No está de más recordarlo en fechas de excesos. Anoche, cada una de las noches de estas fiestas navideñas convertidas en un desenfreno pantagruélico, 842 millones de personas se fueron con hambre a la cama. Así lo reveló el último informe de la FAO, cuyo efecto sobre las conciencias bien alimentadas roza la nulidad. De lo contrario, no incorporaríamos cada año a las estadísticas a cinco millones de nuevos hambrientos. La FAO denuncia la absoluta falta de voluntad política por acabar con esta pandemia, ante la que los Estados Unidos de Bush y la Europa de Chirac son iguales: es mejor cebar a nuestros agricultores y ciudadanos con multimillonarias subvenciones, que sobrecogerse ante sermones solidarios. Un ejemplo: EE.UU. concede 3.900 millones de dólares anuales en ayudas a 25.000 productores de algodón. Dicha cantidad equivale al PIB de Burkina Faso, pero con una particularidad. En este país africano, uno de los más pobres de la Tierra, dos millones de personas viven del cultivo del algodón, que comercializan tres veces más barato que el americano. Dejemos las estadísticas y recordemos las imágenes de las impotentes madres africanas y asiáticas, incapaces de amamantar a sus bebés, sometidos a una infame dieta de agua de arroz. Con falta de calorías y de proteínas sobreviene la muerte silenciosa, no sin que antes las tripitas se hinchen, los ojos se hundan y los huesos se peguen a la piel. En Navidad también damos la espalda a la tragedia.
Alfredo Abián, director adjunto, lavanguardia, 25-XII-03