"Qué Europa", Oriol Izquierdo

Comienza un nuevo septiembre y, con él, el curso, en el que se retomarán los temas que languidecían en la agenda de verano. La celebración de la Diada, que estas semanas ha salpicado la actualidad, ahora y después, es uno de ellos. No es de extrañar, puesto que este año se trata de una celebración muy especial por ser la primera del president Maragall y por su empeño en darle un revestimiento institucional que acentúe su carácter festivo y cultural, aun a riesgo de usar para ello parafernalia semimilitar. Pero también porque faltará una década redonda para llegar al tercer centenario del Onze de Setembre. Una década que está siendo precedida por tantos cambios de talante, que uno piensa si no es sentida como una última oportunidad. A saber: o España aprende de una vez a definirse y a ser sin negarnos, o lo que tal vez se planteará por fin el Onze de Setembre del 2014 es la fiesta de la nueva independencia.

Quizás fue a causa de este horizonte que Piqué se agitó como lo hizo tras su antifaz, abominando en términos poco decorosos de la ofrenda floral a Rafael Casanova. A causa de este horizonte y de la evidencia de que lo que celebramos, la pérdida de las libertades bajo la ocupación militar borbónica, no es sólo un episodio olvidado de la historia remota, sino una herida a pesar de todo aún no cauterizada. Puede parecer que exagero. No lo creo, vista la irritabilidad que causa a los políticos españoles su herida casi melliza, el tercer centenario de la pérdida de Gibraltar. Además lo corroboran algunos datos directamente relacionados con los derechos individuales de los ciudadanos, por ejemplo con ese hecho tan central para ejercerlos como lo es la lengua.

Uno es casi una anécdota, excepto para sus protagonistas. Se trata del caso, ya comentado en este periódico con agudeza por Francesc-Marc Álvaro, del matrimonio de Agullent que perdió la niña china que había obtenido en adopción a causa de un dictamen que los consideró, llanamente, pueblerinos por expresarse mejor en valenciano que en español.

No tenemos noticia de que nadie haya sido destituido y apartado de la función pública por tal barbaridad, ni de que haya intervenido la fiscalía ni el Defensor del Pueblo para restituir la dignidad a la familia Espí-Ibáñez.

He aquí lo que también recordamos durante la Diada: que a pesar de ser un derecho reconocido por el ordenamiento legal de este Estado, que dice ser el nuestro, todavía podemos ser vejados al usar la propia lengua.

Otro dato tiene relieve por el cargo institucional de su protagonista, Josep Borrell. El flamante presidente del Europarlamento afirmó con ardor en el reciente congreso del PSC que miles de jóvenes han muerto en Europa por “la estupidez de la lucha identitaria”. Lo dijo aquí, donde más bien cabe contar víctimas que verdugos, y tras ello insistió en que no es el momento de resolver el reconocimiento del catalán en las instituciones europeas.

Así están las cosas. Hoy no todos los ciudadanos administrativamente españoles tienen los mismos derechos, ni por lo visto el mismo derecho a reclamarlos. Ya ven qué sucedió en Agullent. Ya ven qué cosas dice Borrell. Pronto vamos a tener que afirmar con voz clara que el verdadero problema de la construcción europea es el celo con que los estados preservan sus privilegios. Que, ya se ve, al menos en nuestro caso, no son los de los ciudadanos que dicen amparar.

Luego ¿vamos a esperar al 2014 para poder ser europeos con todas las consecuencias?

lavanguardia, 2-IX-2004