"Necrológica de Arafat", Rubin / Amis

Necrológica de Arafat

Barry Rubin
, director del Centro de Investigación Global sobre Asuntos Internacionales (Gloria). Autor de una biografía política de Yasser Arafat.
LV, 12-XI-2004.

Yasser Arafat fue una de las figuras políticas más destacadas de nuestro tiempo, constantemente en el centro de crisis y rodeado él mismo de controversia. Fue un jefe terrorista que ganó el premio Nobel de la Paz, un hombre que condujo a su pueblo a numerosos desastres, pero que siempre conservó el poder, un revolucionario al que se socorrió en repetidas ocasiones y que recibió segundas oportunidades por parte de un Occidente al que tan a menudo menospreció y traicionó.

Nació el 24 de agosto de 1929, en El Cairo, Egipto, y recibió el nombre de Abd Al Rahman Abd Al Rauf Arafat Al Qudwa Al Husseini. Yasser fue el apodo que le dio su familia y, al inventarse a sí mismo, abandonó los apellidos de los clanes de ambas líneas familiares para llamarse Arafat.

La extraña historia que entretejió sobre su lugar de nacimiento es un esclarecedor símbolo de su convicción fundamental de que la realidad era tal como él afirmaba que era. El poder de Arafat nació de su capacidad de lograr que muchos otros creyeran sus fábulas. De niño, a causa de problemas en el seno de su familia disfuncional, Yasser fue enviado a Jerusalén para vivir con unos parientes un par de años. A partir de entonces, siempre afirmó que había nacido allí, una aseveración pensada para que pareciese que había surgido del centro de la vida palestina y no de fuera de sus fronteras.

De hecho, Arafat procedía de una familia sin importancia que se había marchado a Egipto en busca de fortuna durante los años veinte. Si se sintió un refugiado, fue a causa de la discriminación que se practicaba en Egipto contra los palestinos en aquel entonces. Junto con los repetidos fracasos económicos de su padre y su desdén personal, esa primera etapa de su vida parece haber inculcado en Arafat la determinación de llegar a ser poderoso e importante. Se convirtió en un hombre que perseveró en definir cuál era la verdad, desoír las pruebas que lo contradecían y exigir un poder absoluto sobre todo cuanto lo rodeaba.

Durante la guerra de 1948, cuando los líderes árabes palestinos rechazaron el plan de partición de la ONU que les habría concedido un Estado y atacaron a Israel para estrangularlo en su cuna, Arafat se presentó voluntario para luchar. Ni siquiera entonces se alistó a una unidad nacionalista palestina, sino a una islamista egipcia. Tras la guerra, Arafat afirmaría haber sido un héroe e inventaría las historias más rocambolescas acerca de su sobrehumana actuación militar. Nadie de su entorno se atrevió a contradecir esa nueva versión de los hechos.

En la Universidad de El Cairo, a principios de los cincuenta, entró en política junto a los estudiantes palestinos y ascendió deprisa hasta convertirse en su líder. Desde el principio insistió en que los palestinos debían ser un actor independiente que no estuviera ligado a ninguna ideología ni al patrocinio de ningún Estado árabe. No obstante, seguía involucrado en actividades islamistas, un hecho que lo hacía sospechoso a ojos del nuevo régimen nacionalista árabe de Gamal Abdel Nasser.

En 1957, con 28 años, estaba sin empleo, sin familia y sin carrera, y las autoridades egipcias dejaron muy claro que preferirían que abandonara el país. Igual que otros palestinos, se dirigió a Kuwait, donde las nuevas riquezas del petróleo parecían prometerles una manera de hacer fortuna. En octubre de 1959, con algunos de sus amigos, fundó el grupo Al Fatah, cuyo objetivo era destruir Israel y convertir todo el antiguo protectorado británico de Palestina en un Estado nacionalista árabe.

A partir de ese momento, el ascenso de Arafat fue meteórico. En 1963, Argelia le ofreció su ayuda. Al año siguiente se había convertido en un revolucionario profesional y obtuvo el patrocinio de Siria. Los ataques contra Israel comenzaron en 1965. La devastadora derrota árabe a manos de los israelíes en 1967 logró que los regímenes árabes se mostraran dispuestos a probar nuevas formas de lucha. En 1968, Arafat se reunió con Nasser, considerado líder del mundo árabe, y el presidente egipcio le presentó a los soviéticos, que también lo respaldaron. En 1969, Arafat obtuvo el control total de la OLP y dirigió el movimiento palestino durante los siguientes 35 años.

