´El caso de Shaima (y Ayaan Hirsi Ali)´, Enric Sierra

El caso de Shaima, la niña de nueve años que ha saltado a las portadas de los diarios porque en su colegio de Girona le prohibieron llevar un pañuelo cubriéndole la cabeza, ha desatado el debate sobre el respeto a las tradiciones, las religiones y las costumbres. De todo lo dicho y escrito, me ha interesado lo que contaba la propia niña. Shaima ha explicado que le gusta llevar ese pañuelo porque así se lo enseñó su abuela cuando vivía con ella en Rabat hasta hace un año.

Al oír la explicación que daba la niña me vino a la memoria el pasaje del valiente y magnífico libro Mi vida, mi libertad,de la somalí Ayaan Hirsi Ali, que sigue amenazada de muerte y bajo protección policial por criticar las prácticas discriminatorias del islam respecto a las mujeres.

La autora relata con toda crudeza su experiencia personal en el cumplimiento de otra de las llamadas tradiciones: la ablación de clítoris. Ayaan Hirsi lo cuenta así: "Mi abuela… me agarró y me sujetó el tronco... Otras dos mujeres me separaron las piernas. El hombre cogió unas tijeras. Con la otra mano agarró la entrepierna y empezó a pellizcarla… Entonces las tijeras descendieron entre mis piernas y el hombre cortó mis labios interiores y el clítoris. Lo oí, como cuando el carnicero corta la grasa de un pedazo de carne. Un dolor inenarrable, penetrante, me subió por las piernas, y aullé. Después vino la sutura: la larga aguja roma penetrando con torpeza en mis labios externos sangrantes, mis gritos de protesta y angustia, las palabras de consuelo y aliento de la abuela... Terminada la sutura, el hombre cortó el hilo con los dientes".

Ayaan Hirsi Ali tenía sólo cinco años cuando vivió esta brutal experiencia. Más tarde huyó a Holanda, donde llegó a ser diputada. En Catalunya son numerosas ya las mujeres que conviven entre nosotros y que han pasado por la aberración de la ablación. En los hospitales catalanes se conoce esta circunstancia y han tratado casos de hemorragias producidas por esta práctica ilegal, aunque no consta que nadie esté en la cárcel por haberla hecho o consentido a pesar de que la ley la prohíbe.

El caso de Shaima también me ha recordado la historia de una menor musulmana que vivía en Caldetes con su familia a mediados de la década de los noventa. Su padre, también siguiendo la tradición, apalabró su matrimonio y ofreció la mano de su hija a cambio de una motocicleta. El Ayuntamiento de entonces lo detectó, pero nadie pudo evitar esa transacción. El padre, airado, se sorprendió de que todo aquello fuera noticia.

Ahí está el problema. Todo esto debe dejar de ser normal. Por eso, coincido con las autoridades en que lo principal es que Shaima se escolarice. Así podrá aprender que tiene derecho a elegir su futuro.

'El caso de Shaima' (y Ayaan Hirsi Ali), Enric Sierra, lavanguardia, 8-X-07.