"Conferencia sobre la eutanasia", E. Solé

Eulàlia Solé, socióloga y escritora.

El pasado mes de febrero asistí a una conferencia sobre el documento de voluntades anticipadas, más conocido como testamento vital, dictada por el doctor Marc-Antoni Broggi, hijo del cirujano y autor de dos entrañables libros de memorias de Moisés Broggi.

La práctica de la eutanasia no cesa de despertar recelos y opiniones encontradas, como lo demuestran las réplicas y contrarréplicas surgidas a raíz del artículo que Joan Vidal-Bota, presidente de la Associació Catalana d´Estudis Bioètics, publicó en La Vanguardia.

Nacida la polémica, merece la pena destacar el contraste entre lo que denuncia Vidal-Bota respecto de los médicos holandeses y las observaciones expuestas por Broggi en cuanto a los españoles. Según el primero, tras veinte años de praxis eutanásica en Holanda, una tercera parte de los facultativos acaba con los enfermos terminales sin su consentimiento. Por el contrario, Broggi percibe en los médicos españoles una renuencia a cumplir las demandas expresadas por los enfermos que han suscrito un documento de voluntades anticipadas.

Habida cuenta de que el objetivo intrínseco de la medicina es el de curar y el de respetar la vida, sorprende que un porcentaje elevado de médicos holandeses, ni siquiera unos pocos, se dedique a exterminar enfermos que desean seguir viviendo. En cambio, la actitud vacilante de los médicos de aquí resulta más comprensible, enfrentados a la novedad de unas voluntades anticipadas en las que la persona prescribe cómo desea ser atendida en sus últimos días de existencia. La contraposición se da entre la autonomía del médico para tomar sus propias decisiones y la autonomía del paciente para decidir sobre sí mismo. Una premisa, esta potestad del enfermo, de muy reciente introducción en las relaciones médico-paciente.

Por tradición, el médico era la autoridad, y el enfermo, el sumiso; el médico podía anteponer la objeción de conciencia a la voluntad personal del paciente. El salto cualitativo acaece cuando los objetivos de la medicina no se hallan exclusivamente en manos de los médicos, sino que es la sociedad en su conjunto la que los define. La que aprueba en el Parlamento la posibilidad de firmar un documento sobre la forma en que se quiere morir.

En este punto, la objeción de conciencia ya no exime al médico de atender la voluntad expresada por el moribundo.

En la conferencia del doctor Broggi, y posterior coloquio, se hicieron patentes varias cuestiones, entre las cuales una conecta con lo expuesto por Vidal-Bota tocante a que en Holanda se da muerte a pacientes incurables tomando como único criterio su nivel de sufrimiento. Aun siendo un criterio fundado, hay que anteponer el derecho del enfermo a decidir, en el sentido de que quizás opte por conservar la lucidez hasta el fin o quizás prefiera una sedación radical que le impida percibir lo que le está ocurriendo.

En el testamento vital cabe precisar tales asuntos, aunque esto no garantiza que, ante un enfermo semiinconsciente, el médico cumpla sin titubeos unas voluntades dictadas con antelación.

El tema de la eutanasia resulta angustioso porque afecta tanto al dolor como al ser o no ser. Solamente el respeto por el enfermo, si está lúcido, o la bondad de familiares y facultativos, en caso contrario, proporcionarán una muerte digna. Lo inimaginable es que, al legalizarse la eutanasia, parte del cuerpo médico ejerza su profesión dando muerte a pacientes que no lo desean. No estamos hablando de países sin ley.

lavanguardia, 24-III-06