Hay-on-Wye, el paradís dels llibres
Viaje al Woodstock de las ideas
Cómo un pueblo perdido en el corazón de Gales se ha situado, de la mano de los libros y del Hay Festival, en la vanguardia del pensamiento crítico. 'La Vanguardia' pasó un día entero en este paraíso libresco

El recinto del festival se ubica a poco más de un kilómetro de Hay-on-Wye, un bucólico pueblo del condado de Powys, en Gales
En un mundo diseñado para que se pueda vivir dentro de una pantalla, hay gente que aún viaja para comprar libros y ver en directo a sus novelistas y pensadores favoritos. No solo era mentira la muerte anunciada del papel, sino que los festivales literarios proliferan y cada vez más municipios se autoproclaman “ciudad de libros”.
“Leer es sexy”, reza un cándido eslogan de nuevo cuño, que trata de rescatar a la humanidad atrapada en dispositivos gobernados por algoritmos capciosos. Este artículo es un viaje al origen del invento. Al inicio de los festivales literarios, de las ciudades librescas y de las nuevas trincheras del frente donde el pensamiento crítico combate contra la barbarie.
Más que un viaje, es un peregrinaje, porque hace falta profesar la fe de los letraheridos para llegar hasta Hay-on-Wye, en el corazón de Gales. Primero hay que volar a Londres. Luego, desplazarse hasta la estación de Paddington y, allí, tomar un tren que invierte tres horas en llegar a Hereford.
El camino ya predispone a la experiencia literaria: la línea bordea el Reading de Oscar Wilde y el Strattford-upon-Avon de Shakespeare. De Hereford, hay que viajar hasta Hay en coche (el trenecito que llevaba hasta el pueblo quedó fuera de servicio en 1962), lo que supone añadir casi una hora de viaje por una exuberante carretera. En total, son no menos de 12 horas si se viaja desde Barcelona o Madrid. Pero es un viaje con premio.
Durante el festival, que arrancó el viernes 23 y que finaliza hoy domingo, se venden cerca de 200.000 entradas a personas llegadas de las grandes ciudades de Reino Unido y de otros países, que convierten la pequeña villa (1.600 habitantes) en un desfile inacabable frente a la veintena larga de librerías, los cafés literarios, los pubs, las paradas de artesanía y los pocos hoteles abiertos.
De hecho, muchos asistentes al Hay se alojan en habitaciones cedidas o alquiladas. Estos días resulta más fácil encontrar una rarísima edición del clásico de tu vida que una cama libre. Otros optan por el glamping , una forma glamurosa camping en tiendas habilitadas para personas cuya espalda no está ya para muchas emociones.
Hay-on-Wye pasa por ser la primera ciudad de libros del mundo: hay más de 20 librerías para 1.600 habitantes
¿Una veintena de librerías? Son de mal contar, porque, en Hay-on-Wye, muchos comercios que no son del gremio tienen estanterías con libros. Nadie quiere quedarse fuera del relato de éxito de una ciudad que lo tenía todo para sufrir una decadencia irreversible, pero que encontró su camino.
Esta es una historia que arranca a mediados de los 70, cuando el bibliófilo Richard Booth decidió que la manera de rescatar la ciudad de la crisis motivada por la llegada de los hipermercados y el consiguiente cierre de tiendas era convertirla en una booktown , una villa de los libros. Él mismo aportó decenas de miles de ejemplares, que crearon una microindustria de libreros, distribuidores y montadores de estanterías.

Exterior de una de las librerías de Hay-on-Wye
Su estrategia para publicitar el invento fue tan descabellada como eficaz: plantado el día de los inocentes en el castillo del pueblo, que entonces era suyo, con un tubo de gas bruñido como cetro en una mano, y una boya de inodoro como orbe en la otra, Booth se autoproclamó Rey del Reino Independiente de Hay.
De tamaña excentricidad se hizo eco la prensa nacional. Hay-on-Wye estaba ya en el mapa.
Poco después, en 1988, nació el Hay Festival, un evento de literatura y pensamiento que abarca todas la artes y que tiene varios festivales satélites, como el que se celebra en Segovia y el más incipiente de Sevilla. Su sede principal se ubica en un parque situado a una milla del centro de Hay.
Es una ciudad de tiendas y carpas que por fuera evoca un campamento del circo pero que por dentro funciona con la fría eficacia de una terminal de aeropuerto. En 2021, Bill Clinton definió este akelarre de conferencias, libros y rock’n roll (quizás por la noche en el pub) como “el Woodstock de las ideas”.
Tras pasar frente a la tienda-librería, tan grande que podría acoger un show del mismo Cirque de Soleil, entramos en el escenario donde la novelista mexicana Cristina Rivera Garza habla de la traducción al inglés de la novela La muerte me da frente a unas 200 personas que han pagado 10 libras por asistir.

