Cuando las barbas de tu vecino veas cortar...
Para los líderes de Oriente Medio, la imagen de soldados estadounidenses registrando la boca de Saddam Hussein, hace tan sólo un mes, ha sido como un auténtico electroshock. Todos se mueven frenéticamente al constatar el patético fin de uno de los mandatarios más temidos de la región en los últimos 34 años. Todos esperan que sus nuevos gestos les abran las puertas de la Casa Blanca.
El presidente libio, Muammar El Gaddafi, lanzó una bomba informativa al declarar que aceptaba desmantelar sus armas de destrucción masiva, mientras sus enviados proponían a Israel entablar un diálogo diplomático. El ministro de Exteriores israelí, Silvan Shalom, ha reconocido que últimamente mantiene contactos con otros países árabes del norte de África y del golfo Pérsico: aparentemente se trata de Argelia, Omán, Yemen y Dubai.
Egipto e Irán reanudan sus relaciones dipomáticas, cortadas en 1981, cuando en Teherán bautizaron una céntrica calle con el nombre del asesino del presidente egipcio Anuar El Sadat, arquitecto del primer tratado de paz firmado con Israel; ahora la avenida se llamará “Intifada”. Irán ha aceptado adoptar el Tratado de No Proliferación de Armas No Convencionales, lo que permitirá a los inspectores de la ONU visitar, por ejemplo, sus instalaciones nucleares sin aviso previo. Tras el mortífero terremoto de Irán, con decenas de miles de víctimas, Teherán aceptó recibir ayuda internacional, incluso del “Gran Satán”, Estados Unidos, rechazando solamente un avión del que consideran el “Pequeño Satán”, Israel.
Incluso en la eterna guerra entre palestinos e israelíes se oyen nuevas voces: el primer ministro, Ariel Sharon, se enfrenta al Comité Central de su partido, el derechista Likud, por apoyar la creación de un Estado palestino –en el marco de la llamada “Visión Bush”– y el desmantelamiento de colonias israelíes en Cisjordania y Gaza, que él mismo engendró y construyó. Por otra parte, el líder espiritual de Hamas, el principal movimiento integrista palestino, el jeque tetrapléjico Ahmed Yassin –considerado por cientos de miles de seguidores como un Dios en vida–, dejó a muchos palestinos estupefactos al anunciar que acepta un Estado independiente al lado de Israel (en Gaza, Cisjordania y Jerusalen Este), renunciando de facto a la destrucción del Estado judío, y proponiendo “dejar ese tema para la historia”.
El presidente sirio, Bashar El Assad, acaba de visitar Turquía –el gran aliado estratégico de Israel en la región– por primera vez desde la independencia de su país en 1946; Assad cogió a Israel por sorpresa al proponer reanudar las conversaciones de paz, y por primera vez no pone condiciones previas ni vincula el proceso a la cuestión palestina. En Israel, mientras tanto, se espera la llegada a Jerusalén y Damasco de un mediador de Ankara, y Sharon responde que Assad debe probar con hechos la seriedad de sus intenciones y que no se trata sólo de “una maniobra para evitar la presión norteamericana”. El primer ministro israelí espera sobre todo que Damasco “controle” a las milicias libanesas de Hezbollah, que según Israel no podrían actuar sin el apoyo sirio.
La novedad y la sorpresa de Ariel Sharon es que tanto sus principales ministros –Shalom (Exteriores), Beniamin Netanyahu (Finanzas), Meir Shitrit (Economía) y Tomi Lapid (Justicia)– como los más destacados generales del Estado Mayor (y los servicios de inteligencia militares) le piden al unísono que “ponga a prueba al presidente sirio y acepte su reto negociador, ahora que Damasco se encuentra en una posición más debil”.
Las reglas del juego sirio-israelí han cambiado: en los años noventa, Israel usaba las negociaciones con Damasco para convencer a los palestinos y a otros países árabes de que normalizasen relaciones; el entonces “rais” Hafez El Assad era el que ponía condiciones e intentaba “cobrar” a Israel un precio diplomático por el simple hecho de dialogar. Tras la guerra de Iraq, su hijo Bashar se siente aislado y bloqueado por sus todopoderosos “vecinos” norteamericanos que ocupan Iraq: ahora es Siria la que considera el simple hecho de negociar con Israel como una ventaja diplomática que le aleja un poco más del “eje del mal” definido por Bush.
Este terremoto sin precedentes, con epicentro en el sótano de Saddam, se sigue haciendo sentir en cada rincón de Oriente Medio. Con una gran excepción: en las callejuelas de Jenín, Nablús o Gaza, aún ocupadas por los tanques israelíes y los escondites de los hombres y mujeres bomba palestinos.
Según los pesimistas, este es un problema crónico que necesita mucho más que la captura de un dictador. Según los optimistas, hay que esperar hasta fin del 2004, cuando EE.UU. elija su nueva Administración. Diez meses después de la ofensiva bélica contra Iraq, palestinos e israelíes continúan esperando la prometida “pax americana”. El problema es que, para estos dos pueblos, los terremotos son el pan nuestro de cada día.
Henrique Cymerman, lavanguardia, 10-I