"Aeropuerto, competencia y competitividad", J.L. Nueno

Los aeropuertos son la infraestructura más importante de cualquier lugar que aspire a jugar fuerte en el mundo. Las ciudades crecen al ritmo de estas rampas asfaltadas, misteriosamente costosísimas, rodeadas de edificaciones destinadas a cumplir la misma función, pero que compiten en diferenciarse en forma y dimensión.

Los aeropuertos deben ser mucho más grandes, bellos, seguros, limpios, amables, modernos y eficaces que las ciudades a las que sirven. Han de ir muy por delante, porque están para parecer además de para ser. Por ello, sus terminales han pasado de ser hangares de ladrillo visto a edificaciones de una belleza sobrecogedora porque es lo primero que impacta el visitante cuando llega a su destino. Barcelona fue pionera en esta visión y lideró un movimiento de transformación aeroportuaria global. Bilbao, y Barajas T-4 son ejemplos de seguidores que han asimilado esa visión. La T-4 está en el origen de los problemas de El Prat. Sorprende que losque se lamentan por no contar con las competencias no hayan anticipado las consecuencias de la puesta en funcionamiento de la megaterminal.

Un español que fue un gurú de la distribución en Francia en los sesenta decía que las tiendas empezaban en sus aparcamientos. Pues bien, las ciudades empiezan en sus aeropuertos. Hoy no compiten los países. Compiten ciudades y por ello sus aeropuertos son inversiones estratégicas. No sólo los edificios han de ir por delante: sus gestores, sus trabajadores y sus concesionarios también. Todos tienen que ganarse la vida, pero deben saber dónde se la ganan.

Hace unos meses presenté un estudio en el que se evaluaba el impacto sobre la economía de Fira de Barcelona. Esta actividad económica inducida equivale a preguntarse qué sería de la economía barcelonesa si Fira no existiera. Nuestra evaluación rondaba los 2.000 millones de euros y los 40.000 empleos. El impacto de El Prat es mucho mayor y probablemente es la empresa más creadora de futuro de Barcelona.

El Prat ha sido el mejor aeropuerto de España hasta el pasado 28 de julio, su viernes negro. Barcelona tiene un aeródromo con un equilibrio óptimo entre tamaño y comodidad. Ahora tiene también el record de incompetencia. Ese episodio vergonzoso que no debemos olvidar jamás suscita algunas reflexiones.

Las mismas personas que construyeron El Prat olímpico, una estructura que fue decisiva para poner a Barcelona en el mapa, han demostrado su desconexión con los problemas graves y reales que comprometen nuestro futuro. Se atrincheran en hemiciclos, instalados en la retórica y el simbolismo, como abuelos cebolleta mientras arde Roma.

En segundo lugar, en los próximos años vamos a asistir a muchas situaciones como ésta. El tráfico aéreo se multiplica, principalmente de la mano de las aerolíneas de bajo coste. A la vez, la conflictividad laboral aumentará a causa de una precariedad salarial impuesta por el precio bajo que tanto gusta a nuestra ciudadanía costedependiente. El estilo de vida cosmopolita, la internacionalización de la economía, las vacaciones cortas, todo incide en esta congestión ineludible. Esta democratización llena las terminales de usuarios esporádicos, que no tienen por qué ser comprensivos, o no tanto, como lo son los pasajeros frecuentes, más curtidos.

Quizá, dado que nos hemos rendido a que El Prat sea un hub de líneas de bajo precio, se deba trabajar en adaptarlo y hacerlo realmente de bajo coste. De lo contrario, será un foco crónico de conflictos laborales y la factura la pagará la imagen de Barcelona. El tono prepotente de los máximos responsables de Iberia ha sido el sistema de iniciación de una carga que ha detonado en el fiasco del 28 de julio. El presidente de la futura British Airways South, nos ha tratado a los clientes que mantenemos sus aviones en el aire con una total falta de consideración, como si no fuera cierto que lo que contiene sus pérdidas en tan sólo 19 millones es uno de los puentes aéreos más concurridos del mundo: precisamente el que despega de Barcelona a Madrid y que Iberia retiene por causas históricas. Ese tono hooligan se ha generalizado a lo largo de las últimas semanas.

La claudicación ante los pilotos, que mira más a la cotización de su acción que al futuro de Iberia, ha sido otro elemento caldeando el ambiente. No son las low cost las causantes de los problemas de El Prat, sino el ocaso de las ex de bandera, el perro del hortelano. Más grave aun es la vandalización de las prácticas reivindicativas, agravada en entornos como los aeropuertos. Lo que pasó en El Prat es injustificable.

Por muy incierta que sea su situación, los trabajadores que invadieron las pistas sabían que en ese momento tenían en sus manos el destino de los que pagan sus sueldos y lo usaron de la forma más hostil. También de que rompían un dogma: las pistas son un santuario y su seguridad es inviolable. Pero por otra parte, la ciencia del servicio mínimo se ha perfeccionado tanto y el nivel de calidad habitual es tan deplorable que los pasajeros ya casi no nos enteramos de las huelgas comunicadas. Por eso, la responsabilidad de los directivos y los sindicatos es clave, y la gestión del clima laboral previo al conflicto deja que desear.

Esta actitud irresponsable y antisocial se extiende como una epidemia. Algunos ejemplos: la arteria más transitada de nuestra ciudad ve su tráfico interrumpido cada miércoles por ciudadanos que protestan contra la implantación de una narcosala en su barrio. Un grupo de vecinos de Gavà interrumpe el tráfico rodado de acceso a El Prat o monta broncas intimidatorias en las terminales protestando por el ruido de los aviones que sobrevuelan sus hogares, que es insoportable. En verdad lo es, pero el aeropuerto estaba ahí antes que ellos y eso no parece que cuente. Un grupo de tipos en bici ralentiza el flujo en la Diagonal cada vez que se les antoja. El trazado del AVE o el túnel de Collserola prometen más episodios de movilización descontrolada.

Si sirve como sumario, en Barajas, un grupo de pasajeros argentinos, desesperados tras perder su vuelo en el caos de El Prat impiden el acceso a los mostradores a otros viajeros con el argumento de que "si a mi me joden, tú te jodes". Tengo la sensación de que esta fórmula, que tanto éxito ha tenido en Argentina, está difundiéndose en Barcelona. El problema es que somos muchos. Como para ir tomando nota.

El Orden Público, así, con mayúsculas, en El Prat (y en Barajas) está en manos de civiles empleados de empresas con subcontratas de vigilancia. Los efectivos de los cuerpos de seguridad del estado son escasísimos. No he visto, simultáneamente, una veintena de Guardias Civiles de servicio en todo el aeropuerto. Todos hacen un trabajo excelente, eficaz y cortés. Pero si se producen turbas como la de viernes ¿se le puede pedir a "guarulas" que ni llevan porra que reduzcan a esos golfos invasores? Seguimos teniendo el mejor aeropuerto de España porque es el espejo que refleja en qué nos estamos convirtiendo. Malos políticos y peores gestores. Trabajadores irresponsables, despóticos e incívicos. Ciudadanos que se creen con el derecho de coaccionarnos a todos. Y pasajeros que no entienden que sus billetes baratos a veces pasan factura.

José Luís Nueno, lavanguardia/dinero, 13-VIII-06.