Durante esos mismos años, Arafat formuló las principales ideas de su movimiento, construyó su nueva imagen y estableció las técnicas de gestión que habrían de caracterizarlo (sorprendentemente con escasísimos cambios) el resto de su carrera.

El proyecto de Arafat era, y siguió siendo, fundamentalmente genocida: la destrucción de Israel y su pueblo. Ése era un objetivo muy diferente del de buscar un Estado para Palestina, y parecía requerir unas tácticas bastante dispares. Dado que Arafat creía que Israel podía y debía ser destruido, era razonable una estrategia de terrorismo deliberado, y él la justificó explícitamente.

La violencia debía dirigirse contra los ciudadanos israelíes y sus instalaciones, como explicó en 1968, "para crear y mantener una atmósfera de tensión y angustia que obligue a los sionistas a darse cuenta de que les es imposible vivir en Israel". Los ataques de la OLP estaban diseñados para "evitar la inmigración y alentar a la emigración (...), destruir el turismo y evitar que los inmigrantes cojan apego a la tierra, debilitar la economía israelí y desviar la mayor parte de ésta a satisfacer las necesidades de seguridad". Al conseguir estos objetivos, la OLP impediría "indefectiblemente" la consolidación de Israel y lo llevaría a su desintegración. Dos años después, añadió: "Los israelíes tienen un

Entre 1969 y 1985, grupos de la OLP cometieron más de 8.000 atentados terroristas (la mayoría en Israel, aunque al menos 435 fueron en el extranjero) con los que mataron a más de 650 israelíes, de los cuales más de tres cuartas partes eran civiles, y a mucha gente de otros países. La organización de Arafat no sólo eclipsó más adelante esa marca, sino que, durante sus últimos cuatro años de vida, éste siguió expresando su creencia en esos mismos principios. Entre los años 2000 y 2004, de nuevo argumentó (y practicó) la idea de que el terrorismo lograría la rendición de Israel. Se equivocaba.

Entre tanto, Arafat instituyó un conjunto de técnicas de liderazgo que conformarían la cultura política del movimiento. Retuvo en sus manos todas las riendas del poder, pero a menudo prefirió no ejercer su autoridad. Si fue un dictador, muchas veces lo fue gobernando con la inacción. Arafat no estaba interesado en la ideología y era sobremanera reacio a la institucionalización, la disciplina o la centralización.

La combinación de sus objetivos, sus métodos y sus tácticas llevó a su movimiento de un desastre a otro. En 1970 suscitó el antagonismo del rey Hussein de Jordania hasta el punto de obligarlo casi a expulsar a la OLP. Al trasladarse a Líbano, interfirió en la política de ese país e incumplió repetidas veces sus acuerdos con el Gobierno libanés. Cuando se produjo la invasión israelí en 1982 para eliminar a la OLP, los dirigentes libaneses estaban deseosos de verlo marchar. Al año siguiente, tras regresar al norte de Líbano, las fuerzas sirias derrotaron una vez más a sus hombres y le obligaron a irse.

Puesto que ningún Estado árabe estaba dispuesto a aceptarlo, fue Túnez finalmente el que accedió a proporcionarle una nueva base.Desde allí, Arafat continuó con sus ataques a Israel y su entusiasta diplomacia internacional. No obstante, otro error de cálculo (su apoyo a la invasión de Kuwait por parte del presidente iraquí, Saddam Hussein, en 1990) hizo que saudíes y kuwaitíes le dieran la espalda.

Tras la derrota iraquí de 1991, Arafat sufrió un gran declive. Israel, en aquella época, podría haberse decidido a ningunearlo o acabar con él. Sin embargo, tanto ese país como la comunidad internacional decidieron darle otra oportunidad. Si de veras quería un Estado palestino como solución a los agravios de su pueblo, si de veras había aprendido de esos 20 años de derrotas, se convertiría en un hombre de Estado y llegaría a un acuerdo de paz. Le otorgaron el premio Nobel de la Paz con esa esperanza y Arafat empezó a visitar la Casa Blanca con regularidad.

