´Mitos y tabúes´, Imma Monsó

Los mitos y tabúes acerca de los orígenes de cada cual han protagonizado innumerables leyendas y, por supuesto, han recibido la atención de los legisladores de todos los tiempos. El fenómeno de la adopción conllevaba a menudo grandes secretos, y eso era fundamentalmente por una razón: a menudo el adoptado era "hijo natural", o sea, fruto del incesto o del adulterio cometido por alguien muy próximo en la comunidad. Vivimos ahora con una especie de "confidencialidad respecto a la adopción" heredada de tabúes que ya no existen. Porque no olvidemos que lo que en verdad ha preocupado a los legisladores de todas las épocas, hasta muy recientemente, ha sido la distinción entre "hijo natural" e "hijo legítimo". Ser "hijo natural" significaba que la filiación no estaba reconocida por el padre, a menudo por motivos que se consideraban "oscuros" y por supuesto pecaminosos. Para el hijo, ser "natural" era una lacra. Para el padre, un incordio: el chollo era tener un hijo legítimo, aun en el caso de que dicho "legítimo" no fuera "natural". Así, en todo este tiempo, la prioridad de la ley era proteger los derechos de los hijos legítimos frente a los hijos "ilegítimos o naturales". Y, sólo recientemente, la legislación ha empezado a tomar medidas para amparar a estos últimos.

Pero he aquí que, no bien se había comenzado a legislar en este sentido (en nuestro país muy recientemente), cuando de pronto y en un breve periodo de tiempo, empiezan a surgir formas de filiación nuevas y complejas. Y no sólo la adopción crece de modo exponencial, sino que las funciones que siempre ha acumulado la madre: genética, portadora y socio- afectiva, se separan, de modo que se puede ser madre genética pero no portadora ni social, adoptiva, pero no genética ni portadora, portadora, pero no genética... Ni siquiera el principio por el que se han regido las leyes durante siglos, mater semper certa est,puede ya ser invocado. Y a estas posibilidades hay que sumar las que se refieren al padre, lo cual da lugar a un alto número de combinaciones. Cuando se legalicen las portadoras robóticas, la clonación, la posibilidad de que los padres sean portadores y vaya usted a saber, las combinaciones serán aún más numerosas, y la ley, por más que corra, siempre llegará con retraso.

Estamos en un momento de revolución del concepto de filiación. Algunas legislaciones avanzadas, como la de Quebec, prevén supuestos muy complejos. Otras, como la de Ontario, donde en enero del 2007 un tribunal decretó dos madres y un padre para un niño, han abierto la puerta a la "pluripaternidad" y (lo que es más novedoso), a la "plurimaternidad". Quien se escandalice con el argumento de que estas son situaciones "alejadas de la naturaleza", no tiene más que recordar que también se aleja de la naturaleza la homosexualidad, el parto sin dolor o el trasplante de córnea. Y una vez superado el asombro, es probable que el conocer o dejar de conocer los orígenes diferentes a los habituales llegue a ser una cuestión, de tan banal, anecdótica. Aprenderemos a no dar por supuesto que un hijo es hijo genético y biológico de sus padres como hemos aprendido tantas cosas del mismo estilo. En este caso, será una ventaja y un sufrimiento menos para los hijos. Para los grandes culebrones, en cambio, será una pérdida: confesar que uno es "hijo adoptivo", "embrión de banco" o "hijo probeta", resultará tan trivial que resultará ridículo hacer de ello un secreto o una revelación importante para el capítulo de turno. Tan ridículo como lo sería ahora mismo confesar con grandes aspavientos que una es "madre soltera" o que uno tiene "un hijo natural".

25-X-08, Imma Monsó, lavanguardia