Khassan Baiev
Tengo 42 años. Nací en Aljan-Kala (Chechenia) y vivo en Boston desde hace seis años. Estoy casado y tengo 6 hijos. Tras once años de guerra, Chechenia está en ruinas y su población enferma y desesperada. Me he vuelto independentista. Soy musulmán. Publico El juramento, un cirujano bajo el fuego en Chechenia (Entre Libros)
- ¿La guerra cambia a las personas?
- En Chechenia, los jóvenes entre 30 y 40 años aparentan 60. Llevan el terror en el rostro.
- Usted vivió la guerra desde una pequeña clínica de su pueblo.
- Era el único médico de la zona para miles de personas. Operaba sin electricidad, sin agua, sin anestesia. Atendía a todo el que llegaraIma Sanchís, LV/la contra, 27-IX-05.
Khassan Baiev.
Tengo 42 años. Nací en Aljan-Kala (Chechenia) y vivo en Boston desde hace seis años. Estoy casado y tengo 6 hijos. Tras once años de guerra, Chechenia está en ruinas y su población enferma y desesperada. Me he vuelto independentista. Soy musulmán. Publico El juramento, un cirujano bajo el fuego en Chechenia (Entre Libros)
- ¿La guerra cambia a las personas?
- En Chechenia, los jóvenes entre 30 y 40 años aparentan 60. Llevan el terror en el rostro.
- Usted vivió la guerra desde una pequeña clínica de su pueblo.
- Era el único médico de la zona para miles de personas. Operaba sin electricidad, sin agua, sin anestesia. Atendía a todo el que llegara: civiles, soldados rusos o chechenos, por eso ambos me consideraban un traidor.
- ¿Usted ha llegado a sentir odio?
- Es una pregunta muy dura, pero sí, durante las limpiezas étnicas... Nuestro pueblo estaba rodeado por tanques rusos, dispararon durante dos días seguidos. El criminal Barayev, un extremista checheno, vino al hospital a matarme por traidor. Como no paraban de llegar heridos me dijo: "Te mataré en cualquier momento, pero sigue operando".
- Y usted ¿qué pensaba?
- No pensaba. Los rusos fueron ganando terreno y, al tercer día, Barayev escapó abandonando a sus hombres. Cuando salí del hospital las calles estaban llenas de civiles y animales muertos. Yo estaba totalmente manchado de sangre, la notaba en los zapatos. Soldados rusos se me acercaron: "Usted es el cirujano que ha ayudado Barayev", me dijeron.
- Vaya.
- "Yo he ayudado a los heridos", les dije, y entonces recibí un golpe en la sien con la culata, caí al suelo y me patearon. Luego me cogieron de escudo humano. La gente salió de los refugios. Se reunieron unas 30 mujeres y se pusieron junto a mí: "No dejaremos que le disparen", dijeron; me salvaron.
- Qué injusto todo.
- Creo que lo peor que he vivido ocurrió al comienzo de la segunda guerra. Los rusos lanzaron misiles tierra-tierra, uno cayó en el mercado y otro en la maternidad. Hubo unos 200 muertos y 400 heridos, la mayoría mujeres y niños. Los teníamos tumbados en el suelo helado, sobre charcos de sangre. Sus gritos todavía me persiguen.
-...
- Otro momento que me atormenta ocurrió cuando en una sola noche me trajeron a 300 heridos por minas. Era invierno, los chechenos abandonaron Grozny para irse a las montañas. Los campos estaban minados y para abrir el paso al resto de los civiles salieron voluntarios que volaron por los aires.
- ¿Cuántos murieron?
- Unos 170. Los 300 que sobrevivieron, sin piernas, sin brazos, me los trajeron a mí. No había dónde acomodarlos, así que los amontonamos en los pasillos y en la calle. La mayoría tenía entre 20 y 30 años. En 48 horas realicé 47 amputaciones y 7 trepanaciones de cráneo. Por todas partes había cubos de fregar llenos de extremidades.
- Debe de estar orgulloso de haber salvado tantas vidas.
- A menudo me siento culpable por no haber salvado más vidas, por dejar a niños y jóvenes sin piernas. Estoy hundido.
- Arriesgó su vida para salvar la de un colega ruso.
- Era médico militar y estaba condenado a muerte, pero a mí me daba mucha pena, tenía dos hijos, así que le ayudé a escapar. Los rebeldes chechenos me tuvieron en un foso durante diez días, sin agua, sin comida, pero yo lo negaba todo y al final me dejaron ir.
- Tuvo que ser duro tomar la decisión de marcharse de Chechenia.
- Me fui en abril del 2000, cuando ya todo se había acabado: habían destrozado el hospital y yo estaba muy enfermo, no podía ver más sangre, ni oír más gritos de dolor. De tantas operaciones mis manos estaban completamente hinchadas. Hacía las suturas con hilo corriente y tenía todos los dedos cortados. Mis manos ya no me respondían.
- ¿Todavía tiene pesadillas?
- Sueño con niños que se quedan calvos de golpe, niños que salen de los escombros y su cabello se ha vuelto blanco por el miedo o se les ha paralizado la cara. Pero no son pesadillas, son recuerdos; horribles recuerdos. Es curioso lo que está ocurriendo.
- Diga.
- Desde que ocurrió el 11-S se pueden matar chechenos porque ya no se nos considera personas, todos somos bandidos y terroristas. Y eso es absurdo, es como si dijeran que todos los vascos son de ETA. La peor arma que hay en este mundo es la propaganda.
- ¿Sus hijos están bien?
- Los chechenos estamos acostumbrados a que nos paren en cada esquina y nos pidan el pasaporte, nos lleven a comisaría sin motivo, nos insulten, tener que dar un soborno para que nos dejen marchar y dar las gracias por aceptar el dinero. Así se vive en Rusia, y ahora, en Boston, no nos ocurre eso. Es curioso, porque no me di cuenta de lo humillante que era hasta que salí de allí.
- Estuvo varias veces al borde de la muerte.
- Muchas. La primera fue al comenzar la guerra. Un misil alcanzó el hospital de Grozny, murió mucha gente. Durante el coma encontré la paz y perdí el miedo a la muerte.
- ¿Los soldados no respetaban a nadie?
- Sus ataques comenzaban siempre de la misma manera: los militares rusos acusaban a los pobladores de dar refugio a los combatientes chechenos. No era cierto, los ancianos de los pueblos negociaban con los comandantes chechenos para que se fueran y no pusieran a la población en peligro.
- ¿Cómo reaccionaba el ejército ruso?
- Hacían incursiones de castigo. La gente se escondía en los sótanos, pero ellos abrían las trampillas y tiraban granadas. Saqueaban las casas y lo incendiaban todo. Cuando las autoridades rusas retiraban el bloqueo y dejaban entrar a los médicos, el horror era tan increíble que a veces temo que no me crean.
Ima Sanchís, lavanguardia/la contra, 27-IX-05