*Las ideas anarquistas y la condición humana*, Capi Vidal

Una de las mayores falacias sobre el anarquismo, que continúa bien extendida, es considerar que tiene un excesivo optimismo sobre la condición humana. En cierta tesis sobre pensamiento anarquista, a la que tuve oportunidad de acudir, se escuchó por parte de un miembro del tribunal aludir a que el anarquismo estaría muy bien si todos los seres humanos actuaran de forma correcta. Y, en ese caso, estamos hablando de supuestas eminencias en materia «humanística». Echemos un vistazo a las auténticas reflexiones que han realizado los anarquistas sobre la «naturaleza» humana.

 

Por supuesto, los pensadores ácratas han profundizado en la cuestión, tratando de refutar precisamente la visión contraria sobre lo imposible de una sociedad anarquista debido a una naturaleza humana supuestamente negativa. Como explica de forma excelente Tomás Ibáñez, existen muchos grados entre los que niegan de forma absoluta que exista tal cosa como una «naturaleza humana» hasta los que afirman lo contrario, su plena realidad. En cualquier caso, ni siquiera en el caso de la negación absoluta, se duda de la existencia de ciertos rasgos comunes para todos los seres humanos (por ejemplo, la facultad intelectiva, lingüística y simbólica o, en otro orden de cosas, la capacidad para sufrir, amar o sentir placer); la controversia sobre la naturaleza humana, y es una buena aclaración previa, no se realiza en torno a este sustrato común que existe en todos los humanos.

Como hemos dicho, las criticas al anarquismo suelen partir de una falsa concepción; si se realiza por lo que realmente sostiene, estamos preparados para el debate; como es el caso contrario en este que nos ocupa de la naturaleza humana, es necesario molestarse en averiguar lo que verdaderamente se dice sobre ello. El razonamiento de los detractores del anarquismo suele ser a la inversa; si se pretende que una sociedad de libres e iguales, sin coacción alguna, es posible, entonces es que se sostiene una concepción muy optimista de la condición humana. La conclusión siguiente es que, dado que hay que negar esto último, la sociedad anarquista no es posible. Por supuesto, no es solo una mera falacia, sino que suele llegar a afirmarse lo contrario: la naturaleza humana es lamentable, somos agresivos, egoístas y con tendencia a la dominación.

Los anarquistas clásicos no han sostenido jamás una simpleza tal como una concepción benévola sobre el ser humano. Es más, de forma muy lúcida, e innegablemente actual, tuvieron siempre en cuenta su maleabilidad; según el contexto social, se potencian características positivas o negativas. No caían en ninguna simplificación ingenua tampoco; la conquista de la libertad es ardua, y requiere una constante vigilancia dados los muchos conflictos que se producen en la vida social, así como las pasiones que condicionan el comportamiento humano. Si atendemos a Kropotkin, al que a menudo se acusa con facilidad de utópico y excesivamente optimista, comprenderemos que su visión del apoyo mutuo como factor importante de la vida social no excluye la competencia y el egoísmo; por ello, se esforzó en dilucidar las posibilidad de una sociedad anarquista, en la que se potenciarían los aspectos más positivos, solidarios y cooperativos, del ser humano. Los tres grandes pensadores clásicos del anarquismo, Proudhon, Bakunin y Kropotkin, recogen la vieja tradición del ser humano como «animal social»; es la sociedad, previa a los individuos y sin que podamos concebirlos fuera de ella, la que determina en gran medida su comportamiento.

Por lo tanto, exponemos así una cuestión muy fácil de comprender: el anarquismo no necesita tener una visión optimista de la naturaleza humana. El contexto social tiene en potencia diversas manifestaciones, que según las características de aquel se reprimen o se desarrollan. Así, una sociedad anarquista tendría en su seno seres humanos capaces de adaptarse, de forma más o menos sencilla, a unas condiciones de vida en libertad y armonía sin coacción alguna. Lo que pensadores anarquistas en la actualidad, como Tomás Ibáñez, sostienen es que el anarquismo no debe entrar en el juego de si una sociedad libertaria es la que mejor se adapta a la condición humana; se oponen así, en ese aspecto, a Kropotkin (muy lejos, no obstante, su erudición de lo que sus detractores manifiestan), que se esforzó en demostrar que la anarquía en sociedad es lo que permitiría una mejor expresión del desarrollo y la actividad humana. Desde este punto de vista, el anarquismo es una posibilidad por la que merece la pena luchar por motivos más éticos que naturales; la sociedad anarquista es por supuesto contingente, es decir, puede llevarse a cabo, pero no de modo alguno necesaria.

Es un debate muy interesante, y lo que sabemos sobre el ser humano a estas alturas no resuelve en modo alguno que exista una determinación absoluta en su naturaleza, más bien todo lo contrario. La posibilidad de unos valores netamente anarquistas, como la autonomía y la solidaridad, no parecen inscritas de forma necesaria en nuestros genes, sino que son una posibilidad gracias a determinadas ideas y prácticas situadas en la historia. Una muy noble aspiración, por lo que seguiremos trabajando.