´Crisis y nacionalismo´, Miguel Trias Sagnier

Que las crisis económicas espolean el nacionalismo no es cosa nueva. Achacar al otro los males propios y cerrar filas en torno a la propia identidad es receta de sociedades débiles, como es recurso del débil alzar la voz y perder la compostura. Y en Europa llevamos camino de perderla. Por fortuna el terreno de batalla del nacionalismo europeo del siglo XXI ha dejado de ser el de Marte para situarse en los entornos de Mercurio, que como recordarán patrocina el comercio y el intercambio. Ese ha sido el gran logro de la Unión Europea, que no es poco. Pero no debemos bajar la guardia, pues la mezquindad humana es inagotable y se reedita donde encuentra una fisura. Las naciones de Europa continental han vivido en clave patria las aventuras de sus campeones nacionales. Francia ve con horror la posibilidad de que Société Générale caiga en manos extranjeras y nosotros nos desvivimos para evitar que EDF se haga con Iberdrola.

Pero lo más sorprendente y novedoso son los signos que nos llegan del Reino Unido, tradicional adalid del liberalismo económico. Allí la apuesta por la privatización y la competencia fue plena y la legislación de opas es un modelo de transparencia. Bien podrían los británicos sentirse orgullosos de los resultados obtenidos. Pero tampoco Gran Bretaña se libra de la mezquindad y no puede soportar la tentación de exportar sus miserias, véase Northern Rock. En concreto las miradas de la prensa británica se han dirigido a nuestro sistema bancario. No puedo evitar asociar esos ataques poco justificados a una pesada digestión del desembarco de la Armada española que, esta vez sí, pudo tomar tierra en suelo inglés de la mano de Telefónica, el Santander y Ferrovial, entre otras. Y podrán decirme que al aplicar este análisis no hago sino incurrir en el mismo mal que al tiempo denuncio. Posiblemente tengan razón. Pues he de confesarles que sentí un íntimo orgullo cuando proliferaron las compras de compañías españolas en el exterior y, por qué no reconocerlo también, una sentida decepción cuando se frustró la posibilidad de crear un campeón nacional de la energía radicado en Barcelona.

El sentimiento es generalizado y pudiera incluso ser sano, como sana es la competición deportiva y el sentir de los colores propios. Pero para ello las reglas deben ser claras y los arbitrajes limpios. El deporte ha avanzado mucho en esa dirección y tal vez sea ese el camino que le queda por recorrer a la legislación económica europea. No creo que las entidades financieras españolas estén librando la presente partida con ventaja, pero como los estados europeos vienen jugando en los últimos años con las cartas marcadas, la prensa británica se siente legitimada para sembrar la duda. No hay otro antídoto contra los actuales males que la decidida apuesta por la liberalización, las leyes claras y la defensa de la libre competencia.

26-III-08, Miguel Trias Sagnier, catedrático de Derecho Mercantil de Esade (URL), lavanguardia