´¿Qué nos pasa (cuando nos preguntan sobre la tele)?´, Víctor-M. Amela

Dice una rigurosa encuesta que el 75% de los españoles juzga de "poca o ninguna calidad" la tele que vemos. Así, sólo al 25% de los telespectadores se nos antoja de satisfactoria calidad lo que nos echa la tele. El restante 75% de nosotros lo vemos fatal, fatal...

El 75% de nosotros consideramos que la tele nos emplata una bazofia que no nos queda más remedio que ver. Y que vemos. Somos unos desgraciados - alguien tiene que decirlo-, porque lo que vemos lo vemos contra nuestro gusto y voluntad (¡Dios mío, dame fuerzas para no ver esto...! ¡Oh, no puedo, no puedo...! ¿Será que no hay Dios? ¿O será la televisión la prueba última de que Dios nos ha dejado solos ante nosotros mismos, si es que alguna vez se preocupó de nosotros?).

Pero lo vemos. Vemos la tele pese a que nos disgusta: así somos de débiles de voluntad, así de quebradiza, tornadiza y vulnerable la tenemos. ¡Es que la tele va y te entra por los ojos, la muy...! Por esto ese diabólico invento de Gran Hermano lleva no tres, ni ocho, sino ¡diez ediciones!: porque lo vimos, lo vemos y seguimos viéndolo. Y así todo. ¡Oh, descarnada y despiadada democracia del telemando - ¿acaso hay otra?-, que tantos programas fulminas y sólo algunos salvas!

Entonces, ¿qué nos pasa cuando nos preguntan sobre la tele? Pues que queremos proyectar una imagen de nosotros mejor que la que de nosotros tenemos. Elegimos cada mañana qué ropa ponernos para proyectar la mejor imagen posible en la calle. Y también al salir a la calle queremos calzarnos una tele que nos mejore, como un zapato bueno: al tropezar con el encuestador, ansiamos mostrarle un atuendo televisivo a nuestra altura, que colme nuestras aspiraciones acerca de nosotros mismos. Y hete aquí que la tele nunca será lo bastante buena para ti (lógico: ¿cómo va a ser la masa mayoritaria mejor que tú?). Pero como la tele se ve en casa, en la intimidad, sin escrutinio de vecinos, amigos, jefes o encuestadores, puedes enfundarte esa cómoda camiseta vieja, raída y agujereada, con la que tan a gusto estás por casa y con la que ¡jamás! saldrías a la calle: es la tele de estar por casa, la tele que ves. Y si llama el encuestador, te quitas la camiseta, te pones la bata de seda y le sueltas que la tele - buf- es tan mala...

Por si no me he explicado: creyendo que la tele no nos merece, tenemos la tele que merecemos.

Excepto en tu único, aislado y excepcional caso, lector: sólo tú eres mejor que la tele que ves, pero sólo tú y nadie más, ¿eh?

19-X-08, Víctor-M. Amela, lavanguardia