´Ante el vicio de pecar...´, Màrius Serra

Ya era hora de que el Vaticano actualizase sus reglamentos. Y no tanto para que los católicos practicantes sepan a qué atenerse, que también, sino porque la evolución cultural de Occidente puede depender de ello. Cuando en pleno siglo VI el Papa Gregorio I lanzó su lista de siete pecados capitales, nadie sospechaba que el tomismo los asumiría filosóficamente y que desembocarían en una cima de la literatura universal como la Comedia de Dante. Desde que ese proceso de excelencia se inició han pasado quince siglos. Durante este lapso de tiempo, la soberbia, la envidia, la gula, la lujuria, la ira, la avaricia y la pereza, aparte de generar millones de adeptos, han dado pie a que las diversas tradiciones literarias de matriz cristiana fueran tejiendo sus relatos. Las obras completas de Shakespeare pueden ser asociadas a esta magnífica lista de pecados, y Tolstoi o Dostoyevsky no le andan a la zaga. En su columna de ayer, Monzó escribía que aprendió los siete pecados capitales de niño, al preparar la primera comunión. En la Catalunya de hoy puede que sólo sean capaces de enumerarlos quienes hayan pasado por esa experiencia mística llamada Els pastorets,por activa o por pasiva. Hay que reconocer que existe una cierta distancia entre Dante Alighieri y Folch i Torres, pero no deja de sorprender que las siete Fúries de l´Infern continúen siendo los personajes más pedidos por los actores jóvenes cuando montan la obra por Navidad.

Puede que las cosas cambien tras la publicación de la ya famosa entrevista al arzobispo Gianfranco Girotti en L´Osservatore Romano de anteayer. Girotti revela al mundo exterior que en este siglo XXI los siete pecados capitales quedarán complementados con siete pecados sociales. A saber, y resumiendo: 1) usar anticonceptivos, 2) experimentar genéticamente, 3) drogarse, 4) contaminar, 5) ampliar la distancia entre ricos y pobres, 6) ser muy rico, y 7) generar pobreza. Si tenemos en cuenta que los tres últimos son variaciones sociales de la avaricia, que el primero puede ser visto como un complemento a la sempiterna lucha contra la lujuria y que drogarse, como tomar alcoholes varios, fumar habanos o volverse adicto al parmesano, entraría en el negociado de la gula, nos enfrentamos a pocas novedades. En concreto a dos: hacer experimentos genéticos y contaminar el medio ambiente. Ciencia e industria, pues, al filo de la sospecha. De momento, lo más destacado de estos nuevos pecados sociales es que aún no les han aparejado una virtud neutralizadora, como era costumbre: castidad ante la lujuria, templanza ante la ira, humildad ante la soberbia... Puede que al nuevo pecado social de la contaminación del medio ambiente pretendan contraponerle el reciclaje, pero ¿qué virtud teologal contrarrestará al pecado de la investigación en células madre? ¿Liberarán la pereza de su estigma pecaminoso y la opondrán a la laboriosidad de los investigadores? Cuando en los salesianos estudiábamos a los escolásticos me fascinaba su capacidad para discutir, literalmente, sobre el sexo de los ángeles.

Los pecados sociales que predica el arzobispo Girotti no tendrán enjundia hasta que algún poeta ocioso les dedique una obra maestra. Luego será el turno de narradores y dramaturgos. Ricachones, drogatas y promiscuos abundan en la narrativa contemporánea. Se acerca, pues, el momento de potenciar las figuras del investigador en células madre y el contaminador de ríos, poco presentes hasta hoy en nuestras ficciones. Al final del proceso, el Folch i Torres del siglo XXI ya los momificará en las nuevas furias del mal.

13-III-08, Màrius Serra, lavanguardia