´El país de las pancartas´, Màrius Carol

Los datos de la brigada móvil de los Mossos d´Esquadra son elocuentes: el año pasado se registraron 2.513 manifestaciones en Catalunya, las dos terceras partes de las cuales ni siquiera fueron comunicadas preceptivamente a la policía. Al paso que vamos, más que una nación nos convertiremos en una manifestación. Está bien que los pueblos tengan sentido crítico y hagan escuchar su voz, pero cuando la capacidad de protesta se convierte en un hábito como el limpiarse los dientes por las mañanas o el sacarse los calcetines al acostarse es que algo no anda bien. Los sociólogos estadounidenses fueron los primeros en detectar este fenómeno de las sociedades opulentas y lo definieron como respuesta del colectivo nimby,acrónimo que se corresponde a not in my back yard (no en mi patio trasero). Instalados en el sofá (con vistas) del Estado de bienestar, estamos dispuestos a combatir cualquier ocurrencia que nos empeore el paisaje o nos incomode el descanso, aunque las iniciativas que nos proponen permitan que sigamos disfrutando de agua o luz en el tresillo.

Jordi Pujol ha sido uno de los políticos que, una vez liberado de su responsabilidad política, ha escrito más páginas sobre eso que aquí hemos definido como la cultura del no, que es una frase con la que titula uno de sus últimos libros. El ex president sustenta que los países deben hacer valer la sociedad responsable frente a la negatividad sistemática ante cualquier propuesta de interés general, y considera que Catalunya está quedando atrapada por esta cultura del no que puede arruinar su futuro. Es curioso que estas actitudes se dan en sociedades que han alcanzado un determinado grado de confort y riqueza, sin darse cuenta que tal actitud puede acabar por condicionar precisamente el bienestar del que hoy disfrutan. Algunos analistas lo califican de síndrome del perro del hortelano, aquel que según la comedia de Lope de Vega ni come ni deja comer. Charles Taylor, teórico de estos fenómenos reactivo del welfare state, ha advertido que la gente, fortalecida en lo que denomina el individualismo de la autorrealización de las sociedades opulentas, se siente poco o nada vinculada a las cosas que le trascienden y se desentiende de ellas, actuando, a lo sumo, reactivamente.

Este es un país que cuando cuatro tienen un problema cortan la calle, lo que es un disparate, pero sobre todo un incordio. Resulta difícil solidarizarse con quien lo que pretende es complicarnos la vida. Pero, a lo mejor, es que los manifestantes tampoco buscan la comprensión ajena sino su sufrimiento. Tiempos raros en los que falta autoridad moral en quienes mandan y responsabilidad social en los que obedecen. El Estado de bienestar cualquier día se nos convertirá en la sociedad del malestar. Lo malo es que cuando queramos protestar encontraremos las calles ocupadas. De gente manifestándose, por supuesto.

2-VII-08, Màrius Carol, lavanguardia