Una vez más, Shahzad insistía en la infiltración terrorista dentro de las estructuras del nuclearizado estado pakistaní.
Syed Saleem Shahzad, un periodista que denunció la infiltración de Al Qaeda en la Marina de Pakistán, apareció ayer muerto con signos de tortura. Shahzad atribuía el asalto a la base de Karachi a la presión de Al Qaeda para que sus infiltrados, arrestados hace poco, fueran liberados. 1-VI-11, J. J. Baños, lavanguardia
Pocos reporteros habían logrado meterse en la boca del lobo yihadista tantas veces como Syed Saleem Shahzad y muchos menos habían vivido para contarlo.
Este reportero pakistaní logró entrevistar a caudillos emergentes de Al Qaeda - como Ilyas Kashmiri-al muyahidin afgano Sirajuddin Haqqani o al tesorero de los talibanes, Qari Ziaur Rahman. En 2006 estuvo a punto de no salir vivo, después de haber sido secuestrado por los propios talibanes afganos entre cuyas filas se intentaba infiltrar para lograr una entrevista. La boca del lobo estuvo entonces a punto de cerrarse. Sin embargo, Shahzad reconocía en los talibanes afganos una cierta caballerosidad que le hacía no temer por su vida cuando se encontraba entre ellos. A quienes temía de verdad era a sus propios compatriotas, porque las amenazas de muerte siempre las había recibido de parte del principal servicio de espionaje pakistaní, el ISI. La tercera y última vez que fue amenazado ocurrió en octubre del año pasado y lo puso en conocimiento de Human Rights Watch. Cuando Shahzad desapareció el domingo pasado, fue precisamente esa oenegé dedicada a la protección de los derechos humanos, y al corriente de las amenazas que recibía el periodista, la que dio la voz de alarma.
Shahzad había empezado con veinticinco años como reportero de sucesos en The Star,un diario de Karachi. Todo un bautismo de fuego, en una megalópolis donde se producen treinta y cinco asesinatos por semana, muchos de ellos de carácter sectario y político. Ya entonces, lo que lo sacó de la circulación - durante un año-no fue el gangsterismo sino la corrupción institucional, cuando denunció irregularidades en la compañía eléctrica.
Shahzad siguió viviendo a salto de mata como reportero de investigación hasta que los atentados del 11-S decantaron su labor periodística hacia Al Qaeda, los talibanes y muy en particular los turbios lazos de la violencia yihadista con el establishment militar pakistaní, en general, y con sus servicios secretos, en particular.
Siguió investigando las ramificaciones del terrorismo internacional y de los distintos movimientos islamistas y sus vínculos con el gobierno pakistaní. Profundizar en dicha maraña le ha costado la vida. Líderes de opinión del país señalaban a la inteligencia de Pakistán como principal sospechosa del asesinato de Syed Saleem Shahzad.
Medios radicales habían preparado el camino, acusándolo de portavoz de la CIA. No le favorecía que el medio al que representaba en Pakistán, el portal de noticias Asia Times,fuera un medio poco transparente. También trabajaba para el servicio en inglés de una agencia italiana, Adnkronos,había colaborado con Le Monde Diplomatique (Francia), La Stampa (Italia) y Alba (Pakistán) y actualmente lo hacía con una universidad británica. Todo ello alimentaba las acusaciones de sus enemigos que lo relacionaban con intereses occidentales.
La gota que colmó el vaso de la paciencia del ISI, o del ejército, fue el artículo colgado la semana pasada en Asia Times,en el que desmontaba la versión oficial sobre el reciente asalto "talibán" a una base de la Marina en Karachi. Una vez más, Shahzad insistía en la infiltración terrorista dentro de las estructuras del nuclearizado estado pakistaní. Según el periodista, la Marina no había tenido más remedio que detener a infiltrados de Al Qaeda hace unos meses. Y los repetidos atentados contra la institución - cuatro en un mes-eran el modo en que Al Qaeda pedía su liberación incondicional.
Esta vez, tras la publicación, Shahzad no recibió ninguna queja por parte del ISI. Un mal presagio. El domingo salió de su casa en la hiperprotegida Islamabad - había abandonado Karachi dos años antes por seguridad-camino de un estudio de televisión donde iba a comentar el artículo. No volvió a aparecer hasta el martes pasado, a más de 150 kilómetros. Su cuerpo, con signos de tortura, estaba en un canal de Mandi Bahauddin - de donde proceden tantos repartidores de butano de Barcelona-y el coche en Gujrat. Ambos son feudos de los sicarios del ejército. Su muerte confirma a Pakistán como un agujero negro para la libertad de prensa. Badar Alam, editor de la revista Herald,señaló en relación con el homicidio que "sólo significa que este país es peligroso para cualquiera que trate de trabajar como periodista".
Syed Saleem Shahzad deja esposa, tres hijos y un libro póstumo que sale estos días a la calle, en inglés, con un título inevitable: En el interior de Al Qaeda y los talibanes.
La reacción del gobierno de Islamabad a la muerte del reportero, además del anuncio del primer ministro pakistaní Yusuf Raza Gilani, de que se abra una inmediata investigación, ha sido según anunció un portavoz del ministro de Interior, Rehman Malik, autorizar a los periodistas a llevar armas. Serán expedidas autorizaciones para los periodistas que lo soliciten.
2-VI-11, J.J. Baños, lavanguardia