Bernat Masferrer, profesor de geopolítica de India y Pakistán en la UB.
Desde que el general Musharraf accedió a la comandancia de las fuerzas armadas de Pakistán en 1998, India viene siendo golpeada una y otra vez por un terrorismo cuyo rastro siempre conduce a los Servicios de Inteligencia Militar pakistaníes. La participación del régimen militar pakistaní en estos actos, modulada dependiendo de la presión internacional, no es una sospecha o una hipótesis, es un hecho corroborado por las autoridades indias masacre tras masacre, antes y después del inicio del proceso de paz. El chantaje nuclear de Musharraf, sin embargo, neutraliza, como sucedió con la última gran escalada de tensión entre los dos países en 2002, cualquier estrategia de diplomacia coercitiva india basada en la amenaza de la confrontación. Hasta que EE. UU. y el Reino Unido no dejen caer a Musharraf (y parece ser que ya van dándose cuenta que este señor les está tomando el pelo) el Ejecutivo de Manmohan Singh permanecerá sin opciones reales para combatir la postura del liderazgo pakistaní de no abandonar, de una vez por todas, el terrorismo como política de Estado.
Musharraf no quiere una paz sin una victoria. Su obsesión por tener un mayor control sobre el agua que fluye desde la Cachemira india hacia el Punjab pakistaní asoma tras el discurso oficial de Islamabad articulado alrededor de la teórica injusticia india sobre el pueblo cachemir, forzado a permanecer en un país de mayoría hindú. Hasta que la cúpula militar pakistaní, interesada exclusivamente en seguir aumentando su poder económico, no tenga una mayor porción del pastel de los recursos hídricos, no habrá paz en el subcontinente. Para ello, el ejército pakistaní seguirá exagerando la amenaza del fundamentalismo islámico dentro de sus propias fronteras para legitimar, ante Occidente, su continuidad en el poder mientras sigue exportando la ideología integrista en Cachemira, Bangla Desh, Nepal y - y esto sí que es realmente preocupante- dentro de la misma India, con la finalidad de perpetuar al ataque a este país, el Estado y la idea, por medio de nuevos agentes difíciles de identificar o categorizar. Sin embargo, la economía y población india parecen ya cada vez más inmunizadas frente al ataque terrorista a gran escala. Por lo tanto, más allá de preguntarse qué grupo u organización concreta está detrás de lo de Bombay, lo que más inquieta en estos momentos al liderazgo de Delhi es saber hasta dónde serán capaces de llegar en Pakistán para que hindúes y musulmanes acaben a tortas de verdad en la India.
lavanguardia, 13-VII-06