pensamiento Butler (M. Asensi)



Poner en cuestión lo que se presume ´natural´, reivindicar la identidad como construcción. Ése es el meollo de las teorías de Judith Butler, del pensamiento ´queer´. Más allá del (pos) feminismo, una apuesta por la democracia radical.

Si Judith Butler (Cleveland, 1956) no existiera, justo sería habérsela inventado. Porque parece mentira, tan mayores ellos y algunos hasta catedráticos, y pocos se han dado cuenta de que la aparente espesura y carácter esotérico de la teoría tiene una trascendencia política y unos efectos empíricos que nadie en su sano juicio debería rechazar. Todos hemos vivido situaciones en las que a alguien se le ha insultado llamándole maricón o bollera,todos estamos familiarizados con expresiones metafóricas del tipo "ése pierde aceite por la culata", "fulanita es de la cáscara amarga" o "menganito tiene la hormona bailarina", algunos asistimos estupefactos a la constante condena por parte de la Iglesia católica de todas aquellas familias no integradas por heterosexuales cuyo fin sea la reproducción, y así un largo etcétera. Todas estas situaciones se pueden resumir de la siguiente manera: presumen e imponen la existencia de algo natural (ser heterosexual, hombre, mujer) regido por el principio de la identidad.

Un día, estando en un parque, le pregunté a un niño de siete años que estaba solo por qué no jugaba con las niñas. La respuesta fue contundente: "porque si juego con niñas acabaré siendo mariquita". En su mente ya se estaba produciendo un margen, una excrecencia, la formada por los individuos que no se ajustan a las normas heterosexuales, de hecho él ya estaba viviendo la angustia de esa posibilidad. Lo mismo hubiera dado que la respuesta se hubiera referido al negro, al inmigrante o al enfermo de sida. Pero estaremos de acuerdo en que la frase del niño esconde una gran verdad: él ya tenía claro que uno no es sino que se hace, que si frecuenta a las niñas, las imita y las cita puede asumir un rol femenino,que su fundamento ontológico y su género no está decidido de antemano.

La pregunta es angustiosa: ¿cómo una vida puede ser habitable más allá de las normas y constricciones sociales? Muchas son las cosas que están en juego con esta pregunta, y de la respuesta que demos depende el proyecto de una democracia radical y profunda. La obra de Butler, discípula aventajada de Derrida, posiblemente una de las intérpretes que más jugo ha sabido sacarle al filósofo argelino, comienza de manera simbólica en 1990 cuando publica El género en disputa.Su objetivo no deja lugar a dudas: poner en tela de juicio que el género sea algo natural, algo con lo que se nace y se muere. Y, para esta labor crítica, sus apoyos son inmejorables: el mencionado Derrida, Beauvoir, Althusser, Foucault, Millet, Wittig, Austin, entre otros.

Ahora bien, si el género no es algo natural, entonces ¿qué es? El género es el resultado de un conjunto de leyes y de normas sociales que, mediante palabras, acciones, gestos y deseos, produce y mantiene la ficción de la coherencia y del privilegio heterosexual reproductivo, provocando la ilusión de que así son las cosas y no pueden ser de otra manera. Y no porque el cuerpo sea algo pasivo y dado, sino porque también él es una construcción regulatoria. Tocamos los genitales y pensamos que están ahí desde el día en que nacimos y que, además, deben comportarse de manera coherente, nos sentimos frustrados si no funcionan de manera adecuada, si no están a la altura. En una película americana un chico y una chica jóvenes están en un coche en las afueras de la ciudad, ella alarga la mano, toca su pene y le pregunta "¿esto no debería estar duro?" Él se avergüenza, pues aquellas blanduras no estaban en el guión. Cuando era un adolescente, un amigo de mi padre me decía a modo de confidencia: si alguna vez ves un hombre desnudo y se te levanta, estás perdido, eres un maricón redomado.

