´Padres no entrenados´, Eulàlia Solé
No es nuevo que una criatura muera de calor encerrada en un automóvil. Dos casos recientes han ocurrido en Francia y un tercero en España, niños olvidados en un parking o en la calle. La tragedia que nos queda más cercana ocurrió hace unos días en Sevilla, donde un profesor de instituto acudió al centro dejando a su hijo de dos años en el coche. Durante tres horas se dedicó a su trabajo, y cuando salió a la calle ya era demasiado tarde. Nadie querría estar en la piel de ese pobre hombre. Su distracción ha comportado una muerte y una vida rota. Debía haber llevado el pequeño a la guardería, algo que no estaba habituado a hacer, y no lo hizo.
Los cambios laborales y familiares que van acaeciendo exigen a los hombres unas actitudes y comportamientos para los que todavía no han sido educados. Eso lo proclaman los psicólogos y otros expertos, nos lo creemos porque resulta evidente, pero no parece que se tomen medidas para entrenar a los chicos en vistas a su futuro papel de padres. De igual manera que a las niñas se las mantiene ajenas a toda avería mecánica, de forma que al hacerse mayores son una nulidad en este aspecto, a los niños jamás se les regala una muñeca para que ejerciten sus capacidades imaginando que está enferma, tiene frío, se siente sola, llora. Arropar muñecas en una cuna constituye algo más que un juego, es un aprendizaje de entrega y responsabilidad.
Aunque las tareas del hogar tienden a ser cada vez más compartidas entre padre y madre, ¿a quién se le ocurre regalar muñecos a los chicos pese a que es de prever que con el tiempo deberán ocuparse de criaturas de verdad? Una falta de previsión ilógica, sumergidos mentalmente en una división de roles que se quiebra en la vida real. Peor aún, víctimas de un concepto de virilidad que raya en la homofobia.
Los efectos de tal desajuste son bien visibles, como pude comprobar un día en que me hallaba en un parque infantil. Muy cerca tenía a un abuelo con su nieta de pocos años sentada en el cochecito. La niña quería subir al tiovivo, para lo cual había que comprar el ticket en una caseta algo alejada. Y el abuelo dejó a su nieta para ir hasta la taquilla. Yo iba diciéndome, sin quitar ojo de la pequeña, que una abuela jamás habría actuado de aquella forma. Ella habría llevado el cochecito consigo, sabedora desde siempre de los peligros que podían acechar a la niña.
1-VIII-08, Eulàlia Solé, socióloga y escritora, lavanguardia