ŽLa costosa supervivencia del euroŽ, Joaquim Muns

El euro ha sido una construcción muy ambiciosa desde el primer momento. La introducción de la moneda única perseguía tres finalidades fundamentales: dinamizar la economía de los países que la adoptaran, de manera que se consiguieran tasas de crecimiento más elevadas; la profundización del mercado financiero de la eurozona a partir de una moneda potente y creíble; y la convergencia de tasas de crecimiento y de competitividad de los países del euro. Estos objetivos no se han conseguido o se han logrado a niveles bastante por debajo de lo que se pretendía.

Uno de los instrumentos para conseguir estos objetivos era la esperada capacidad que se atribuía a una moneda única, el euro, para someter a los países miembros a una disciplina económica capaz de sincronizar sus economías con las exigencias de una divisa fuerte y estable. Algunos países miembros del euro han funcionado con esta disciplina (Alemania, Austria, Holanda, países nórdicos) porque su cultura económica ya se ajustaba a las exigencias del euro. Otro grupo de países (Grecia, Irlanda, Portugal y España) han utilizado el euro para financiar una expansión basada en la deuda sin atender a los cambios estructurales necesarios.

La crisis financiera no ha hecho otra cosa que traer a la superficie de forma violenta esta división de la eurozona en dos grupos de países con comportamientos distintos e incompatibles a medio y largo plazo. Los mercados, que durante años consideraron, muy equivocadamente según han probado los hechos, que en la zona euro el riesgo de un bono alemán era igual que el de un bono griego, han reaccionado ante la realidad de lo ocurrido y han empezado a discriminar agresivamente entre países cuyo riesgo habían considerado que era prácticamente el mismo. Este es el error de cálculo de los mercados que está en la base de la actual crisis de la eurozona.

El detonante de este cambio de actitud de los mercados se produjo en mayo del pasado año cuando Grecia tuvo que acudir a la ayuda de sus socios de la zona euro para poder hacer frente al pago de su deuda. En ese momento, había dos opciones. Una de ellas era dejar que Grecia cayera y reestructurara su deuda con la consiguiente merma de su valor para los inversores; la otra, que los socios de la eurozona procedieran a un rescate financiero (bail-out)de Grecia. Se optó por la última de las dos opciones, que garantizaba que no habría ningún recorte de los derechos de los acreedores, y se creó un Fondo Europeo de Estabilidad Financiera (Feef) para hacer frente a otros posibles casos como el de Grecia.

Hay diversas razones por las que se optó por el sistema de rescates. Por un lado, estaba en juego la credibilidad del euro y debía evitarse que la integración europea en su conjunto sufriera los efectos devastadores del impago de la deuda de uno de sus países miembros. Por otro lado, la difícil e incompleta recuperación del sistema bancario europeo podía verse gravemente afectada si Grecia y luego otros países de la periferia europea fuertemente endeudados se declaraban insolventes. Estas son las razones más poderosas que llevaron a la señora Merkel, a pesar de la opinión contraria a los rescates del pueblo alemán, a adoptarlos e institucionalizarlos.

Estos días se cumple un año del rescate de Grecia. Desde entonces, se ha producido el rescate de Irlanda y se está negociando las condiciones del de Portugal. La primera conclusión que cabe extraer es que el rescate de Grecia no ha parado el efecto dominó que se pretendía evitar. Pero, todavía más grave, estos rescates, lejos de infundir confianza a los mercados, han desatado una creciente desconfianza. La deuda de los países rescatados no ha dejado de perder valor en los mercados o, lo que es lo mismo, el interés que se paga por ella no ha dejado de incrementarse. Estos son claros indicadores de que los planes de rescate han fracasado. Y esto ha ocurrido porque los mercados saben que es imposible, de forma simultánea, reducir drásticamente el déficit público, sanear los bancos y pagar la deuda al mismo tiempo que se somete a la economía a un severo plan de austeridad. En un artículo anterior en estas páginas (Los planes de rescate no son la solución,30 de enero de 2011), expliqué cómo este enfoque ya había fracasado en la lucha contra la deuda latinoamericana en los años 80 del siglo pasado.

En la cumbre de jefes de Estado y de Gobierno del pasado 24 y 25 de marzo, los países de la eurozona han planteado una serie de actuaciones para reforzar la cooperación económica y evitar que se repitan las divergencias de comportamiento que han sacudido los cimientos de la zona euro. Así, por ejemplo, se refuerza el pacto de estabilidad y crecimiento (PEC), especialmente incorporando un seguimiento del nivel de deuda de cada país.

En la cumbre de marzo también se decidió adoptar el llamado pacto del euro plus, que busca hacer frente a los problemas estructurales que han creado divergencias de competitividad entre los países de la eurozona. En este sentido, se pone el acento en aspectos tales como la necesidad de relacionar los incrementos de salarios con los de la productividad. El acuerdo de marzo también establece el mecanismo europeo de estabilidad (MEE), destinado a tomar del relevo del que se creó a raíz de la crisis griega, el Feef.

LA EFICACIA DE LOS ACUERDOS
La pregunta relevante es la de si estos acuerdos serán más eficaces que los rescates para lograr restablecer la confianza en el euro. Personalmente, abrigo muchas dudas de que lo sean por tres razones. La primera es la experiencia negativa de planes anteriores comparables (PEC original, la estrategia de Lisboa del 2000), todos ellos incapaces de modificar en la dirección pactada la conducta económica de los países miembros. En segundo lugar, la dinámica actual fue diseñada e impuesta por la canciller Merkel y el presidente Sarkozy, pero el futuro político de ambos es cada día más incierto. En tercer lugar, no hay suficiente apoyo de la opinión pública de los países dominantes para que la Unión Económica y Monetaria se convierta en una gran zona de transferencias monetarias entre los países que se consideran virtuosos hacia los que ven como derrochadores.

El euro se creó para ayudar y beneficiar a la economía europea. Pero si llega un momento en el que los ciudadanos perciben que el coste económico, político y social de mantener el euro supera claramente sus ventajas, hipotéticas y reales, será muy difícil que el euro sobreviva o que la zona euro permanezca en su formato actual.

1-V-11, Joaquim Muns, lavanguardia