La plata es relativa. Esa es la conclusión que uno saca viendo las últimas competiciones de unos Juegos marcados por los desajustes horarios. A David Cal, por ejemplo, la primera medalla de plata le disgustó muchísimo y durante la entrega de la segunda se sintió indispuesto. Por lo visto, su deseo era ganar el oro y cualquier otra posibilidad le sabía a poco. En baloncesto, en cambio, la plata alcanzó dimensión de episodio nacional. Rebozada con la épica de las previas, la final de ayer contra EE. UU. se fue diseñando como una apuesta infalible. Si se ganaba el partido, la gesta justificaba todos los excesos y euforias. Si se perdía, siempre quedaba la vieja patraña del vencedor moral.Y eso hicieron los comentaristas de TVE, que, igual que los de otros deportes, abandonaron la sobriedad divulgativa propia de televisión pública para imitar los desmanes expresivos de Andrés Montes o del carruselismo de la Ser (adoptado por Cuatro).
En este campo destaca, por méritos propios, Fernando Romay, que tiene la capacidad de ser excesivo incluso cuando no lo ves. En parte, cumple con su papel de experto y, en determinados momentos de un partido, puede proporcionarle al espectador claves interesantes para la comprensión de un deporte en el que se suda de un modo alarmante. Pero, en general, su papel es el de forofo militante, con poco vocabulario, adicto a la onomatopeya admirativa, al diminutivo (¡qué daño están haciendo el diminutivo y la familiaridad en el relato deportivo!) y a frases tan poco relevantes como: "¡Venga, Carlitos!", "¡Uau, uau, uau!", el ya extenuante "¡A por ellos!" o, en su demagógica arenga final, un "Hay que sentirse orgulloso de lo buenos que son".
Toda la justicia del deporte, con sus evidencias y ese territorio que permite al espectador situarse en una cómoda subjetividad, es dinamitada por la parcialidad patriotera y un nivel lingüístico que retrata las limitaciones de los sucesivos sistemas educativos de nuestro país. Cuando el patrioterismo sirve para suplir carencias discursivas, rebaja los méritos de los deportistas, incluso de los que no alcanzan el oro. Y las pausas publicitarias tampoco mejoran las cosas. Allí está Pau Gasol, soltando un sermón en el que se dice que ser español ya no es una excusa sino una responsabilidad. Ante tanta retórica presuntamente profunda y filosófica, dan ganas de desenterrar el estilo Romay y soltar un rotundo - y hablando en plata- "manda huevos".
25-VIII-08, Sergi Pàmies, lavanguardia