -añade- dicen que en las oraciones de los viernes más de la mitad de los asistentes son oriundos del Cáucaso Norte".
De los 142 millones de habitantes de Rusia, 20 millones son musulmanes. Se concentran sobre todo en las regiones del Cáucaso y en el Volga (Tartaristán y Bashkortostán). La creciente inmigración de la última década ha aumentado el número de musulmanes en Rusia. Procedentes de las exrepúblicas soviéticas de Asia Central, son en su mayoría jóvenes, descontentos con el islam tradicional, poco preparados intelectualmente y, por tanto, más maleables. El incremento de la población musulmana inmigrante se ha notado significativamente incluso en Moscú. La capital rusa, que ha necesitado de esta mano de obra para su auge económico, no se ha adaptado a los nuevos vecinos. Una de las quejas habituales de los líderes musulmanes es que faltan mezquitas. Las oraciones de los viernes, se celebran en la calle ante el limitado aforo de los lugares de rezo. De los 11,5 millones de habitantes de Moscú, se calcula que dos millones son musulmanes. En la capital rusa no hay más que cuatro mezquitas.
3-IX-12, G. Aragonés, lavanguardia