Quizá hayan ustedes observado que, en las secciones de muñecas de las jugueterías, el espacio destinado a los bebés que requieren cuidados se ha reducido notablemente. A partir de Barbie, hemos asistido al apogeo de las Polly y de las Bratz: nuestras hijas no quieren bebés mamones que cuidar, quieren chicas activas que disfrutan de la sociedad de bienestar: muñecas que poseen descapotable, caballo, ordenador, vestidos de noche, piscina, mansión de lujo y equipo de snowboard... Nada de cambiar pañales: juegan con muñecas autónomas y profesionales, sean amazonas, motoristas o registradoras de la propiedad.
Puede que estemos asistiendo al inicio de una nueva generación childfree (libres de hijos), como se denominan ciertos movimientos antidescendencia que surgieron en los ochenta para diferenciarse de los childless (sin hijos). Aparte del éxito de ciertas muñecas, lo prueban numerosas voces que se han alzado en los últimos tiempos para proclamarse hartas de la melosa y falsa apariencia de felicidad que dan los hijos. Se confiesan saturados de tanta beautiful people embarazándose y adoptando a diestro y siniestro. Nos recuerdan que pasarse años calentando potitos y repasando las tablas de multiplicar es una tarea embrutecedora que sólo un necio puede soportar con buena cara. Ahí está, por ejemplo, No kid: 40 buenas razones para no tener hijos,de Corinne Maier (madre de varios). Maier se suma a una tendencia que va en alza. Recuerdo ahora L´âge pédophile du capitalisme,de Éric Dussert, y otros más, que se unen a la denuncia de una sociedad alienada por la maternidad o la paternidad.
El libro de Maier es divertido e ingenioso. Cito algunas perlas: "Hoy en día, en Francia, estamos asistiendo a una glorificación de la maternidad de la que no habría renegado el mariscal Pétain. Es el rostro actual del patriotismo: para afrontar una vida de mierda, es mejor ser muchos". "Tener un hijo es la mejor manera de no tener que plantearse el sentido de la vida, porque todo gira entorno a él. Responder a la cuestión del sentido de la vida reproduciéndose equivale a traspasar esta cuestión a la generación siguiente". "El ´deseo de hijo´ da alas a los adultos faltos de perspectivas (que no son pocos)". "Cuanto más se exhibe al bebé, más ocultas están la vejez y la muerte y más pavor producen. ¿Habrá una relación de causa-efecto? ¿Es que la infantomanía corre en paralelo a la gerontofobia?". "Cada niño nacido en un país desarrollado es un desastre ecológico para el planeta. Nadie necesita a nuestros hijos, porque tanto ellos como nosotros somos los mimados de un planeta que se encamina hacia el desastre. Por tanto, tener hijos en Europa o Norteamérica es inmoral, ya que equivale a seguir malgastando recursos que escasean para mantener un modo de vida cada vez más voraz, caprichoso y devastador". O (Maier citando a Courteline): "Uno de los efectos más obvios de la llegada de un niño a una familia es volver completamente idiotas a unos simpáticos padres que sin él no habrían pasado de simples imbéciles".
El problema de esta corriente antidescendencia es que pone en escena un falso debate: tener hijos, como enamorarse o suicidarse, es una opción personal que no puede ser objeto de debate. A las 40 razones de Maier para no tener hijos, una puede responderle con otras tantas para tenerlos (quizá no cuarenta, pero sí, al menos, dos o tres). Sin embargo, y pese a esta objeción fundamental, esta corriente tiene cierto interés: nuestra sociedad está inmersa en una bobería paidófila sin precedentes, y que se alcen voces críticas para corregir los excesos resulta siempre saludable.
12-VII-08, Imma Monsó, lavanguardia