David Garland, doctor en Sociología y Derecho, experto en criminalidad. Tengo 52 años. Nací en Dundee (Escocia) y vivo en Nueva York. Casado y con dos hijas adolescentes. Profesor de Derecho en la Universidad de Nueva York. El Estado penal no debería sustituir al Estado de bienestar, y ese es el problema de EE. UU. Soy un humanista.
Alarma en la capital británica por el aumento de la violencia entre jóvenes...
Lo he leído, sí. Cuando crece la alarma en los periódicos, decrece el número de crímenes con arma blanca.
¿Crece el pánico y decrece el crimen?
Así es. Este año ha habido 43.000 casos menos en Gran Bretaña. Lo que pasa es que se presta mucha atención a los casos sensacionalistas y eso se traduce en alarma social.
¿Qué ha cambiado en los últimos veinte años sobre el control del crimen?
Todo. En Gran Bretaña y EE. UU., desde 1950 la tasa de criminalidad sube cada año. En 1970 el crimen se convirtió en algo cotidiano y eso provocó un cambio de actitud.
¿De qué se trata?
Hasta entonces el crimen se veía como algo propio de la pobreza y se consideraba que había que reinsertar a los criminales reduciendo la pobreza y dándoles un lugar en la sociedad mediante el trabajo. Ahora se les considera seres peligrosos y a todo el resto sus víctimas, así que los políticos tienen que estar de parte de las víctimas.
Es razonable.
Las sentencias se centran en reducir el riesgo y evitar el peligro. En las cárceles de EE. UU. y Gran Bretaña sólo se les trata la rabia y las adicciones.
Usted afirma que el alto grado de criminalidad tiene que ver con el consumismo.
En todas las sociedades occidentales las tasas de crímenes aumentaron en la década de los 50, 60 y 70. Hay muchas razones, pero la más simple y directa es que la prosperidad creó más bienes para robar.
¿Hay hoy más condenas a muerte?
Se encarcela a dos millones y medio de personas al día en EE. UU., y tienen las leyes más duras de todo Occidente.
La inmensa mayoría de los condenados a muerte son negros y discapacitados.
Lo habitual es que las personas que tienen una sentencia de pena de muerte sean pobres y la mitad son negros, teniendo en cuenta que sólo el 12% de la población es negra, y todos están legalmente muy mal representados. Pero la cuestión no es si la pena de muerte es buena o mala.
¿Cuál es la cuestión?
Cómo podemos explicar esa institución tan peculiar, por qué desapareció en todos los países occidentales salvo en EE. UU.
¿Y?
Hay dos razones: en todos los países en los que se ha abolido se ha hecho a través de la elite de la política nacional, pero la opinión pública de entonces estaba a favor de la pena de muerte. En EE. UU., está elite no puede abolirla porque la Constitución permite que cada estado decida. Los fiscales y los jueces son elegidos, son políticos, y existen los tribunales populares.
Un jurado en el que la mayoría son hombres y blancos.
En los casos de pena de muerte, el fiscal puede excluir del jurado a cualquier persona que tenga dudas sobre la pena de muerte, y las mujeres y los negros las tienen. La pena de muerte en realidad es para conseguir que la familia de la víctima se sienta mejor y para reforzar al fiscal y a los políticos.
Se dice que en Europa la inmigración ha cambiado el tipo de crimen.
En todas las sociedades el imaginario de la gente se centra en los grupos más marginales y con peor reputación. En Gran Bretaña hace veinte años el demonio era la juventud de las clases trabajadoras; en EE. UU. los crímenes siempre se han centrado en los hombres afroamericanos, grupos económica y socialmente marginados, y la tasa de criminalidad que representan no suele ser mayor que la de los blancos en sus mismas condiciones. Se trata de enemigos convenientes.
Vaya.
El crimen está en toda la comunidad y los crímenes que más dañan están perpetrados por gente de poder: por ejemplo, crímenes económicos que matan de hambre a millones de personas y crímenes políticos.
¿La mejor manera de controlarlo?
No se puede controlar el crimen utilizando el castigo. La mayoría de los crímenes que se cometen jamás se castiga. De cien crímenes que ocurren, sólo dos acaban en cárcel.
¿Esa es la estadística?
Sí. Hay que pensar en términos de prevención: social, educacional y posibilidades de trabajo; pero también prevención situacional, hay que conseguir que a los criminales les sea más difícil robar y asaltar a la gente.
¿Cómo?
Minimizando las oportunidades para el crimen. Muchos de los robos suceden porque los propietarios de los centros comerciales quieren ahorrarse dinero y resulta tan fácil robar que están tentando al consumidor. Y el coste del crimen (abogados, policías, cárceles) lo pagamos todos mediante los impuestos, pero los beneficios son para ellos, deberían pagar un impuesto adicional.
¡Huy, cómo se van a poner!
Entonces, que tomen medidas. Y la gente que fabrica coches (primeros en la lista de los robos), que ponga más medidas de seguridad para evitar el robo, pero como ese no es su negocio… Y en los transportes públicos debería haber seguridad. La prevención del crimen debe ser algo cotidiano.
Tenerlo en cuenta como factor social.
Sí, y las comunidades pobres deberían poder confiar en la policía porque de ellas obtiene la información. Y si la policía no tiene información, no es útil.
Habla muy despacio y tiene miles de datos en la cabeza sobre la historia del crimen, la pena de muerte y el número de reclusos de cada cárcel de EE. UU. y Gran Bretaña. Fue profesor de Derecho en Princeton y hoy lo es de la cátedra Arthur T. Vanderbilt y de Sociología en la Universidad de Nueva York. Su libro La cultura del control. Crimen y orden en la sociedad contemporánea (Gedisa) nos sitúa en la complejidad del delito. Ha sido el invitado estrella del XV congreso mundial de criminología y su mensaje ha sido que el castigo no evita el crimen; hay que tratarlo como algo consustancial al mundo moderno y pensar en medidas preventivas... Algunas de sus propuestas molestarán.
6-IX-08, Ima Sanchís, lacontra/lavanguardia