Sin embargo, mientras que en la década de 1990 habló en alguna ocasión de acuerdos y conciliación, Arafat mostró poco interés en convertirse en dirigente de un Estado. Como administrador de dos millones de palestinos en Cisjordania y Gaza fue inepto, corrupto y ligeramente autoritario a su tradicional manera. En toda su vida, jamás ofreció un discurso en el que alentara a los jóvenes palestinos a recibir una educación o a su pueblo a construirse una economía. Siempre se centró en la lucha, revolucionario sempiterno.

Por último, la prueba de su vida, el momento decisivo, llegó en Camp David, Maryland, el 24 de julio del año 2000. El presidente Bill Clinton le advirtió: "Conduce usted a su pueblo y a la región hacia la catástrofe". No obstante, Arafat rechazó el plan de paz que le brindaba el presidente estadounidense con la aceptación del primer ministro israelí, Ehud Barak, y que le ofrecía la totalidad de Gaza, gran parte de Cisjordania, así como de Jerusalén Este, y más de 20.000 millones de dólares de indemnización como punto de partida para las negociaciones de paz. Muchos miembros destacados de su delegación quisieron aceptar. Arafat dijo que no.

Por el contrario, regresó a terreno conocido y declaró otra guerra, consistente sobre todo en ataques terroristas. Esperaba que Israel se rindiera ante las víctimas civiles y que el mundo corriera en su ayuda para sacarlo de esa nueva crisis que él mismo había provocado. Hasta cierto punto, Arafat ganó la guerra de las relaciones públicas, pero perdió de una forma lamentable sobre el terreno.

En el momento de su muerte, una vez más había llevado a su pueblo a otro callejón sin salida. Habían muerto más personas de ambos bandos, la infraestructura palestina había sido destruida y alrededor de 3.000 millones de dólares de ayuda extranjera habían sido malgastados o robados. Tal vez lo peor de todo sea que incitó al odio a una nueva generación de palestinos y les enseñó la gloria de la violencia, tanto él en persona como mediante los colegios, los medios de comunicación y las mezquitas que controlaba.

Para muchos, sobre todo en Europa, Arafat era un héroe, un símbolo de las víctimas y los oprimidos del mundo. Pero entre los palestinos y los árabes en general, al menos en privado, era duramente criticado. Para los palestinos era el líder incuestionable y el símbolo del movimiento, pero no un hombre admirado.

De hecho, a causa de su prolongado empeño, y en especial a causa del rechazo de la paz y del reanudado terrorismo que caracterizó sus últimos cuatro años, Arafat le hizo al mundo un daño inconmensurable. Fue el arquitecto primordial del resurgimiento del antisemitismo, un hombre que, al demostrar la eficacia política del terrorismo, contribuyó a convertirlo en la principal amenaza mundial de principios del siglo XXI. Por último, y de forma más inadvertida, empujó al mundo árabe en una dirección radical que supuso un golpe mortal para las oportunidades de democratización y de reforma liberal de la zona. Arafat, por tanto, fue un personaje fascinante y único, pero dejó tras de sí un legado de odio y destrucción. Sus extraordinarios logros se vieron contrarrestados por derrotas igualmente notorias y, por consiguiente, murió siendo un fracaso.
Martin Amis: "Arafat fue el gurú del terrorismo moderno

Juana Libedinsky, La Nación, 24/11/04, 06.54 horas

La casa de Martin Amis en Primrose Hill es el sueño del escritor. Espacios amplios y luminosos en un barrio arbolado, paredes y paredes recubiertas de bibliotecas, hasta un pequeño jardín y, enfrente, las flores multicolores de la célebre Colina de las Prímulas, uno de los puntos naturales más altos de la ciudad, desde donde se domina el valle del Támesis.

Amis, sin embargo, pasa gran parte del año lejos de Primrose Hill. El verano último se instaló en una casa de José Ignacio, en Uruguay, y asegura que nada extrañaba allí “salvo, claro, amigos y familia”. “Es que el año que pasé en José Ignacio fue excepcional –aclara–. No he conocido gente más encantadora y civilizada que los uruguayos.”

No parece pensar lo mismo de los argentinos. Al menos, no lo pensaba cuando escribió un artículo sobre Diego Maradona para el diario británico The Guardian. Allí sostenía que los argentinos tienen las peores características del histórico número diez de su selección de fútbol.

