En el centro de Kirkuk cabe al cauce de un río seco, emerge la colina de la ciudadela devastada. Sus casas, habitadas por kurdos y por turcomanos, fueron destruidas en 1994 por los soldados de Saddam Hussein. Por sus callejuelas de hierbajos y ruinas –sólo quedan en pie una mezquita y una iglesia donde dice la leyenda que reposan los restos del profeta Daniel– no hay alma en pena. La ciudadela cercada de una verja con puertas cerradas, no ha sido reconstruida. Kirkuk, en cuya periferia se encuentra el primer yacimiento petrolifero explotado en Iraq, es un volcán latente, poblado de kurdos, turcomanos, árabes, asirios y caldeos... “Los kurdos fueron las víctimas de los árabes y ahora los turcomanos –me dice un miembro del buró político del Frente Turcomano en su pequeña oficina de la ciudad – somos sus víctimas. La situación empeora cada día porque quieren anexionar Kirkuk, adueñándose de su petróleo, al Gran Kurdistán. Han hecho venir refugiados de todas partes para cambiar la demografía de la ciudad. Temo que Kirkuk se convierta en una población dividida con muros, con barricadas, y que estalle la guerra entre nosotros, al lado de los árabes, contra los kurdos.”
El Partido de la Unión Patriótica del Kurdistán, de Jalal Talabani, que con las demás fuerzas kurdas combatieron junto a los norteamericanos en la guerra de Iraq, se apoderó en abril del año pasado de esta ciudad petrolífera, que reivindica como parte de su territorio. La arabización impuesta por el régimen de Saddam Hussein asentando árabes procedentes de otras regiones de Iraq, y deportando alrededor de 300.000 kurdos, cambio el carácter de la región. Detrás de las tropas estadounidenses llegaron caravanas de refugiados kurdos que anhelaban recuperar sus casas, sus tierras y sus propiedades inacautadas. Miles de estos refugiados viven miserablemente en tiendas de campaña junto al cementerio y al estadio deportivo, en los suburbios de Kirkuk, esperando establecerse en la ciudad. Hablan el mismo lenguaje de los palestinos cuando os espetan en la cara qué haríais si os hubiesen ocupado vuestra casa. Abderraman Karim Tayar, con 90 años a sus espaldas y dos mujeres, recuerda cómo los soldados de Saddam Hussein le deportaron de Kirkuk hace 36 años. Sentado en una estera bajo su tienda de lona, evoca que por allá 1936 había muy pocas casas de árabes en Kirkuk, donde la mayoría de las viviendas estaban habitadas por los turcomanos y por los kurdos. A la sombra de los norteamericanos ha sido elegido por los 30 miembros del consejo municipal, que representan todos los grupos étnicos y confesionales, un gobernador kurdo, y un vicegobernador árabe asistido de un turcomano y de un asirio. El cuerpo local de policía está compuesto de un 42% de kurdos, un 25% de árabes, otro 25% de turcomanos y el resto de otras minorías.
En Kirkuk se ha aplicado estrictamente este sistema confesional tan arriesgado en su administración municipal. Pero, ¿cuántos habitantes tiene esta ciudad, muy codiciada por su petróleo? ¿Con qué porcentaje cuentan los kurdos, turcomanos, y árabes, sus tres grandes comunidades? ¿Hay más turcomanos que kurdos? Cada uno echa mano de su propia evaluación de habitantes hecha a ojo de buen cubero, ante la falta de un censo válido de población. Los turcomanos que llegaron a estas tierras en tiempos de los califas abásidas, y cuya lengua es la turca, afirman que son alrededor de 3.000.000, asentados en una franja del norte de Iraq, y que han sido marginados antes por los árabes y ahora por los kurdos. En esta peligrosa etapa de Kirkuk se han agrupado, sin embargo, con los árabes ante la amenaza de la emprendida “kurdización” de la zona. Magid Saadun es un profesor y escritor árabe que llegó a Kirkuk antes de que el régimen de Saddam Hussein quisiera arabizarla. En el jardín de su chalecito en este atardecer en el que de vez en cuando resuena una explosión, y cruzan el cielo los aviones norteamericanos de guerra, confiesa que se siente inseguro, sin protección en esta ciudad del norte de Iraq, fronteriza con el enclave autónomo kurdo de Suleimaniya. Si dejamos de lado los refugiados, los turcomanos son más numerosos que los kurdos. Los kurdos están haciendo lo que antes había hecho Saddam Hussein, ocupan cuartelillos de policía, edificios oficiales, casas vacías, ahuyentan a los vecinos árabes para extender su dominio sobre la ciudad. Hasta los vendedores ambulantes de verduras esconden sus armas bajo sus cestas.
“Hay combates diarios que no se publican entre kurdos, por un lado, y árabes y turcomanos por otro. Ésta es una ciudad rica, con yacimientos de petróleo, que había sido la ciudad de la hermandad, y que se ha convertido en una planta sin raíces. Me gustaría creer que nuestro destino está en poder de EE.UU., que ha prometido que harían de Kirkuk un paraíso”, afirma Saadun. Hay el proyecto de convocar un difícil referéndum para decidir la suerte de Kirkuk, llamada la “Jerusalén de los kurdos”. Sin duda son ellos los que más beneficios han sacado de esta guerra. La explotación de este petróleo está en el trasfondo de su reivindicación. Pero la suerte no está echada porque será EE.UU. quien tendrá la última palabra en Kirkuk.
lavanguardia, Tomás Alcoverro, 31-III-2004