EREVÁN – Han pasado 12 meses desde que Hayk Harutyunyan, un fotógrafo de 22 años de Nagorno Karabaj, recogió su casa por última vez y cerró la puerta para siempre.
“Todas las mañanas, antes de abrir los ojos, imagino lo maravilloso que sería despertar en casa. Pero, una vez más, no estoy allí”, explica Harutyunyan a IPS en el parque junto al apartamento que su familia alquila actualmente en las afueras de Ereván, la capital de Armenia.
Harutyunyan es uno de los más de 100 000 armenios obligados a huir de Nagorno Karabaj tras la última y definitiva la ofensiva de Azerbaiyán del 19 de septiembre de 2023.
También llamada Artsaj por su mayoritaria población armenia, Nagorno Karabaj era una república autoproclamada en territorio oficialmente de Azerbaiyán que había buscado reconocimiento internacional e independencia desde la disolución de la Unión Soviética en 1991.
En la actualidad, la mayoría de los armenios de Karabaj luchan por sobrevivir dispersos en la República de Armenia. Otros han optado por emigrar a distintos países.
“Simplemente, es imposible regresar. Si fuera posible vivir juntos, ¿por qué la gente abandonaría sus hogares, sus tierras y su patria en apenas unos días?»: Gegham Stepanyan.
“Todavía guardo la llave de mi casa en la cartera. Me niego a pensar que no volveré nunca, aunque no tengo ni idea de cómo ni cuándo”, afirma el fotógrafo, que también documenta con sus imágenes la situación de los desplazados.
Reconoce que ser reportero y víctima al mismo tiempo puede ser demasiado complicado. En este rincón del Cáucaso, en la región de Eurasia, las generaciones más jóvenes también han heredado un conflicto que dura décadas.
Una niña desplazada durante la evacuación forzosa de Nagorno Karabaj, a partir del 19 de septiembre de 2023. Según el gobierno armenio, alrededor de 30 000 de los más de 100 000 refugiados son menores de edad. Imagen: Gaiane Yenokian / IPSTras una guerra de 44 días en 2020, Azerbaiyán obtuvo el control de dos tercios del territorio que entonces permanecía bajo control armenio. Además, Nagorno Karabaj perdió su única conexión terrestre directa con Armenia.
La guerra terminó con un acuerdo de paz en el que medió Moscú. Se desplegaron fuerzas de paz rusas para garantizar la seguridad de los armenios que aún se encontraban en el enclave. Pero no cumplieron con su cometido.
La ofensiva de septiembre del año pasado se lanzó después de un brutal bloqueo de nueve meses por parte de Azerbaiyán, que cerró la única carretera que conectaba Nagorno Karabaj con Armenia y el mundo exterior.
Hayk recuerda aquellos meses en los que él y el resto de armenios que permanecían en el enclave se enfrentaron a una escasez extrema de alimentos, medicinas, electricidad, combustible y otros suministros básicos.
“Podíamos pasar horas haciendo cola para conseguir pan e incluso volver a casa con las manos vacías, pero al menos estábamos allí, estábamos en casa…”, espeta el joven desplazado. Cruzar a Armenia, recuerda, fue “como atravesar un muro, dejar atrás el alma y llevarme solo el cuerpo”.
Tras llegar a Armenia, se toparon con los precios inflados de la vivienda debido a la afluencia de personas llegadas de Rusia tras la guerra de Ucrania. Los karabajíes se enfrentan a dificultades cada vez mayores para encontrar alojamiento asequible.
Ruzanna Baziyan, una profesora de ruso de 58 años y madre de cuatro hijos, vive hoy con los recuerdos de la tierra donde pasó toda su vida. Tiene una nieta en edad preescolar. Dice que la pequeña se rebela contra la realidad a su manera silenciosa.
“Cuando vamos de compras, ella siempre elige cosas que le recuerdan su hogar, ya sean juguetes o una bicicleta con los mismos colores y formas que tenía en Stepanakert (la antigua capital de Nagorno-Karabaj) como si estuviera recreando partes de la vida que dejó atrás”, explica Baziyan a IPS en su apartamento en el noreste de Ereván.
“La niña incluso me preguntó si los pájaros también se habían ido de Stepanakert. Es como si todavía no pudiera creer lo que nos pasó. Dice que envidia a los pájaros”, señala la mujer armenia.
Aunque Baziyan no cree que la coexistencia sea posible, es contundente respecto a la voluntad de su pueblo: “La mayoría nosotros volveríamos si hubiera garantías de seguridad y dignidad, pero no bajo el dominio azerbaiyano. No podemos arriesgarnos a sufrir un genocidio en nuestros propios hogares”, añade.