Martin Amis no es un escritor que, particularmente, le huya a las polémicas. Considerado una de las plumas más brillantes de su generación por su trabajo de ficción (clásicos como "The Rachel Papers, "London Fields", "Money", "Time´s Arrow" y "Yellow Dog", una novela satírica y humorística aún no traducida) y por sus ensayos, ha abordado temas tan duros como el Holocausto ("Time´s Arrow") y el estalinismo ("Koba el temible"). Este último libro denuncia el doble discurso con el que la izquierda suele juzgar las atrocidades cometidas por el dictador soviético frente a los horrores del nazismo. Fue el que levantó la polvareda más reciente.

Ahora Amis ha decidido saltar a otro tema complicado. Después de varios años de investigación, en sus meses en la costa atlántica junto con su mujer -la escritora uruguayo-norteamericana Isabel Fonseca- y sus dos pequeñas hijas, terminó una novela y una serie de cuentos cortos sobre el fundamentalismo islámico. Claro que, por ser Martin Amis, la forma de enfocarlo fue a través de la crisis de la masculinidad, una constante que explora en su trabajo.

"Pero es la primera en que siento cierto temor por lo que pueden ser las repercusiones", confiesa Martin Amis.



-¿Por qué cree que la crisis de la masculinidad es una de las claves para entender el fundamentalismo islámico?

-Los hombres somos muy sugestionables y estamos hablando de sociedades donde al hombre se lo trata como a un semidiós, mientras que las mujeres no cuentan y son analfabetas. Al crecer, vemos a nuestras hermanas, a las madres y a las abuelas, y sólo por ser hombres es inevitable sentir que se ha recibido algún tipo de gracia divina. Ahora, estos mismos hombres después miran alrededor y esa potencia que sienten en sí mismos no la ven traducida en la realidad política, en sus países débiles y corruptos, que son una ofensa a la idea de justicia universal del islam. Y eso es una gran humillación. En Occidente no entendemos la humillación como la siente esta gente tan oprimida. Es algo aguado, en comparación. El fundamentalismo islámico se entiende, de alguna manera, por esta tensión entre el sentimiento de omnipotencia de los hombres y la inhabilidad de transformarlo en poder político. Es una reacción a siglos de hombres humillados. Ya tras perder la Alhambra, quedó la célebre frase de la madre del sultán, que le dijo>

La casa de Martin Amis en Primrose Hill es el sueño del escritor. Espacios amplios y luminosos en un barrio arbolado, paredes y paredes recubiertas de bibliotecas, hasta un pequeño jardín y, enfrente, las flores multicolores de la célebre Colina de las Prímulas, uno de los puntos naturales más altos de la ciudad, desde donde se domina el valle del Támesis.

Amis, sin embargo, pasa gran parte del año lejos de Primrose Hill. El verano último se instaló en una casa de José Ignacio, en Uruguay, y asegura que nada extrañaba allí “salvo, claro, amigos y familia”. “Es que el año que pasé en José Ignacio fue excepcional –aclara–. No he conocido gente más encantadora y civilizada que los uruguayos.”

No parece pensar lo mismo de los argentinos. Al menos, no lo pensaba cuando escribió un artículo sobre Diego Maradona para el diario británico The Guardian. Allí sostenía que los argentinos tienen las peores características del histórico número diez de su selección de fútbol.

Martin Amis no es un escritor que, particularmente, le huya a las polémicas. Considerado una de las plumas más brillantes de su generación por su trabajo de ficción (clásicos como "The Rachel Papers, "London Fields", "Money", "Time´s Arrow" y "Yellow Dog", una novela satírica y humorística aún no traducida) y por sus ensayos, ha abordado temas tan duros como el Holocausto ("Time´s Arrow") y el estalinismo ("Koba el temible"). Este último libro denuncia el doble discurso con el que la izquierda suele juzgar las atrocidades cometidas por el dictador soviético frente a los horrores del nazismo. Fue el que levantó la polvareda más reciente.

Ahora Amis ha decidido saltar a otro tema complicado. Después de varios años de investigación, en sus meses en la costa atlántica junto con su mujer -la escritora uruguayo-norteamericana Isabel Fonseca- y sus dos pequeñas hijas, terminó una novela y una serie de cuentos cortos sobre el fundamentalismo islámico. Claro que, por ser Martin Amis, la forma de enfocarlo fue a través de la crisis de la masculinidad, una constante que explora en su trabajo.

