"Dinero y poder", J.M. Hernández Puértolas

Jesse Unruh fue durante años un poderoso presidente de la asamblea de California, la cámara baja del parlamento del estado más populoso y con mayor producto interior bruto (PIB) de Estados Unidos. A Unruh se le atribuye una frase particularmente oportuna para ilustrar la crisis catalana del 3%: "El dinero es la leche materna de la política".

Efectivamente, desde que el New Deal del presidente Franklin D. Roosevelt hizo política y socialmente aceptable la intervención del estado en la economía, el dinero público ha sido un instrumento habitual no sólo para intentar resolver problemas sociales como la enfermedad o el analfebetismo, sino también para dinamizar el ciclo y la generación de empleo, típicamente a través de la construcción de grandes infraestructuras.

Y eso ha planteado, desde tiempos inmemoriales, un serio problema en todos los países democráticos: los representantes del pueblo, cuya estabilidad en el empleo depende de algo tan volátil y tornadizo como unas elecciones, deben decidir sobre inversiones multimillonarias, de cuya ejecución depende la cuenta de resultados de muchas empresas. Si a eso se añade la fragilidad de la condición humana y el intratable problema de la financiación de los partidos políticos -que, desde luego, no es privativo de España-, no es nada extraña la periódica emergencia de episodios como el que actualmente abochorna a la clase política catalana.

En Estados Unidos y a pesar de un tímido esquemad e financiación pública de las campañas electorales a la presidencia, se ha dejado fundamentalmente el tema al arbitrio de las fuerzas del mercado. Con inversiones publicitarias cada vez más costosas, senadores y congresistas dedican una parte creciente de su tiempo a recaudar fondos, y es evidente que nadie regala nada a cambio de nada. Esa situación ha provocado un corolario bastante lógico, que en los bancos del Senado se siente un número cada vez mayor de millonarios.

Curiosamente y a diferencia de lo que ocurre en Europa, muchos de estos senadores millonarios son de ideas progresistas y se sitúan a la izquierda del espectro político, como Ted Kennedy o Jay Rockefeller, o los dos integrantes del ticket demócrata en el 2004, John Kerry y John Edwards. El caso más espectacular es probablemente el de Jon Corzine, ex chairman de Goldman Sachs, quien, cuando este banco de inversiones salió a bolsa, se encontró con un patrimonio de 300 millones de dólares. En el año 2000 invirtió 60 millones de dólares -la campaña más cara de la historia del Senado- para hacerse con un escaño por New Jersey, desde donde ha compilado uno de los historiales más liberales, en el sentido estadounidense del término, de ese augusto cuerpo.

Todo lo contrario, en definitiva, que Silvio Berlusconi, quien sin el menor pudor sigue velando desde la jefatura del Gobierno por sus intereses patrimoniales, así como por los de sus sicarios como Cesare Previti, condenado en firme a 11 años de prisión y para quien il cavaliere ha hecho aprobar una ley a su medida. Algo, sin embargo, está cambiando en Francia, donde a sus tres últimos presidentes -Giscard, Mitterrand y Chirac- se les ha permitido impunemente confundir los intereses públicos con los privados, pero donde ha dimitido hace poco un ministro de Economía por sus alardes inmobiliarios. No es el menor motivo de excusa, pero en todas partes cuecen habas. Lo importante es que se sepa.

Juan M. Hernández Puértolas, lavanguardia, 7-III-05