´Subvención o esfuerzo´, Albert Gimeno

Los compromisos para ayudar a los ciudadanos por parte de los poderes públicos viven tiempos de vino y rosas. La guadaña electoral mira de reojo a muchos cargos electos en todas las comunidades autonómicas y la promesa se convierte en un cheque al portador suculento y reparador. Lo hemos vivido con el apoyo pecuniario a las mujeres que traigan hijos a este mundo y también con la inyección económica para que bastantes jóvenes puedan emanciparse y tengan facilidades para sortear la dureza del mercado y alquilar un piso.

De todos modos, el no va más de las ayudas lo anunció ayer Manuel Chaves en Sevilla. El presidente autonómico andaluz puso encima de la mesa 6.000 euros por curso docente para que los mayores de 16 años sigan con su formación académica y no abandonen el bachillerato.

Como si se tratase de un travelling en la tribuna del hipódromo de Ascot, la población parece asistir a una de esas escenas en las que los billetes pasan de una mano a otra a una velocidad de vértigo. Y ese parece ser el ritmo de ofertas que reciben muchos ciudadanos en la actualidad. ¿Es eso malo? Más allá de la utilización política que puedan tener las ayudas, la pregunta debería abordar aspectos más cercanos a la conveniencia o no de fomentar una sociedad que se acostumbre a vivir de la dependencia y no de su capacidad. Es evidente que el nivel de vida de muchos catalanes se halla en límites de dudosa flotabilidad y que cualquier ayuda puede convertirse en la bombona de oxígeno soñada por cualquier submarinista apurado. De todos modos, esta política de fomentar el regalo frente al método no puede convertirse en un sistema fiable y estable de relación entre los ciudadanos y los gobernantes, sea cual sea el color político de sus carnets.

Si para que un chaval estudie hay que regalarle 6.000 euros, significa que la catadura moral y ética de las generaciones que estamos formando se verá afectada por insalvables grietas. Quizás los poderes públicos deberían enseñarles a pescar en lugar de ofrecerles una magnífica lubina en el plato porque es imposible que cada día del año se les pueda servir un manjar de ese nivel. Asistimos a una época en la que nuestros jóvenes tiñen de conformismo la hoja de ruta de sus vidas y lo peor de todo es que, lejos de azuzarles, buena parte de la sociedad parece sonreír bobaliconamente esa postura enfermiza e indigna. El espíritu de superación no puede escribirse en un cheque.

lavanguardia, 30-IX-07.