KAREN OLSEN; VIUDA DE JOSÉ FIGUERES, EX PRESIDENTE DE COSTA RICA: “Jamás volveremos a tener un ejército”
Tengo 74 años. De padres daneses, nací en Nueva York y vivo en Costa Rica. A los 20 años, en 1954, me casé con José Figueres, don Pepe, hijo de catalanes, que fue presidente de Costa Rica y que abolió el ejército en ese país hace ya 56 años. Tengo 4 hijos y 12 nietos. Soy socialdemócrata y ferviente creyente en Dios. Yo nací para servir.
-¿Cómo era don Pepe Figueres?
–Muy catalán. Él siempre decía: “Yo soy, simplemente, un payés”.
–Era hijo de catalanes, ¿no?
–Fue engendrado en Os de Balaguer y nació en Costa Rica en 1906. Sus padres emigraron allí, y de ellos aprendió a ser austero, formal, trabajador. “La única manera de hacer las cosas es haciéndolas”, decía siempre.
–Y él lo hizo: ¡abolió el ejército!
–Sí. ¡Es una decisión única en la historia! Ha sido “el primer ciudadano del mundo que declaró la paz”, como dijo Mitterrand.
–¿Cómo fue la cosa?
–Costa Rica estaba tiranizada y él se rebeló. Se levantó en armas en 1948 y tomó el poder. Acto seguido abolió el ejército, reforzó la educación, separó los poderes del Estado y, a los 18 meses, se retiró. ¿Insólito, no?
–Paradójico: usó las armas para abolirlas.
–No buscaba poder personal, quería “el bienestar del mayor número”, como decía él.
–¿Por qué se retiró?
–El pueblo le pedía que siguiera, pero él se negó: “Tomé el poder por las armas, y debo devolverlo”. Lo tomó para garantizar un proceso electoral limpio y en paz, con voto para las mujeres. Y ahí fue ya elegido presidente.
–¿En qué año fue elegido?
–En 1953. Yo estuve a su lado durante esa campaña electoral. No olvidaré la fiesta de la noche de la victoria, los dos vestidos de blanco... Al año siguiente nos casamos.
–¿Cómo se habían conocido ustedes?
–Yo estudiaba sociología en la Universidad de Columbia, y él vino a darnos una conferencia. Allí, yo le manifesté mi desconfianza hacia los políticos. Y él me invitó a Costa Rica para que viese su trabajo allí.
–Don Pepe le echó el ojo a usted, vamos...
–Mis padres, daneses luteranos, eran muy severos. Insistí..., y sólo me dejaron ir por dos semanas, y a casa de una familia americana amiga. Luego yo me quedé más semanas, para ayudar a don Pepe en su campaña. ¡Mi padre dejó de hablarme durante un mes!
–Aquella conferencia cambió su vida, pues.
–Sí, porque yo estaba a punto de partir hacia India para trabajar junto a Gandhi...
–¡Gandhi!
–Sí. Siempre tuve muchas inquietudes sociales. Sentía que había nacido para servir.
–Si se hubiese ido a India, ¿qué?
–¡Hubiese complicado la vida a Gandhi y don Pepe la hubiera tenido más tranquila!
–Al final, sirvió usted a los costarricenses.
–El objetivo era crear allí una clase media, que es la vanguardia de la democracia.
–¿Lo consiguieron?
–Sí. Con paz, justicia y opciones igualitarias para la población. En 1948, sólo el 11% de la población estaba alfabetizado, y hoy lo está el 96,4%. La mortalidad infantil era del 450 por mil, y hoy es del 9 por mil...
–¿Cuál ha sido el secreto del éxito?
–En vez de gastar el 50% del presupuesto en armas, como sucedía antes, se invirtió todo ese dinero en educación y en sanidad.
–¿Qué pensó de don Pepe y de sus atrevimientos el gran vecino del norte?
–Se pensó que don Pepe era un subversivo, un comunista. Hubo intentos de invasión: en 1954, recién casados, bombardearon la casa. ¡Mala puntería: cayó en el jardín!
–¿Y no pensó usted “qué hago yo aquí”?
–¡No! ¡Yo soy vikinga, recuérdelo usted! ¡Una vikinga y un catalán! ¡Ja!
–¿Cómo acabó aquello?
–El pueblo entero se presentaba en casa trayendo lo que tenía, desde cuchillos hasta fruta. Fue emocionante. ¡Contra la mística de un pueblo no hay ejército que pueda nada!
–Pero un pueblo sin ejército es muy vulnerable, puede ser conquistado, ¿no?
–No, no, no. ¡El pueblo es el ejército! El pueblo de Costa Rica está tan orgulloso de su paz y de su progreso que eso es invencible.
–¿No volverán a tener ustedes ejército?
–Jamás volverenos a tener un ejército. Un pueblo que ha visto medio siglo de prosperidad así, jamás cambiará ya. Seguiremos siendo un testimonio de luz ante el mundo.
–No parece ser un ejemplo muy seguido...
–Mire: no hay un camino a la paz, ¡la paz es el camino! Esto todavía cuesta de entender... Hay miedos. Complicamos lo sencillo.
–¿Le explicó don Pepe qué educación le habían dado sus padres catalanes?
–Si una miga de pan caía al suelo, había que recogerla, besarla y comérsela. Frugalidad, honradez, rectitud, solidaridad: así lo educaron. Su madre era una maestra de Reus, y él leyó a los clásicos españoles e ingleses a la luz de una candela, y leía alemán...
–¿A la luz de una vela?
–Sí, porque Costa Rica estaba muy mal electrificada. Esa fue una obsesión de don Pepe en su mandato: ¡hoy es uno de los países más electrificados de toda América!
–¿A qué se dedicaba don Pepe antes de enredarse en la política de su país?
–A la agricultura. Adquirió una hacienda, y por eso era en verdad ¡un payés!
–¿Y qué le movió a actuar en política?
–Oyó en la radio que el gobierno militar, por su política económica, estaba tirando comida. Él, que besaba el pan, no pudo soportar eso... Fue a la radio y lanzó su proclama: “Este gobierno tiene que irse”.
–Y lo logró... ¿Le enseñó catalán don Pepe?
–Él lo habló siempre. Yo lo entiendo. No olvidaré el viaje de Estado que hicimos a España en 1956. ¡Su amor a Catalunya era tan hondo que quiso que la primera visita fuese a Os de Balaguer! Y allí hizo su travesura...
–¿Qué travesura?
–Desde el balcón del Ayuntamiento, ¡habló en catalán! ¡Imagine el disgusto de las autoridades franquistas! En la cena que hubo luego con Franco... ya no le dejaron hablar.
Don Pepe Figueres murió en 1990, a la edad de 84 años. Presidió Costa Rica de 1953 a 1958 y, luego, de 1970 a 1974. Fue un presidente que proclamó “¿Para qué tractores sin violines?”, y estimuló con el mismo brío el desarrollo cultural y el económico. Su política llegó a zambullirse en la utopía: “¡Estamos obligados a soñar!”, me dice ahora su viuda, entusiasta propagadora del legado de su marido, un héroe americano. O catalán: “Vive como piensas, o acabarás pensando como vivas”, advertía don Pepe, evocando la vida austera aprendida de sus padres. Ayudó a Castro en la derrota de Batista y acudió a Cuba a saludar el triunfo de la revolución, pero le disgustó la marcialidad militar con que vio desfilar a los vencedores: “Esto no es latino”, sentenció, y se fue.
lavanguardia/lacontra, Víctor M. Amela, 15/06/2004