Libertad de caricatura/caricatura de libertad

Tiene usted, lector, derecho a conocer cuáles son las caricaturas de Mahoma que han provocado el más sorprendente y violento estallido de violencia antieuropea en medio mundo islámico? ¿Le vale con la descripción, como defiende The New York Times, o prefiere verlas con sus propios ojos y juzgar si le parecen ofensivas o inofensivas, provocadoras, malas o excelsas? Y si fuera usted periodista, ¿las publicaría a sabiendas de que puede poner en peligro la vida de conciudadanos que viven en países de mayoría musulmana?

Debates muy parecidos se plantean cada día en los medios de comunicación de todo el planeta: revelar o no una información comprometida para el poder -o para los anunciantes-; publicar una foto especialmente cruda -de una víctima del terrorismo, por ejemplo-; decidir si la etnia, la tendencia sexual o la religión de, digamos, un criminal es relevante en la información sobre un suceso; emitir en televisión, gracias a la lectura de los labios, o a un micrófono indiscreto, una conversación privada en un lugar público; informar o no del suicidio de un adolescente… En las facultades de periodismo de EE. UU. todavía se analiza la controvertida decisión de la cadena CBS de emitir el reportaje de Morley Safer que mostraba a los marines prendiendo fuego con sus Zippo a las chozas de la aldea vietnamita de Cam Ne, donde sólo había civiles. Corría el año1965, y tras esa emisión, el apoyo de los norteamericanos a sus chicos en Vietnam empezó a evaporarse. La bronca del presidente Lyndon Johnson al presidente de CBS, a quien acusó de ciscarse en la bandera norteamericana, se ha convertido en otro clásico. Pero si usted tuviera información comprometida sobre una operación militar de dudosa legalidad, y difundirla pusiera en peligro a los soldados de su país, ¿lo haría?

Busquemos un ejemplo más próximo. Digamos que un 11 de marzo llegan a la redacción datos sobre un hallazgo que puede ser trascendental para la investigación de una masacre terrorista. El Gobierno te pide que no se hagan públicos, porque pueden entorpecer la operación policial, pero esos datos desmienten la versión oficial: ¿los publicamos, o no?

¿Qué haría usted? No es una pregunta sólo para periodistas, sino para una sociedad entera. Que una publicación satírica como El Jueves, que no deja títere con cabeza, opte por rodear el meollo de la cuestión para centrarse en otro factor no menos relevante, el miedo que producen las reacciones airadas de los musulmanes, es un alarde de ingenio. Pero sabiendo cómo arden las calles, ¿cómo definir lo que han hecho sus colegas de Charlie Hebdo en Francia, al reproducir de nuevo las viñetas, y añadir unas cuantas más de su propia cosecha? "Una provocación manifiesta", dice Jacques Chirac. "La respuesta ciudadana, el interés de la gente por defender su propia libertad", asegura su director, tras vender 400.000 ejemplares en apenas unas horas. ¿Y usted, qué haría? ¿Compraría la revista? ¿Como acto de rebeldía, o sólo para fastidiar? ¿Estamos dispuestos a ceder parte de nuestros sagrados derechos para no ofender sentimientos igualmente sagrados? ¿Incluso si sospechamos que detrás de una legítima indignación, hay una mano que mece la cuna?

Otro código
Franco Frattini, comisario europeo de Seguridad, Libertad y Justicia, ¡precisamente los tres valores en fricción estos días!, propone la creación de un código de conducta para los medios de comunicación europeos, que evite crisis como la ola de violencia sobre las viñetas de Mahoma. Sin valor jurídico, dice: una autorregulación, un mensaje de buena voluntad sobre la responsabilidad al ejercer la libertad.

Más preguntas
Si la propuesta de Frattini prospera, se abre un debate apasionante, y esperemos que más civilizado, en el que otros credos y sensibilidades querrán dejar constancia de cuáles son las líneas rojas en la libertad de expresión: católicos y budistas también tendrán derecho al apoyo moral de sus dirigentes cuando se sientan ofendidos. A propósito de Arco, que ayer se inauguró en Madrid, ¿pedimos a los artistas un código de autorregulación, para que no provoquen?

Montserrat Domínguez, La Vanguardia, 10-II-06.