Está claro que en Ventdelplà no andan demasiado sobrados de abuelas. Y que en TV3 la cosa (nostra) de la autoestima no va mucho mejor. Sólo así puede explicarse el delirante (por exagerado) especial que las mentes pensantes de la cadena pública le dedicaron el pasado martes al culebreante serial de Benet i Jornet con motivo del estreno de su quinta temporada. L´enigma de Ventdelplà,que así se tituló este voluntarioso trabajo de campo y playa, tuvo mucho de teletienda y más aún de docuficción (el género en boga por lo que parece en la Catalunya del I+ D catódico y en absoluto protestante). Es lo que tiene el exceso de celo: que a veces termina provocando más recelos que complicidades.
Sostener a estas alturas de milenio que la exitosa serie de TV3 es un auténtico fenómeno sociológico, es, cuando menos, un poquito exagerado. Compararla con las arrolladoras (y televisivamente revolucionarias) Perdidos, House, Twin Peaks, The Shield, Héroes, Los Soprano, Sexo en Nueva York, Smalville, Buffy, Cazavampiros, Mujeres desesperadas, A dos metros bajo tierra o, incluso, Doctor en Alaska, es como comparar esa entrañable atracción para todos los públicos que es la Catalunya en miniatura de Torrelles de Llobregat con la Disneylandia parisina (por remitirnos a un parque temático que nos queda a un tiro de boina). Que en TV3 se han pasado tres pueblos, vamos.
Y es que, más allá de sus abultados índices de audiencia (toda ella, no lo olvidemos, de cercanías), la calidad de una serie no debería medirse nunca a partir, únicamente, de su cuenta de resultados (aquí siempre por debajo del imbatible rodillo de CSI).Y mucho menos cuando, como ocurre en este caso, la por otro lado incuestionable dignidad del producto termina empañada por un conservadurismo temático, formal y narrativo que no es como para irse de cañas sacando pecho y dando lecciones de modernidad televisiva. Si a alguien se le hubiera ocurrido en su día aprovechar el avasallador éxito de series como Escenas de matrimonio, Yo soy Bea o, peor aún, Pasión de Gavilanes, para intentar ponerlas a la altura de, por ejemplo, Los Simpson, las risas se habrían oído hasta en Springfield, un pueblo en el fondo tan virtual como este Ventdelplà que ha terminado abduciendo a las buenas gentes de Breda, definitivamente rendidas ya para siempre al hipnótico poder de la ficción con denominación de origen y derecho a dar las campanadas.
8-V-08, Fernando de Felipe, lavanguardia