No caemos en la cuenta de que hay genitales indefinidos, intersexos, tampoco advertimos que nuestro comportamiento sexual es fruto de un conjunto de acciones en las que cito y repito, imito y trato de asimilar, una norma simbólica coercitiva, tan coercitiva que de no responder a ella soy marginado, patologizado e incluso, a veces, penalizado. No sabía Aristóteles la razón que tenía cuando aseguraba que la imitación es el medio por excelencia del aprendizaje, lo que no se preguntaba era hasta qué punto la imitación y lo imitado me constituyen y me construyen, hasta qué punto eso puede hacer insufrible la vida de las personas. En definitiva, el cuerpo marcado por un género es un efecto performativo del discurso y, por ello, no es ni verdadero ni falso, sino el efecto real de una ley basada en la idea de una identidad original y estable. Qué duda cabe de que habrá gente que podrá vivir a gusto dentro de esa norma regulatoria, pero también cuán cierto es que otra mucha gente pasará las de Caín por sentir que no cuadra con esa norma.

Si a todos los que quedan fuera de los bordes de dicha norma se les denomina queer (en inglés raro,anormal,también término para designar despectivamente al homosexual), entonces se comprenderá que el libro El género en disputa fuera considerado como el manifiesto de la teoría queer y que fuera leído a lo largo de los años en muchos lugares del mundo y en diferentes lenguas. Más aún cuando Butler no se limitaba a analizar el carácter performativo del género, sino que se concentraba en las posibles maneras de subvertir la heteronormatividad.

La ecuación es de una lógica aplastante: dado que el género es el efecto de una performatividad, son posibles otras performatividades, otros actos, otros modelos no identitarios que hagan entrar en bancarrota las políticas de la identidad. Por ejemplo, el drag,en su proceso de transformismo, de cambio de género como fundamento de su acto dramático, revela la estructura imitativa del género y, por añadidura, señala su contingencia, la posibilidad de una liberación. Resulta más que evidente que si Brecht hubiera aplicado su teoría del actor épico al problema del cuerpo marcado por un género se habría encontrado con una manera efectiva de subvertir las identidades, pues el actor épico está en la obligación de marcar la distancia entre él mismo y lo que representa. Es la razón por la que la teatralidad tiene una gran importancia en la teoría de Judith Butler.

Su estilo es asertivo, agresivo, lógico, paradójico, y trasmite una manera de pensar que trata de distanciarse de todos los grupos y propuestas, siempre hay en sus textos un sí, pero…,"sí al feminismo, pero… hay que estar atentos a sus esencialismos logocéntricos y metafísicos", "sí a lo queer,pero… siempre que no sufra la reapropiación por parte de normatividades estrechas", "sí al travesti, pero… en tanto no caiga en las redes de las identidades", "sí a Foucault, pero…", "sí a Kristeva, pero…", "sí a Wittig, pero…". Butler huye continuamente de los límites y de las cercas. No es gratuito que ocupe la cátedra Maxine Elliot de Retórica en Berkeley, pues la retórica es un acto definido por la transformación y el movimiento.

Tres años después de la publicación de su primer libro apareció Cuerpos que importan.En él buscaba aclarar algunas confusiones surgidas a partir de algunas lecturas de El género en disputa,y seguía indagando en las vías de subversión de las normas naturalizadas. Clarificaba, por ejemplo, que la afirmación de que el género es una construcción no significa que antes y después de la inscripción performativa del género exista un yo que haga y deshaga a voluntad (problema kantiano por excelencia, como si Kant fuera queer de repente, y probablemente lo era, como nos recordó Botul). Al contrario, quiere decir que no hay un yo que no esté dentro de las marcas de género. Exploraba, asimismo, los caminos a través de los que ciertas piezas artísticas funcionan como prácticas subversivas.

Todo el empeño de Butler tiene que ver con la necesidad política de la liberación de las minorías integradas por lo anómalo.Los trabajos que han venido después, desde Excitable Speech (1997) hasta Undoing Gender (2004), pasando por sus reflexiones en torno a la democracia radical junto con Laclau y Zizek, son formas de atacar todo lo que en el plano de las vidas suponga dolor, desprecio, violencia y desesperación.

No me extrañaría nada que Zapatero hiciera buenas migas con Butler.

(Manuel Asensi, lavanguardia, 6-IX-06)