"Pero es la primera en que siento cierto temor por lo que pueden ser las repercusiones", confiesa Martin Amis.



-¿Por qué cree que la crisis de la masculinidad es una de las claves para entender el fundamentalismo islámico?

-Los hombres somos muy sugestionables y estamos hablando de sociedades donde al hombre se lo trata como a un semidiós, mientras que las mujeres no cuentan y son analfabetas. Al crecer, vemos a nuestras hermanas, a las madres y a las abuelas, y sólo por ser hombres es inevitable sentir que se ha recibido algún tipo de gracia divina. Ahora, estos mismos hombres después miran alrededor y esa potencia que sienten en sí mismos no la ven traducida en la realidad política, en sus países débiles y corruptos, que son una ofensa a la idea de justicia universal del islam. Y eso es una gran humillación. En Occidente no entendemos la humillación como la siente esta gente tan oprimida. Es algo aguado, en comparación. El fundamentalismo islámico se entiende, de alguna manera, por esta tensión entre el sentimiento de omnipotencia de los hombres y la inhabilidad de transformarlo en poder político. Es una reacción a siglos de hombres humillados. Ya tras perder la Alhambra, quedó la célebre frase de la madre del sultán, que le dijo: "No llores como mujer por lo que no supiste defender como hombre".

-¿Fue muy distinto escribir sobre la masculinidad y el fundamentalismo islámico que escribir sobre la masculinidad en las sociedades urbanas occidentales, su tema habitual?

-No hubo una diferencia cualitativa, pero sí de grado. Es un tipo de masculinidad que yo nunca había visto en mi vida, su versión más extrema. La masculinidad siempre ha sido mi tema y la he explorado en otros cultos a la muerte, como el nazismo o el comunismo bolchevique, pero nunca vi algo tan radical en el sentido de que no hubiera más objetivo que la guerra. Por supuesto que estamos hablando de la versión más extrema del islam, que sólo usa la religión como un pretexto y como arsenal. Dejemos bien claro que el islam tiene un ideal mucho más noble, con el cual esta gente no está conectada.

-¿Qué pasos le parecería fundamental dar para encaminar la situación?

-Aliviar la pobreza y el desempleo en estos países sería muy importante. Sin embargo, entre los fundamentalistas militantes se ha llegado a un punto en que la mezcla de soberbia, odio y lástima hacia sí mismos los lleva a actuar independientemente de los hechos de la realidad. Pero también creo que la sangre y el dinero invertidos en la guerra de Irak hubiese sido mejor usado en las mentes y los corazones de las mujeres de la sociedad islámica, que es donde veo que puede haber una esperanza de cambio.

-¿Qué papel deberían jugar los intelectuales de Occidente?

-Yo creo que gradualmente en Occidente nos estamos dando cuenta de que ésta es una guerra filosófica tanto como una guerra militar. Del otro lado también hay un elemento altamente intelectual y apasionado con el que tiene que haber un encuentro cultural, un intercambio de ideas más fluido. Debemos ponernos de acuerdo en que estamos en desacuerdo en muchos temas, y trabajar a partir de eso.

-¿Es optimista o pesimista respecto del futuro del conflicto entre palestinos e israelíes tras la muerte de Arafat?

-Es muy temprano para saberlo. Los palestinos bien podrían haberse caído de la memoria histórica sin él, pero, sin duda, Arafat fue el gurú del terrorismo moderno. Lo llevó a un nuevo nivel, sobre todo en cuanto al uso de los medios de comunicación.

-¿Cuál cree que es el papel que debería tener Inglaterra, su país natal, en el conflicto de Medio Oriente?

-¿Papel? ¿Inglaterra? Nosotros no contamos para nada. El mayor regalo de Tony Blair a los norteamericanos fue haber dicho "vamos a la guerra" con acento inglés, para que se sintieran acompañados. Nuestro primer ministro no tiene ningún tipo de influencia sobre Bush, aunque él quiera creer lo contrario. La Unión Europea, en cambio, sí puede ser vista como un nucleamiento que acumuló cierto poder político, pero no debemos olvidar que Europa es un gigante económico, pero un ratón diplomático y una hormiguita militar.

-¿Cree que con el nuevo mandato de Bush se acrecentará la brecha entre Estados Unidos y Europa?

