La Generalitat acaba de lanzar una campaña publicitaria bajo el lema Les espècies més perilloses del Mediterrani. Una página entera de periódico en la que, a modo de mural, se recogen los principales desechos que se acumulan a diario (y a nocturno) en nuestras playas. Lo creativo de la campaña consiste en que botellas de cristal, bolsas y garrafas de plástico, preservativos, colillas o compresas toman la forma de temibles medusas, inquietantes estrellas de mar, moluscos hambrientos de piel humana y demás especies marinas que suelen iluminar, con su plástica belleza, los escaparates de los acuarios. Las variopintas especies peligrosas de tanta basura suelta (en todo el mundo, ocho millones de toneladas de residuos llegan diariamente al mar) acabarán por erradicar las especies marinas. Pero tú puedes evitarlo, dice la página.
No sé qué es lo que me ha hecho asociar está ingeniosa campaña con la campaña publicitaria tan bochornosa del llamado nuevo Estatut. Uno de los problemas de arranque, me parece, de nuestro reglamento de usos futuros estriba, creo, en esa absurda voluntad publicitaria. Que cada día ese Estatut en ciernes acapare portadas de noticiarios diría que va a traer graves consecuencias. Como reza el dicho catalán, este mal no quiere ruido.
Y el mal - mal menor, muy menor- en que va a acabar convertido nuestro Estatut no requería tanto bombo y platillo desde el inicio de su redacción. Menos propaganda y más sustancia.
Para mí las especies peligrosas ante la viabilidad de nuestra nueva letra estatutaria no son los Caamaño (doble a constitucional), Sevilla, Guerra, Barreda y demás (con todo el bloque pepero en masa). Ellos, por su propia boca o por boca de otros, indican el camino que seguir. La Constitución y España les duele lo mismo que a otros les dolerá el corazón, y están lanzando cada minuto mensajes aterradores para que no se toque un ápice de su letra y para que España -¡qué Estado español ni qué ocho cuartos!- siga siendo lo de siempre, más moderna, eso sí, pero sólida, solidificada, indestructible. Surgen manifiestos de intelectuales -al PSOE eso le va que ni pintado- que, en los mismos medios catalanes que según esos firmantes potencian el odio hacia lo español, resuenan y retumban mucho más, muchísimo más, que el de Els Altres Andalusos. Curioso, cuando menos.
Pero no, ésas no son especies peligrosas. Su españolismo sin complejos (constitucionalismo es el nombre oficial que recibe), su nacionalismo a ultranza, su estatalismo a rajatabla, no es en nada condenable. Ellos están donde deben. Somos nosotros, desde aquí, los que nos arrugamos. Como siempre. Como la lata esa del anuncio que simula un pez globo y que tiene una expectativa de vida de 200 a 500 años (la lata, no el globo). Somos especies timoratas, con el ra-bo entre las piernas. Y hay una palabra que alude, en buena medida, a esa actitud de sumisión perpetua: seny. Bajo la complejidad semántica del concepto seny, destaca una línea de fuerza (no roja, como las delgadas líneas encarnadas del inefable ministro Sevilla, sino del color de la defección, por no agregar una a en el corazón de esa misma defección): el miedo.
El miedo nos articula. Da igual que el presidente Zapatero afirme con luz y taquígrafos y por dos veces que va a aprobar el Estatut que salga del Parlament, siempre y cuando tenga un apoyo suficiente. Donde dije digo digo Diego, y tan anchos como Castilla. El miedo, señores, el pánico que ya no puede calificarse de posibilismo político, sino de autocensura. Los socialistas, en todo este batiburrillo, van a ser los únicos en sacar tajada. ERC se va a hundir un poco más, y CiU vive en la miseria y el ridículo. Nada que hacer. Miseria de Estatut. Migajas catalanas. Siempre migajas.
Jordi Llavina, lavanguardia, 20-VII-05