Richard Booth, Rey de Hay, en 1974
La autora explica por qué su libro arranca con el cadáver de un hombre castrado. “Era la época de los feminicidios en México, y se me ocurrió preguntarme qué haríamos si las víctimas fueran hombres, cómo reaccionaríamos, si la literatura puede aportar una manera diferente de mirarnos a nosotros mismos”.
Salman Rushdie, Javier Cercas, Julia Navalnaya, Alastair Campbell, Brian Eno o Anne Applebaum, entre los ponentes
Al salir pasamos frente a la cola imposible del Global Stage, el mayor escenario del Hay Festival, la platea de un gran teatro situada bajo una imponente carpa. Se representan obras de Shakesperare en formato apto para niños.
La comida es en el pub The Blue Boar, El Jabalí Azul (o melancólico...). Sheila Cremaschi, directora del Hay Festival España, comenta off the record con la periodista británica afincada en Madrid Helena de Bertodano, especializada en celebridades y literatura, los nombres de quienes intervendrán en septiembre en la versión segoviana del festival, que cumplirá su vigésima edición. Algunos de los ponentes que actúan estos días en Gales disertarán también en la ciudad castellana.
Los Hay Festival, por nivel organizativo y por la relevancia de sus ponentes, están posicionados en la gama alta de una nebulosa de festivales que han surgido, como las booktwon , por toda la geografía europea. Los impulsan un puñado de románticos de la gestión cultural, las editoriales y alcaldes avispados que quieren proyectar sus municipios a través de la cultura. Los autores recorren este circuito cuando promocionan su libro.

Interior de la librería Richard Booth, en Hay-on-Wye
En los últimos tiempos se ha extendido la idea de que los festivales de este tipo son burbujas de resistencia en un ecosistema de pensamiento dominado por la superficialidad, la credulidad y el dogmatismo. Un calificativo, el de burbuja, que no acaba de convencer a sus promotores, ya que no complace a nadie que su proyecto se constriña a un target impermeable de gente madura que compra libros, lee periódicos y va al teatro, dejando fuera al resto.
El festival tiene dos sedes en España: Segovia, donde cumple 20 ediciones, y la más reciente de Sevilla
Aun así, la idea de la resistencia cultural alienta la organización de estos encuentros. La consejera delegada del Hay Festival, Julie Finch, subraya en el backstage la importancia de fomentar ese pensamiento crítico que tanto se echa en falta en el ecosistema comunicativo, mientras todas las miradas de la sala se dirigen hacia el actor Mathew Woode ( The Good Wife , Downton Abbey , Freud’s Last Session ), que se sirve una copa de vino tinto. ¿Participa en algún acto? “No, debe de haber venido porque le interesa alguna conferencia”.
En la tienda, firma libros la periodista Anne Applebaum ( Autocracia S.A. ), que rivaliza en capacidad de convocatoria con uno de los ponentes con los que coincidirá dentro de unos minutos en el escenario principal, Alastair Campbell, que fue mano derecha de Tony Blair en su etapa en Downing Street.
En lugar de ir a este debate, para cerrar esta incursión de un día en el Hay Festival hemos elegido el que protagonizan la artista y profesora Bette Adriaanse y el músico Brian Eno con el título ¿Por qué necesitamos el arte? Eno ha dejado atrás su etapa de teclista, en la que sobresalió como músico de Roxy Music o como colaborador de David Bowie en su prodigiosa etapa berlinesa, y se dedica ahora a disertar sobre el poder transformador del arte.
Una de sus obsesiones es la pérdida de creatividad que se produce en el tránsito de la infancia a la edad adulta. “El artista es aquél que sigue haciendo durante toda la vida lo que el resto de la gente deja de hacer cuando abandona la infancia”, subraya Eno ante varios centenares de espectadores.
No nos quedamos al turno de preguntas porque nos espera la fiesta oficial. Y es una lástima, porque el Hay Festival, nos recuerda su directora internacional, Cristina Fuentes, destaca por la calidad de las intervenciones del público, que suelen ser incisivas y que pocas veces incurren en el vicio del monólogo que nadie ha pedido. Lo hemos comprobado esta mañana, cuando han preguntado a Rivera Garza si escribir en una lengua que no es la propia ayuda a afrontar mejor las temáticas que resultan dolorosas al autor.
El Hay es un ejemplo de resistencia cultural que reúne a decenas de miles de personas en un lugar remoto
La fiesta se celebra en la librería Richard Booth, fundada por el ya desaparecido Rey de Hay. Quien la visite una sola vez la considerará ya para siempre una candidata a mejor librería del mundo. El antiguo granero de dos plantas y sótano donde los libros antiguos y los nuevos conviven en angostos pasillos de madera que es un privilegio transitar acoge a una cincuentena de invitados, la mayoría asistentes al festival.
Una mujer que ha asistido al panel de Applebaum cuenta que se han vivido momentos de tensión: la periodista ha afeado al primer ministro de Albania, Edi Rama, que no fuera más beligerante con Donald Trump. Mientras, unas muchachas nacidas en el pueblo pero que viven en Londres rebajan sensiblemente la media de edad. A su manera, y sin saberlo, revientan la burbuja. ¿Lograrán espacios de debate como este asegurarse el relevo generacional?
La charla deriva hacia la ansiedad que genera la intensa programación de los próximos días. No es fácil elegir. Al día siguiente interviene Javier Cercas y, a finales de semana, Salman Rushdie.
Muchos de los eventos programados tienen todas las entradas vendidas, pese a que el festival se celebra in the middle of nowhere (donde Cristo perdió el gorro). Puede que no haya futuro, pero el presente es aún esplendoroso.