´de fronteras (intra)catalanas´, Carlos Sentís
Su estructura, desde el principio, fue muy clara: de Blanes a Portbou. Allí no termina geológicamente lo que llamamos la Costa Brava y tampoco Catalunya. La frontera franco-española lo corta todo por lo sano. Los pueblos de Cervera, Cotlliure, Portvendres y Banyuls, que son muy bellos, no pudieron entrar en la Costa Brava. Curiosamente a raíz de la paz de los Pirineos (1659) se estuvo a punto de que varios pueblos, hoy de la Costa Brava, pasaran a ser franceses. A cambio Francia obtuvo la mitad de la Cerdanya, que, en principio, correspondía a España. Las tierras de pastos eran más valiosas que unos poblados de pescadores.
No era por razones económicas que los franceses querían que la frontera fuera la línea de Roses a cabo Norfeu, sino por motivos estratégicos, que eran los que entonces preponderaban. Por otra parte, el ejército francés ocupaba casi todo el norte del Empordà y, además, decían que la línea madre del Pirineo era la que conducía al cabo Norfeu, que abre el golfo de Roses.
Celebrada por ambas partes, la paz de los Pirineos fue a expensas de España, puesto que Francia logró su antiguo propósito anexionando el Rosselló y convirtiendo, como ellos decían, los Pirineos en frontera natural. Olvidaban que en la parte de mar, tanto en el Atlántico como en el Mediterráneo, la cordillera se allana y entre pequeñas montañas ha sido cuna del pueblo vasco por un lado y del catalán por otro. Felipe IV tuvo que aceptar la amputación porque, por un lado, el ejército francés estaba ya en Roses y, por otro, se cerraba una terrible guerra con Francia y se abría un futuro de paz garantizado con la boda de la infanta María Teresa, hija del rey, que pasaba a ser esposa de Luis XIV. Un Rey Sol de verdad. En cuanto a Felipe IV, estuvo sólo dos días en la boda de su hija, en Bidasoa, callado y malhumorado. Se ha dicho que a Felipe IV, en vísperas de la negociación del tratado de los Pirineos, no le importaba mucho ceder el Rosselló porque era una parte de Catalunya. Ello no es cierto. Felipe IV veía en el Rosselló una parte de Catalunya, pero también igualmente de España. Lo que sucedía es que si quería la paz se veía obligado a ceder, puesto que los franceses gozaban de una situación militar imperativa.
Los comisionados, que no conocían el terreno y negociaban sólo sobre mapas, probablemente hubieran cedido el paso de la frontera por Roses y Norfeu, de no existir como consejero secundario de la comisión española un síndico del lugar, quien se esforzó en señalar a su delegación que dejar la frontera entre Roses y el Cabo Norfeu era suicida. Desde allí se podía llegar a Barcelona sentado en una silla de postas. Insistió mucho en que la frontera pasara por la línea de Portbou porque así un ejército que viniera del norte no encontraría, de entrada, una pista, sino una serie de montículos que le impedirían tomar carrera. La discusión duró casi seis meses, con la desesperación de Mazzarino, consejero áulico de Luis XIV, que no quería morir sin ver plasmado el tratado de los Pirineos.
Lo que entonces se desconsideraba económicamente es hoy un trecho de Costa Brava que comprende una rica zona, como demuestran los pueblos de Cadaqués, El Port de la Selva, Llançà, Colera, Garbet... amenazados en aquellos momentos de caer del lado de Francia. Por otra parte, el golfo de Roses no es tan estratégico como pensaba la comisión francesa. Tiene 15 kilómetros de bocana y según soplen los vientos puede convertirse en un hervidero de oleaje. Lo experimentó una escuadra española que se refugió en Roses, donde tuvo que aguantar un peligroso temporal. Cuando amainaron las ráfagas, su almirante dijo: "Si esto son rosas, mis c... son claveles".
19-IX-08, Carlos Sentís, lavanguardia