īKantī, J.M. Ruiz Simon

Da gusto ver a Kant convertido, a los dos siglos justos de su muerte, en un “crack mediático”. El placer se lo debemos, sin duda alguna, a Robert Kagan y a su libro “Of paradise and power. American and Europe in the new worl order” (2003).

Robert Kagan es un típico ejemplar de la segunda generación de la cuadra neoconservadora. Su padre, Donald, es profesor de Historia en Yale, autor de una tetralogía sobre la guerra del Peloponeso y responsable, junto a Leo Strauss y Hans Morgenthau, de que Tucídides (antaño admirado por Hobbes) sea hoy el historiador de cabecera de la política exterior norteamericana. En los ochenta, Robert trabajó, como tantos otros “neocons”, para las administraciones republicanas. Primero como hacedor de discursos del secretario de Estado George Schultz y luego en las oficinas donde se gestaron las actividades ilegales a favor de la contra nicaragüense. Después se entregó a la noble causa de la cultura: se benefició de las ayudas millonarias de las fundaciones sufragadas por las grandes corporaciones e inició una entrañable colaboración con William Kristol concretada en algún que otro libro y en la fundación del famoso Proyecto para el Nuevo Siglo Norteamericano.

En “Of paradise and power” (“Poder y debilidad” en la traducción española), Kagan, reciclando un artículo publicado el año anterior, parodiaba el título de un tan conocido como estúpido best-séller (“Las mujeres son de Venus y los hombres de Marte”) para situar a unos tan pacíficos como impotentes europeos en un bello paraíso venusino que, aunque les pese, sólo pueden sobrevivir gracias a la marcial protección del poder militar estadounidense. Según Kagan, los europeos son de Venus y los americanos de Marte y esta dualidad se traduce en la contraposición entre la filosofía política de Kant, presuntamente idealista e ingenua, y la de Hobbes, realista y, a su entender, la única capaz de guiar los destinos de un mundo seguro.

La caricatura del pensamiento kantiano ofrecida por Kagan (la conversión de Kant en el paladín de un gobierno mundial) habría merecido un suspenso a los ojos de cualquier profesor de Filosofía cuyo cerebro no estuviera intoxicado por las tergiversaciones de Carl Schmitt o Strauss. Pero ha tenido, a juzgar por el reciente auge de orgullosas reivindicaciones de la herencia del filósofo alemán, un inesperado efecto secundario. Ha invitado a la relectura pública de Kant. Y ha puesto de manifiesto la actualidad, y el realismo, de sus reflexiones sobre la necesidad de una regulación jurídica de las relaciones internacionales que trascienda el mero reconocimento de las relaciones de fuerza entre los estados.

“La paz perpetua”, el opúsculo que Robert Kagan situaba en el ojo del huracán, se ha revelado como un clásico en el mejor sentido de la palabra, como una obra que, a pesar de sus años, sigue teniendo muchas cosas que decir.

Kagan acertó al sustantivar en Hobbes y Kant dos maneras irreductibles de entender la política internacional. La evolución de la “guerra contra el terror” pondrá en claro si también lo hizo con los adjetivos. Tal vez quienes hace un año blandían la bandera del realismo pueden acabar apareciendo como necios “idealistas” y Kant acabe convirtiéndose en el abanderado de una nueva “realpolitik”.

lavanguardia, Josep Maria Ruiz Simon, 18-II-04