Después de ver el estreno de Con un par… de bromas en TVE, confieso que me pasó por la cabeza la siguiente pregunta: ¿Deberían tipificarse los programas de bromas televisivas como crímenes contra la humanidad? Afortunadamente, luego me calmé y caí en la cuenta de que el programa está destinado a gente que no considera delito entrometerse en la vida de las personas y que acepta alegremente que, después de haberles tomado el pelo, les digan "era broma" y les muestren, sonrientes, la cámara. Todo es respetable, incluso lo incomprensible.
Desde este punto de vista, Con un par...es una gran superficie del género que, debido a su metraje excesivo, intenta dinamizar sus contenidos en distintas secciones presentadas por sucesivos personajes que, coordinados por un desaprovechado y algo pasota Javier Capitán, venden su pescado. Los agentes de este show se dividen en bromistas a cara descubierta y reporteros que se suman a la ya de por sí concurrida nómina del reporterismo callejero (además de los avisos de medusas y desprendimientos, pronto será necesario prevenir a la población de la presencia de reporteros).
Más tarde, en la sala de montaje, las bromas (más o menos guionizadas) y los sustos se cortan y pegan y se ilustran con musiquitas y efectos sonoros de risas, muelles y frenazos. La infinita bondad de la gente hace que no se produzcan muertes y que, en general, todo transcurra en un clima de buen rollo. El reparto de papeles, que intenta evitar el empacho, permite desplegar diferentes estilos de una misma cosa, a los que se suma la actuación en plató de un desubicado mago Yunke. En un gesto que le honra, el programa también recuperó una broma de archivo, de 1978, de un espacio llamado Aquellos maravillosos años,en el que la tomadura de pelo, bastante más currada, confirmaba los antecedentes más crueles del género.
Por las sonrisas y carcajadas que este tipo de programas provoca entre la gente, ya sea en salas de espera de dentista o vuelos transoceánicos, deduzco que existe un público que disfruta con esas cosas. Cada uno se divierte cómo puede y lo que a unos les parece degradante, otros lo consideran divertido. A mí, por ejemplo, me encantaría ver un programa en el que aparecieran - ay, qué risa- cientos de bromistas televisivos de todo el mundo construyendo una interminable carretera en, pongamos, Siberia.
31-VIII-08, Sergi Pàmies, lavanguardia