-Lo veo como inevitable. Probablemente el proceso se hubiera retrasado algo de haber ganado Kerry, pero, en realidad, no hay mucho que se pueda hacer. A los Estados Unidos, simplemente, la vieja Europa les queda cada vez más chica.

-Usted ha vivido mucho tiempo en Estados Unidos y es conocida su convicción demócrata. ¿Le gustaría que Kerry se volviera a postular?

-Sí, pero no me parece que él, ni Hillary Clinton, que también es vista como una intelectual del nordeste de Estados Unidos, puedan tener oportunidad alguna. Edwards, en cambio, que es del Sur, puede "venderse" mejor como "el hombre común y corriente". Los norteamericanos quieren un presidente que sea como ellos y Bush hizo un trabajo excelente al presentarse como el hombre con el que podrían ir a tomar una cerveza? Claro que nunca podrían, porque Bush no puede ni acercarse a una botella, pero bueno, ése es otro tema.

-¿Cuán afectado está por el resultado de las elecciones? ¿Hay algún candidato republicano en el que tenga esperanzas?

-En la era Bush, lo que yo veo como imperdonable es que se esté en camino de erosionar la separación entre Iglesia y Estado y que las minorías sean las que van a sufrir por ello. Para las próximas elecciones, si bien ha sido planteado, veo difícil un cambio en la Constitución que permita que alguien que nació en el extranjero, como Schwarzenegger, pueda postularse. Más bien veo a Jeb Bush, el hermano del presidente, como candidato de los republicanos. Estamos retrocediendo siglos, para pasar a ser gobernados por dinastías, como en la India.

-Muchos intelectuales se comprometieron en estas elecciones con Kerry. ¿Cree que sirvió para algo?

-Yo veo el resultado como un voto contra los intelectuales. Con su apoyo a temas como el casamiento entre parejas homosexuales, la oposición a la guerra de Irak y demás, el activismo de los intelectuales a Kerry lo afectó más de lo que podría haber ayudado.

-Usted también terminó hace poco el guión para una película sobre "Northanger Abbey", la única novela de Jane Austen que aún no fue llevada al cine. ¿Es parte de lo que la revista People llamó "el momento Jane Austen"?

-No en mi caso. Ya escribí muchas veces sobre ella y que este guión efectivamente se convierta en película, bueno, ésa ya es otra historia que puede o no pasar. La industria cinematográfica es muy complicada. Pero al volver sobre Austen redescubrí algo que quizá no sea tan conocido, pero que es realmente brillante: lo último que dijo. En general, las últimas palabras de las grandes figuras son malísimas. Uno se pregunta por qué no se murieron unos instantes antes, para evitarlas. Pero Jane Austen fue distinta. Cuando su hermana se acercó a su lecho y le preguntó si había algo que quisiese, ella le contestó: "Nada más que la muerte". Me parece la mejor manera de irse.

-Usted dijo recientemente que en la medida en que uno se hace mayor, se da cuenta de que todas esas cosas, premios, reseñas, adelantos de libros, es puro espectáculo y que la verdadera acción comienza con el propio obituario. ¿Eso lo tranquiliza?

-Que la verdadera acción comience con el obituario me parece un destino satisfactoriamente equilibrado, porque uno no va a estar por acá dando vueltas para ver la respuesta, sea ésta positiva o negativa. Creo que eso lo mantiene a uno en la honestidad. A mí me gustaría ser recordado como alguien que mantuvo, como en el caso de "Yellow Dog", la novela humorística viva por, al menos, una generación más.

-Cree que el humor en la literatura está en peligro, ¿verdad?

-Me parece que la novela humorística está en retroceso. Una broma es, por definición, políticamente incorrecta. Supone una víctima y cierta superioridad de quien la cuenta. Una cultura democratizadora como la nuestra no lo tolerará mucho tiempo más, salvo que haya una gigantesca crisis económica en Occidente que desestabilice todo.

-¿Y no se viene alguna novela sobre Uruguay? ¿No se inspira en el paisaje que lo rodea?

-Para nada. Viví durante 40 años en Londres y siempre consideré que era algo bueno, si uno escribe historias urbanas, salir y mezclarse con la ciudad. Pero a medida que uno se vuelve más viejo le queda tal reserva en su cabeza que, si bien no es despreciable, ya no hace falta la experiencia directa.