´Camboya, tardío juicio al horror´, Prudencio García

La mayor de las atrocidades padecidas por la humanidad desde el final de la Segunda Guerra Mundial se desarrolló en Camboya (actual Kampuchea) entre los años 1975 y 1979. Mientras en España vivíamos los sobresaltos de los últimos meses del franquismo y de los primeros años de la transición, y mientras nuestra capacidad de indignación provocada en el escenario internacional se hallaba acaparada por los excesos represivos de las dictaduras chilena, argentina y similares, en el otro extremo del planeta, allá en un exótico rincón del Sudeste Asiático, y sin que nadie les dedicara entonces la menor atención, se estaban perpetrando unos horrores de tan monstruosa magnitud que convertían los crímenes de Videla y Pinochet en un juego escolar, perverso pero de mínima dimensión.

De manera sistemática e imparable, ante la negligencia y la parálisis internacional, fueron exterminadas un millón setecientas mil personas, una cuarta parte de la población del país, por el delirante régimen comunista de los jemeres rojos, encabezado por el ya fallecido Pol Pot. Tan inaudita masacre fue perpetrada en gran parte con arma blanca (degüello de las víctimas tendidas en largas filas, o golpe de martillo en la nuca, después de colocarlas arrodilladas en fila, al borde de grandes fosas), como consecuencia de la filosofía de máxima austeridad del régimen y dada la inmensa cantidad de munición que hubiera sido necesaria para ametrallar a tan enorme número de víctimas. Otros cientos de miles murieron como consecuencia de la inanición y las enfermedades provocadas por las condiciones inhumanas de vida, en campos de trabajo forzado donde eran sometidos a un régimen de brutal esclavitud.

La descomunal matanza no se produjo por razones étnicas ni de nacionalismo (los masacrados tenían la misma nacionalidad y la misma etnia que sus asesinos), ni por motivo alguno relacionado con la religión. Aquella atrocidad fue motivada por los designios políticos de un régimen cuya ideología (la modalidad más extrema y alucinante del maoísmo) le impulsaba a establecer una sociedad absolutamente agraria, austera y primitiva, ajena a los adelantos tecnológicos. Establecieron su año cero,desalojaron las ciudades, vaciándolas de población y exterminando a todo aquel que tuviera estudios, especialmente a maestros, abogados, periodistas y gentes de letras, técnicos y profesionales, y a todos aquellos - comerciantes, oficinistas, etcétera- que supuestamente servían de soporte a formas de vida urbanas y burguesas, las que fanáticamente se pretendía erradicar.

Todos ellos fueron sometidos a una despiadada limpieza ideológica mediante un programa de trabajo purificador en mortíferas granjas, donde fueron explotados hasta la muerte de la mayoría. Aquel horror se prolongó hasta que el ejército de Vietnam invadió Camboya y derribó su régimen, cuyos responsables se refugiaron en la zona selvática del norte del país.

Al fin, tres décadas después, con inmenso retraso y tras diez años de esfuerzos preparatorios y considerables gastos, se ha constituido un tribunal internacional de carácter mixto, formado por jueces camboyanos y por magistrados internacionales aportados por la ONU. Ese tribunal, concebido para procesar y castigar a los altos jefes jemeres todavía vivos, ha formulado ya su primera acusación, contra Kank Kek Yeu (alias Duch), encarcelado desde 1999, responsable de la terrible prisión S-21 de Phnom Penh, donde 17.000 víctimas fueron atrozmente torturadas y en su mayoría asesinadas.

Pero los dos máximos peces gordos escapan ya a la justicia. El líder, Pol Pot (el hermano número 1),falleció en 1998. Su comandante militar, Ta Mok (alias el Carnicero),murió en el 2006. Quedan vivos, eso sí, líderes tan importantes como Nuon Chea (el hermano número 2),Yeng Sary (el hermano número 3)y Khieu Sampan, el que fue jefe del Estado, y que ahora afirma que "no tuvo relación alguna con el aparato represor". Todos ellos superan los 70 años. Más joven es Meah Ruth, casado con la hija de Ta Mok y tan implacable asesino como su suegro.

Se pretende que todos ellos pasen por el banquillo. La justicia internacional, aunque torpe, cara, imperfecta y tardía, debe ejercer su función. Los más atroces crímenes contra la humanidad no deben quedar nunca amparados por la repugnante impunidad, propiciadora de su repetición. La condena con 30 años de retraso de unos cuantos ancianos criminales de lesa humanidad es una respuesta raquítica, pero inexcusablemente necesaria.

 

 PRUDENCIO GARCÍA, investigador y consultor internacional del Instituto Ciencia y Sociedad, lavanguardia, 20-VIII-07.