En la vida hay amigos íntimos, amigos, conocidos, adversarios, enemigos, enemigos mortales y compañeros de partido. Desde Andreotti hasta Churchill, los grandes estadistas europeos han acuñado sentencias sobre las miserias que afloran en los partidos políticos. Mariano Rajoy sabe mucho de ello. Lleva más de 27 años en política y se curtió lidiando en una Galicia regentada por virreyes inquietantes como el lucense Cacharro o el orensano Baltar. Personajes que cuando oyen hablar de tanques de pensamiento o de fundaciones liberales son capaces de anudarse la servilleta al cuello para zamparse una FAES a feira. Quizás por eso la tenacidad del compostelano se ha impuesto a la soberbia castellana. La flema del registrador de la propiedad frente a la presunción de los inspectores de hacienda malcarados. Dicho a la montalbaniana manera, en el congreso de Valencia han triunfado los que se sienten más atraídos por quien luce cara de enorme bebé barbudo que por quienes arrastran un semblante de eterno pésame vallisoletano, cuando no blancuzca tez de marmolillo abulense. Y lo formidable del caso es que el padrino del marianismo ha sido Manuel Fraga. El de Perbes ya intentó que Aznar no ascendiera a los cielos populares en 1989. Prefería a Isabel Tocino, porque entendía que las esculturales piernas de la doctora en derecho nuclear tenían más gancho electoral que las oposiciones funcionariales de Aznar. Fraga ha resucitado para apoyar a Rajoy y proteger a Ruiz-Gallardón. Y lo ha hecho a golpe de botafumeiro. Reivindicando ser padre del extremo centro, que jura defender desde su exilio diplomático londinense en 1973. A tal punto ha llegado el fundador del PP que espetó: "Soy de centro reformista como Obama y, además, empecé antes que él". Nos hemos quedado sin palabras y sin espacio.
22-VI-08, Alfredo Abián, lavanguardia