"PAC: UE pero no ONG", J.M. Hernández Puértolas

Observando con cierto detenimiento el gráfico que publicamos en nuestra edición del pasado 29 de junio sobre la estructura del presupuesto de la Unión Europea para el periodo 2000-2006, cuesta disentir de la afirmación, tan reiterada estos días, de que se trata de una estructura más propia de cuando se fundó el Mercado Común -los años cincuenta del siglo XX- que del siglo XXI.

En efecto, la parte del león del presupuesto de gastos tiene fines eminentemente redistributivos, ya que, la suma de lo destinado a la política agraria común (PAC) y a la ayuda regional se lleva más del 75% del presupuesto, a lo que incluso cabría añadir una parte de la partida destinada a la política exterior y de ayuda, que representa poco más del 8% del total. Sin embargo, en descargo de la ayuda regional, hay que puntualizar rápidamente que ha servido para construir algunas de las grandes infraestructuras que han propiciado el acelerado desarrollo de países como Irlanda, España, Grecia, Portugal, en menor medida, y, en su día, Italia.

Para resaltar la gran anomalía de la PAC bastan unos pocos indicadores relativos a los países que más se han beneficiado históricamente de ella, Francia, Italia y, más recientemente, España. Pues bien, no hay más que comparar el 46% que dedica la UE al sector agropecuario en el periodo 2000-2006 con los porcentajes que aporta ese sector al producto interior bruto de los tres países citados -3,3%, 2,8% y 3,6%, respectivamente- y los de la población activa dedicada al sector primario (1%, 5% y 7%, también respectivamente).

¿Qué parte de los casi 50.000 millones de euros dedicados a la PAC bastaría para tener los campos y bosques europeos como una patena, para retener en el medio rural a la población que así lo desee y, en definitiva, para preservar una parte vital de nuestro ecosistema? No es fácil aventurar una cifra, pero, indudablemente, un importe mucho menor que el antes citado. El primer ministro francés, Dominique de Villepin, ha declarado que la PAC "es el futuro de Europa". Concedámosle el beneficio de la deuda; si es tal chollo, que Francia siga pagando a sus agricultores y ganaderos hasta el último euro, pero que lo haga con sus presupuestos, no con los de la UE. En pocos años saldríamos de dudas acerca de quién tiene la razón.

Y es que una revisión en profundidad de la PAC en absoluto implica abandonar en manos norteamericanas o de los países emergentes la industria agroalimentaria europea: el jamón de bellota español, el foie francés o el queso parmesano siempre tendrán un mercado, con subsidios o sin subsidios. El gran perjuicio de la PAC no son las ayudas, sino las distorsiones que introduce en el precio de los productos frescos, con una incidencia especialmente demoledora para las producciones de los países del Tercer Mundo.

¿Qué no podría hacerse, por ejemplo, en materia de investigación y educación si una parte de lo destinado a la PAC se destinara en cambio a esta partida, que en la actualidad apenas llega al 4%del presupuesto comunitario? Por el contrario, las críticas al presunto derroche burocrático carecen de sentido; los gastos de administración no llegan ni al 6% del total, comparativamente menos que los de cualquier administración autonómica.

Cercana a cumplir los 50 años, la UE debe decidir qué quiere ser de mayor y, aparentemente, convertirse en una ONG no es una alternativa realista.

Juan M. Hernández Puértolas, lavanguardia, 04/07/2005