69.- Hambruna roja. La guerra de Stalin contra Ucrania; Anne Applebaum; 31-X-19
LIBER100, 69
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“... No cabe duda de que la aniquilación de la élite ucraniana en la década de 1930 -los mejores académicos, escritores y líderes políticos, así como sus granjeros más activos- sigue siendo importante. Aunque hayan pasado tres generaciones, el origen de muchos de los problemas políticos actuales de Ucrania, entre ellos la amplia desconfianza hacia el Estado, las débiles instituciones nacionales y una clase política corrupta, se remonta directamente a la pérdida de esa primera élite patriótica y posrevolucinaria. En 1933 los hombres y mujeres que podrían haber liderado el país, las personas a las que habrían influido y que a su vez habrían influido a otros, fueron eliminadas de la escena. …” (p.455)
“… Poco a poco, el debate está perdiendo importancia para los ucranianos. En realidad las discusiones jurídicas sobre la hambruna y el genocidio eran a menudo una representación de las controversias sobre Ucrania, su soberanía y su derecho a existir. ...” (p. 454)
Morir de fam ha de ser atroç. Fer-ho a l'hora amb tota la teva família i 3 o 4 milions de veïns és estabornidor. Que et passi al “graner d'Europa” és macabre.
Però la qüestió està en que tot plegat passi com a fruit d'unes disposicions governamentals voluntàries i intencionals.
I la immoralitat, en que segueixi havent individuus que ho amaguin, neguin ...o ho justifiquin!
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HAMBRUNA ROJA: LA GUERRA DE STALIN CONTRA UCRANIA
La periodista Anne Applebaum, ganadora del Premio Pulitzer, relata en ‘Hambruna roja’ (Debate) la reveladora historia de uno de los peores crímenes de la era soviética: la hambruna sin precedentes provocada por la colectivización de tierras a manos de Stalin que acabó con las vidas de al menos cinco millones de personas entre 1931 y 1934 en la URSS, de los cuales cuatro millones eran ucranianos.
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El asesinato en masa de pueblos y naciones que ha caracterizado al avance de la Unión Soviética hacia Europa no es un rasgo reciente de su política de expansionismo. Al contrario, ha sido una característica de larga duración incluso de la política interna del Kremlin, para la que los actuales líderes han encontrado abundantes precedentes en las operaciones de la Rusia zarista. Se trata de un paso indispensable para el proceso de «unión» que los líderes soviéticos esperan, ingenuamente, que creará al «hombre soviético» y la «nación soviética», y para alcanzar ese objetivo, esa nación unificada, los líderes del Kremlin destruirán con mucho gusto las naciones y las culturas que durante tanto tiempo han habitado Europa del Este.
Los que sobrevivieron a la hambruna ucraniana siempre la describieron, cuando les permitieron hacerlo, como un acto de agresión estatal. Los campesinos que vivieron los registros y las listas negras los recordaban como un ataque colectivo contra ellos y su cultura. Los ucranianos que fueron testigos de los arrestos y los asesinatos de intelectuales, académicos, escritores y artistas los recordaban del mismo modo, como un ataque premeditado contra la élite de su cultura nacional.
Los materiales de archivo confirman el testimonio de los supervivientes. Ni la mala cosecha ni los problemas climatológicos causaron la hambruna de Ucrania. A pesar de que el caos de la colectivización ayudó a crear las condiciones que condujeron a ella, el elevado número de muertes que hubo en Ucrania entre 1932 y 1934, y sobre todo el pico de la primavera de 1933, tampoco fueron una consecuencia directa de la colectivización. La hambruna fue más bien el resultado de la incautación forzosa de la comida de los hogares de la gente; de los cortes de carreteras que impidieron que los campesinos buscasen trabajo o alimentos; de las duras normas de las listas negras impuestas a las granjas y aldeas; de las restricciones aplicadas al intercambio y el comercio, y de la agresiva campaña propagandística destinada a convencer a los ucranianos de que mirasen, impasibles, cómo sus vecinos morían de hambre.
«Al igual que en 1932, el actual Gobierno ruso también cree que una Ucrania unida al resto de Europa supone una amenaza para sus intereses»
Como ya se ha visto, Stalin no trató de matar a todos y cada uno de los ucranianos, ni tampoco todos estos ofrecieron resistencia. Al contrario, algunos colaboraron, de manera tanto activa como pasiva, con el proyecto soviético. En este libro se han mencionado varios casos de ataques de vecinos contra vecinos, un fenómeno de sobra conocido que ha venido produciéndose en los asesinatos en masa ocurridos en otros lugares y otras épocas. Pero Stalin sí que trató de eliminar físicamente a los ucranianos más activos y comprometidos, tanto en las zonas rurales como en las urbanas. Entendía las consecuencias de la hambruna y de la oleada simultánea de arrestos en masa mientras estaban teniendo lugar en Ucrania, y también lo hacían las personas de su círculo más cercano, incluidos los líderes comunistas ucranianos.
En aquel momento no existía ninguna palabra para describir el ataque organizado por el Estado contra un grupo étnico o una nación, y no había ninguna ley internacional que lo definiera como un tipo de crimen específico. Pero en cuanto empezó a utilizarse el término «genocidio» a finales de la década de 1940, muchos trataron de aplicarlo a la hambruna de Ucrania y a las purgas que la acompañaron. Esos esfuerzos se vieron entorpecidos, al igual que ahora, por las múltiples interpretaciones de la palabra «genocidio» –una categoría jurídica y moral en vez de histórica– y por la intrincada y en constante cambio situación política de Rusia y Ucrania.
(…)
El actual Gobierno ruso conoce de sobra esta historia. Al igual que en 1932, cuando Stalin le dijo a Kaganóvich que su mayor preocupación era «perder» Ucrania, el actual Gobierno ruso también cree que una Ucrania soberana, democrática, estable y unida al resto de Europa mediante vínculos culturales y comerciales supone una amenaza para los intereses de los líderes rusos. Al fin y al cabo, si Ucrania se vuelve demasiado europea –si consigue que parezca que se ha integrado con éxito a Occidente–, los rusos pueden preguntarse por qué no pueden hacerlo ellos.
La revolución popular que estalló en Ucrania en 2014 representó la peor pesadilla de la cúpula dirigente de Rusia: jóvenes que pedían un Estado de derecho, que denunciaban la corrupción y ondeaban banderas europeas. Un movimiento como ese podría ser contagioso, y por lo tanto debían detenerlo por cualquier medio. El actual Gobierno de Rusia utiliza la desinformación, la corrupción y la fuerza militar para socavar la soberanía ucraniana como hicieron los gobiernos soviéticos tiempo atrás. Al igual que en 1932, las constantes menciones a la «guerra» y a los «enemigos» siguen resultando útiles para los líderes rusos, que no pueden explicar el estancamiento del nivel de vida ni justificar sus privilegios, su riqueza y su poder.
Pero además de tragedias, la historia también ofrece esperanza. Al final Ucrania no fue destruida. Su idioma no desapareció, como tampoco lo hicieron su deseo de independencia y de democracia o de una sociedad más justa, o de un Estado ucraniano que representase de verdad a sus ciudadanos. En cuanto les fue posible, los ucranianos manifestaron esos deseos. Cuando se les permitió hacerlo, en 1991, votaron casi de forma unánime a favor de la independencia. Ucrania, como proclama su himno nacional, no murió.
Este es un fragmento de ‘Hambruna roja: la guerra de Stalin contra Ucrania’ (Debate), por Anne Applebaum.