"Modelos para el islam europeo", C. Nadal

Londres se mostraba como la megalópolis ejemplar de la multiculturalidad. Lo cual era motivo de orgullo. Frente al intento francés de asimilación y al alemán de segregación, la aceptación británica de la diversidad en el marco de una antigua trayectoria de modelo como país de las libertades. En cierto modo, una actitud que respondía a la experiencia de la era colonial. La dominación y el orden impuestos con distante respeto y hasta aprovechamiento pragmático de los usos y costumbres del país colonizado para tenerlo en paz.

Esto daba tan buen resultado que los autóctonos acababan aceptando con cierta admiración normas y comportamientos del colonizador. Así ocurre que todavía hoy, en colonias independizadas los jueces aparecen con la toga y la peluca a la inglesa, y los soldados desfilan con el paso y las voces de mando del ejército británico.

Este hilo sutil de tacto y pragmatismo -que no excluía ni la explotación ni el uso de la fuerza en sus formas más brutales cuando se creía necesario- se consideraba aplicable a la relación con el reflujo masivo de la inmigración procedente de las antiguas colonias después de la Segunda Guerra Mundial. Y esto es lo que amenaza con venirse abajo. Como si estuviera llegando, inevitable, el segundo movimiento sísmico de la desintegración del imperio. Las distintas razas, la infinidad de lenguas, hábitos, tradiciones, creencias trasladadas a Londres, Birmingham, Liverpool, Glasgow, Edimburgo, Leeds, etcétera. ¿Como solución, la multiculturalidad en el marco de una misma ley, la del país de acogida?

Como en tantas cosas, los ingleses suponían haber encontrado la fórmula. No excluían el riesgo, pero confiaban en poderlo atenuar. Ahora saben que están más cerca de la Europa continental de lo que creían. Sus más de un millón y medio de inmigrantes musulmanes cuentan entre los quince o veinte millones de musulmanes del conjunto de Europa. Toda reflexión sobre esta realidad debe hacerse, pues, sobre el punto de partida de que Europa es en gran parte musulmana.

Hay un islam europeo.Yen Europa se ventila uno de los retos y también conf lictos internos más acuciantes del islam: su identidad, su papel en un mundo sometido a la mayor y más acelerada transformación de todos los tiempos. En cierta manera, el islamismo tiene en tierra europea su principal campo de prueba. Es un islam de frontera, donde el encuentro para bien o para mal con la cultura occidental se produce de manera directa.

En este sentido, la trayectoria vital de los jóvenes terroristas del 7-J resulta especialmente significativa. Sus padres podían combinar la fidelidad a su identidad comunitaria religiosa y étnica con el respeto a la ley del lugar en que habían buscado y conseguido crearse un futuro de aceptable bienestar. Para los hijos este compromiso práctico no resultaba tan fácil. Ellos eran ingleses de pleno derecho.Y los hábitos, los modos de la cultura occidental formaban parte de su educación, pero los vivían unidos a un poso identitario familiar y comunitario de muy distinta raíz. En muchos aspectos, estas dos caras son difícilmente conciliables. De ahí que se produjeran súbitos, inesperados cambios. La contradicción exterior en ellos se interiorizó en una disociación interna personal que acabó resolviéndose con el enrolamiento en la lucha externa. La existencia de un islamismo radical militante entre la inmigración musulmana, predicado en determinadas mezquitas y fomentado por células de activistas, promueve en casos así la toma de partido en forma de conversión a la pureza del mensaje religioso.

Carlos Nadal, lavanguardia, 17-VII-05