La reflexión es una actividad que deberíamos practicar diariamente. En el ámbito público y en el privado. Que nuestro sistema electoral convenga (y le convenga) dedicarle una jornada justo la víspera de las elecciones es una mala noticia. Tan mala como que exista el día de la mujer trabajadora, el del orgullo gay o el día del libro. Viene a decirnos que, el resto del tiempo, la reflexión está ausente de nuestra relación con la política, que por otro lado es una actividad imprescindible para la vida en cualquier entorno social más complejo que una isla desierta.
Y así nos va. Con una clase política cada vez más pirandeliana, llena de histriónicos personajes en busca no de autor, sino de elector, deseosos de transformarlo todo en una farsa si con ello consiguen una cuota de poder (o la mantienen). En treinta años de democracia, nuestra relación con la gestión de lo público se ha llenado de intermediarios privatizados por los partidos. Todo es partidista, ergo previsible. No hay lugar para quien, aunque sólo sea de vez en cuando, siente la debilidad imperdonable de practicar el pensamiento libre. Los librepensadores son peligrosos porque pueden emitir mensajes inconvenientes para los intereses del equipo A o el equipo B. Y el hecho de tener más equipos, con todo lo que aporta de enriquecedora pluralidad, no garantiza nada. Simplemente introduce un matiz pyme en el sistema. La sombra de las campañas electorales cada vez es más alargada, con sus larguísimos preámbulos y sus cábalas de futuro al día siguiente de cada jornada electoral. La campaña X ha muerto, empieza la campaña Y, dentro y fuera de los partidos. El calendario electoral evoluciona en paralelo al futbolístico, cruzando competiciones para que no decaiga la tensión en ningún momento, con el acicate de que todos los comicios electorales tienen formato liguero, de modo que, en teoría, no te pueden eliminar en octavos aunque al final todos los caminos conduzcan a Roma.
Hoy pienso pasar la jornada de reflexión mirándome los pies. La reflexoterapia podal es una técnica sanitaria. Se basa en las presuntas conexiones que se dan entre el sistema nervioso y los distintos órganos de nuestro cuerpo. En teoría, la planta de nuestro pie es un mapa. Los reflexoterapeutas cartografían ese reflejo de nuestras estructuras orgánicas, localizan determinados puntos en el mapa y actúan sobre esas "zonas microrreflejas". La verdad es que la única vez que me he sometido a reflexoterapia funcionó. Tenía un dolor de cabeza terrible y una reflexóloga aplicó sus afilados dedos a la planta de mi pie. Dejé de tener dolor de cabeza ipso facto. Aunque he de admitir que el dolor, más que desaparecer, se desplazó, tal como pude notar en cuanto me puse los zapatos e intenté andar. Aún ando reflexionando sobre a quién votaré mañana, pero lo que tengo claro es que saldré cojo de mi colegio electoral.
8-III-08, Màrius Serra, lavanguardia