"En las guerras se ha vuelto más peligroso ser mujer que soldado", dijo ayer el general Patrick Cammaert en el Consejo de Seguridad de la ONU, en Nueva York, ante un público compuesto por ministros y altos funcionarios de 60 países. Cammaert, que fue el comandante de la fuerza de las Naciones Unidas en Congo, sabe de qué habla. En algunas zonas de esta región, tres cuartas partes de las mujeres han sido violadas.
El Consejo de Seguridad, el máximo órgano decisorio de la organización, se resistió en el pasado a abordar la violencia sexual en las guerras. Para algunos países tiene más que ver con la criminalidad común que con la geopolítica. Hace ocho años este órgano ya aprobó una resolución. Pero, según la organización no gubernamental Human Rights Watch, "ha hecho muy poco para prevenir y afrontar este tipo de violencia". Ayer, a iniciativa de Estados Unidos, que en junio preside el Consejo, éste reconoció en un prolijo debate que las agresiones sexuales "afectan no sólo a la salud y la seguridad de las mujeres, sino a la estabilidad económica y social de sus naciones", en palabras de la jefa de la diplomacia estadounidense, Condoleezza Rice.
Anoche, al término del debate, el Consejo adoptó por unanimidad una resolución que compromete a sus miembros a reforzar la lucha contra la violencia sexual en las guerras. Entre otros puntos, la resolución exige a las partes beligerantes que impidan el uso de esta arma de humillación masiva poco reconocida hasta ahora, prevé excluir a los violadores de las amnistías posbélicas y avisa de que el Consejo de Seguridad tendrá en cuenta estos crímenes al imponer sanciones.
La resolución insta asimismo a estrechar la vigilancia ante los repetidos casos de violencia sexual cometida por tropas de las Naciones Unidas. En mayo, la ONG Save the Children denunció los abusos a niños por parte de personal de las Naciones Unidas. El secretario general, Ban Ki Mun, ha prometido "tolerancia cero".
En el debate, el general Cammaert destacó la importancia de desplegar tropas de pacificación en las que haya mujeres, lo que facilita las denuncias de un crimen que las víctimas suelen ocultar. Varios ponentes mencionaron la República Democrática de Congo, Sudán y Liberia como escenarios principales de violaciones masivas en guerras y posguerras. En el este de Congo, son una práctica habitual las mutilaciones genitales que dejan secuelas físicas de por vida.
El columnista de The New York Times Nicholas Kristof, especializado en derechos humanos, denunciaba hace unos días el caso de Zahra Abdelkarim. Esta mujer de la región sudanesa de Darfur fue secuestrada, violada por un grupo, mutilada y después abandonada desnuda. "La práctica de marcar a las víctimas de violaciones en Darfur se ha extendido", escribió. "Habitualmente, lo cometen policías o soldados uniformados como parte de una política gubernamental coordinada".
Aunque las violaciones en tiempos de guerra han existido siempre, "ahora se utilizan como instrumento, y en una mayor escala que antes", dijo la fiscal general británica, Patricia Scotland. "La violencia contra las mujeres - advirtió Ban- ha alcanzado dimensiones indecibles y pandémicas en sociedades que intentan recuperarse de conflictos".
20-VI-08, M. Bassets, lavanguardia
Era una preocupación largamente manifestada por las organizaciones humanitarias: en los conflictos actuales, en los que la población civil se ha convertido en objetivo explícito, la violación no es un hecho aislado, achacable a la locura y la irracionalidad, sino un arma de guerra que responde a una estrategia. Se evidenció en Srebrenica y se corroboró en los Grandes Lagos. Hoy los conflictos son intraestatales, de clave nacionalista, étnica y religiosa. La violación sistemática masiva actúa a varios niveles. Lo explica, diáfano, Jesús Ruiz, codirector del Instituto de Estudios sobre Conflictos y Acción Humanitaria (Iecah). Se busca fragmentar comunidades, demonizar al otro e hipotecar su reconstrucción. Estigmatizar a esas mujeres y a los hijos que tengan como resultado de las violaciones tiene un efecto más perverso que una bala, un efecto retardado que va a permancer ahí al menos una generación.
Las convenciones de Ginebra ya lo contemplan: ya se podría enjuiciar en la Corte Penal Internacional no sólo al individuo que viola, sino al que lo planifica. Sin embargo, ha habido que esperar a una Condoleezza para que la ONU sacara su mejor mantelería. Algunos gobiernos necesitan mejorar su imagen, en la medida en que no han firmado ni el tratado de Otawa contra las minas antipersona ni el de Berlín contra las bombas de racimo, comentaba ayer Ruiz, escéptico a la vez que esperanzado. Pero en la actual tendencia de observarlo todo en términos de blanco o negro y guerra contra el terrorismo es difícil de imaginar que la iniciativa vaya más allá a corto plazo.
20-VI-08, M. Chavarría, lavanguardia