"El don de lenguas", J. Balló

Era el día de la obertura del Parlamento turco, en 1994. La diputada kurda Leyla Zana se encaminó a intervenir ante el pleno. Era una mujer frágil caminando entre un conjunto de hombres, casi todos mayores que ella. Cuando Leyla subió al estrado empezaron a oírse algunos silbidos y voces que le recriminaban los colores de su cinta de pelo, los de la bandera de Kurdistán. Pero cuando empezó a hablar, en kurdo, las voces y los insultos arreciaron. El presidente del Parlamento la increpó y Leyla fue detenida e ingresada en prisión desde donde sólo saldría a finales del 2004. Vi estas imágenes imborrables en la película La espalda del mundo: la Fundació Tàpies las recuperó en una exposición reciente de Alejandra Riera.

Nada más lejano a la fragilidad de Leyla que los diputados de Esquerra Republicana o del Partido Nacionalista vasco. Me parece insultante la sonrisa confortable que desprenden cuando Manuel Marín les increpa desde la presidencia y les dice: "Diputado, ¡le llamo al orden!", tras usar el catalán o el euskera en el Congreso. Pienso en lo que le costó a Leyla usar el kurdo y lo gratuito que les sale a los diputados actuales ir jugando con la lengua, que ahora la quito ahora la pongo. Pero pese a esta antipatía por comparación, creo que es mucho peor la actitud de Marín. Es más, no me puedo creer que Marín, si ve las imágenes de Leyla, quede indiferente.

El presidente del Congreso lo dijo el otro día en televisión: el pueblo español reacciona respecto a la labor del Parlamento según la actitud de los diputados. O sea, que estamos ante un gran teatro de representación política. Es por ello que no entiendo cómo no se llega a una solución inmediata en el tema de las lenguas. Una solución, la única, posible y admisible: que todos los diputados hablen en su idioma. ¿Qué ocurriría? Veámoslo.

Empezaríamos por introducir en el kit de cada diputado un auricular de estos prácticamente invisibles que se usan en el Parlamento Europeo. Cuando intervinieran los diputados gallegos en gallego no haría falta ponerse el auricular: si las televisiones españolas han decidido que cuando habla un gallego no hace falta subtitularlo es porque creen que los 41 millones de españoles lo entienden. Y eso incluye a los diputados. En el caso del euskera se necesitaría el auricular siempre y cuando el diputado vasco lo sepa hablar. En estos casos, pocos, se haría lo mismo que se hace en el Parlamento vasco sin ningún tipo de problemas de comunicación. Luego viene el caso catalán. Al principio la mayoría de diputados no catalanes se pondrían el auricular, pero es de esperar que al poco tiempo se impondría lo que muchos hacen con el inglés, que renuncian a los auriculares para hacer el esfuerzo de comprender.

Por lo tanto, es la mar de fácil. ¿Qué se pierde? Retórica no, porque hace tiempo que la vida parlamentaria no depende de una entonación de voz. Espontaneidad tampoco, porque bien que quedó patente en el rifirrafe entre Berlusconi y el diputado alemán al que acusó de kapo, que la traducción no enfría para nada un debate animado. En cambio, ganaríamos en civilidad, en ética plural, en estética internacional y evitaríamos que a Manuel Marín, o a quien sea, le caiga la cara de vergüenza cuando invite un día a Leyla Zana y ella se decida a hablar en otra lengua no castellana -como hizo con el catalán en el Parlamento Europeo, ante Borrell- y el presidente la tenga que reprimir. Sin detenerla, claro.

Jordi Balló, lavanguardia, 18-III-05.