«Malditos sean los que venden Artsaj», se lee en unas pancartas durante una manifestación en Ereván en el mes de mayo. La gestión de la crisis a manos del gobierno armenio está siendo muy criticada por la comunicad de desplazados Imagen: Sona Hovsepyan / IPSDerecho al retorno
Más allá de un deseo puramente personal, el regreso de los refugiados y exiliados es un derecho reconocido en la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Dos meses después del desplazamiento masivo, la Corte Internacional de Justicia (CIJ) pidió a Azerbaiyán que garantizara el “retorno seguro y sin obstáculos” de estos desplazados. Así lo hizo también una resolución del Parlamento Europeo en marzo de este año.
El gobierno azerbaiyano ha ofrecido a los armenios de Karabaj la posibilidad de regresar a sus hogares con la condición de que acepten vivir bajo la autoridad azerbaiyana. La propuesta ha sido rechazada sistemáticamente por los antiguos habitantes de Karabaj.
Mientras tanto, los antiguos residentes del enclave contemplan impotentes en las redes sociales cómo los soldados azerbaiyanos saquean sus casas, vandalizan sus cementerios e incluso destruyen el patrimonio cultural, iglesias medievales incluidas.
“Simplemente, es imposible regresar. Si fuera posible vivir juntos, ¿por qué la gente abandonaría sus hogares, sus tierras y su patria en apenas unos días?», trasladó a IPS por teléfono y en Ereván Gegham Stepanyan, defensor del Pueblo de Artsaj y miembro del Comité para la Defensa de los Derechos Fundamentales del Pueblo de Artsaj.
Esta falta de garantías de seguridad ha sido corroborada por numerosos informes de organizaciones internacionales como Human Rights Watch y Amnistía Internacional. Durante la guerra de 2020 y el bloqueo de 2023, también denunciaron ataques a civiles, violaciones de las leyes de la guerra y el asesinato y maltrato de prisioneros de guerra y residentes pacíficos.
El 2 de septiembre de 2024, la Asociación Internacional de Académicos de Genocidio —una organización independiente con sede en la ciudad estadounidense de Virginia— publicó un resolución condenando las “acciones genocidas” de Azerbaiyán en Nagorno Karabaj y pidiendo a la comunidad internacional que “reconozca estas atrocidades, garantice el derecho de los armenios a regresar a su patria y garantice su seguridad”.
Azerbaiyán también está bajo la lupa por su gestión de las libertades civiles, la libertad de prensa, los presos políticos y las violaciones de los derechos humanos, especialmente en las zonas de conflicto. Sin embargo, la falta de garantías de seguridad no parece ser el único obstáculo para el regreso de los desplazados.
«El derecho al retorno está directamente relacionado con el derecho de libre determinación y también está consagrado en el derecho internacional de las naciones. Los habitantes de Karabaj no son diferentes, también tienen este derecho», subrayó Stepanyan.
Su comité está trabajando para crear “una plataforma donde se puedan explorar posibles soluciones”, pero Stepanyan dice que ese foro aún no existe, en parte porque Armenia “ha eliminado el tema de su agenda de negociaciones”.
“La solución a esta cuestión depende en última instancia de la voluntad política de los actores internacionales, algunos de los cuales están demasiado centrados en sus propios intereses económicos y financieros en Azerbaiyán”, zanjó categórico Stepanyan.
Tras los cortes en el suministro de gas ruso tras la invasión de Ucrania en 2022, Europa ha firmado numerosos acuerdos energéticos con Bakú para garantizarse el suministro.
Snezhana Tamrazyan, una mujer desplazada de 22 años de Nagorno Karabaj, en el Instituto de Manuscritos Antiguos de Ereván. Los karabajíes se han visto obligados a buscar refugio en Armenia, un país asolado por una crisis económica y política. Imagen: Narine Karapetyan / IPSOpciones
Después de unirse a la kilométrica caravana que partió de Nagorno Karabaj en septiembre del año pasado, Snezhana Tamrazyan, una estudiante de derecho de 22 años, se refugió en la ciudad de Kapán, a 300 kilómetros al sur de Ereván.
«Vivir bajo dominio azerbaiyano nunca fue una opción. No solo es peligroso, es una cuestión de principios. Nuestra lucha, la de nuestros padres y abuelos, era mantener Artsaj como territorio armenio. ¿Qué sentido tenía todo eso entonces?», explica Tamrazyan a IPS por teléfono desde esa localidad.
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Al igual que otras familias de Karabaj, la de Tamrazyan también arrastra una historia de guerra y desplazamiento.
Su madre, recuerda, tenía la misma edad que ella cuando fue desplazada tras un pogromo (violencia masiva promovida por el poder por razones étnicas contra la población armenia, que incluyó torturas y muertes) durante siete días en Bakú, la capital de Azerbaiyán, en 1990 que selló la expulsión definitiva de los armenios de la ciudad del Caspio.
“¿Cómo podría vivir con los responsables de la muerte y el sufrimiento de nuestro pueblo?”, repite Snezhana, antes de recordar que se sintió “como una traidora” cuando abandonó el enclave. “Dejar mi hogar nunca fue una decisión mía”, se dice a sí misma. “Me obligaron a marcharme. Nos obligaron a todos”.
ED: EG