´Todos, o ninguno´, Jordi Barbeta

Proclamar la unidad para derribar al adversario. Esa parece ser la paradójica consigna de los sagaces estrategas de la política catalana para este nuevo curso político. Reivindican el frente común en Madrid para lograr un buen sistema de financiación de la Generalitat, pero existen demasiados indicios de que, en el fondo, lo que pretenden unos y otros es sacar provecho de una división que presentarán como inevitable.

La unidad brilla por su ausencia empezando por el propio Govern. Desde las elecciones de marzo, los socios del tripartito se han descubierto más rivales electorales que nunca, y todos los debates en Esquerra Republicana e Iniciativa per Catalunya se centran en cómo impedir que el PSC se los meriende ya del todo. Y justo cuando el president de la Generalitat da un paso al frente en defensa de los intereses de Catalunya, sus aliados de Iniciativa, en vez de apoyarle, le ponen la zancadilla, e intentan en el Congreso de los Diputados situar al PSC entre España y la pared. La vicepresidenta del Gobierno, María Teresa Fernández de la Vega, aprovechó que estaba de vacaciones en Vilanova i la Geltrú para recordar a los ecosocialistas que sin los socialistas no serían más que un eco, y estos se rindieron de inmediato. En un alarde de solidaridad, el portavoz republicano, que comparte grupo parlamentario con el joven de la bicicleta, calificó cariñosamente a sus socios de "calientabraguetas".

Más sutil, pero no menos gallinácea, resulta la partida de póquer a la que se enfrenta el conseller Castells con CiU, ambos proclamando la unidad para poder reprocharse luego mutuamente haberla reventado. CiU jalea a los socialistas contra el PSOE convencida de que cuanto más alta sea la apuesta, más dura será la caída del PSC, y el PSC pretende un aval gratuito de sus adversarios que daría larga vida a un tripartito cuyo objetivo fundacional es acabar con Convergència i Unió.

Todo es tan edificante que a nadie debería extrañar que los sociólogos vean a Catalunya "perpleja y desorientada". Es una cuestión de prestigio colectivo. Y es desde este punto de vista que los intereses de los partidos catalanes podrían empezar a coincidir. El grado de insatisfacción política que revelan los sondeos cada mes es un problema que afecta a toda una generación de dirigentes. La negociación de la nueva financiación de la Generalitat se presenta dura y difícil. Todo apunta a que el Gobierno español no está dispuesto a aceptar los criterios catalanes. Ni los de CiU, ni siquiera los del PSC. Habrá que administrar la situación, pero ahora, tanto o más importante que el dinero será la conclusión política. Si los líderes catalanes acaban tirándose de nuevo los platos a la cabeza, quizá ya no la levanten nunca más. O todos, o ninguno.

7-IX-08, Jordi Barbeta, lavanguardia