Osama bin Laden tenía un sueño: crear un movimiento yihadista internacional, formado por voluntarios capaces de librar una guerra santa que revirtiera la relación histórica del islam con Occidente. Esta quimera descansa ahora con él en el fondo del mar de Arabia.
Al Qaeda, la organización terrorista que ayudó a fundar a finales de los años 80, es hoy un movimiento marginal, sin apenas poder político o social, que se mueve en un espacio geográfico más y más reducido. Su último atentado importante lo cometió en Argel, en diciembre del 2007, contra la sede de las Naciones Unidas, un bombazo que mató a 41 personas. Los tres años y medio que han pasado desde entonces han acentuado la fragmentación y hoy Al Qaeda está formada por grupos más o menos afines en Argelia, Iraq, Yemen y otros países, que responden a una dinámica más local que global. No están coordinados y sus líderes no prestaron juramento ante Bin Laden.
Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), por ejemplo, es un grupo empeñado en mantener abierta la guerra civil que desangró Argelia durante los años 90. Está formado por terroristas ubicados en el sur del país y se financia secuestrando cooperantes occidentales en el Sahel. Cuenta con el apoyo de las redes de contrabando de la región. Su principal objetivo es enriquecerse a costa de la violencia yihadista que sigue golpeando a la población argelina.
Sólo Al Qaeda en la Península Arábiga (AQPI) mantiene la ambición universal de Bin Laden. Anuar el Aulaki, su líder principal, es estadounidense, tiene 40 años, publica la revista Inspire y cuelga sus sermones en internet. De todos los dirigentes de Al Qaeda, es el único que domina la propaganda como la dominaba Bin Laden. Su grupo es el único con la aspiración y la capacidad de atraer yihadistas de otros países y golpear a Occidente. De sus campos de entrenamiento salió el joven nigeriano que en diciembre del 2009 intentó hacer estallar un avión comercial antes de que aterrizara en Detroit. Aulaki, con ayuda de su lugarteniente, Suleiman Abu Ghaith, diseñó el envío de paquetes bomba a EE. UU. en octubre del 2010 utilizando empresas como UPS.
Aulaki vive en el interior de Yemen, protegido por tribus locales, a la espera de que un cambio de régimen Filipinas en Saná nutra el caos que tanto le beneficia. Está muy lejos, sin embargo, de ser otro Bin Laden. De hecho, nadie en Al Qaeda puede llenar el vacío que ha dejado el líder que entregó su vida a la guerra santa.
A Ayman al Zauahiri, su brazo derecho, le falta carisma. Es un buen ideólogo y estratega que, sin embargo, se muestra ajeno a la realidad cuando aparece en los vídeos de propaganda. Además, es egipcio y los egipcios ya no tienen tanto peso como antes. Ahora son los libios y los arábigos los que manejan las riendas de lo que queda de Al Qaeda en Pakistán. Menos de cien efectivos forman allí sus filas. Los reclutas apenas sirven para mantener el volumen de este ejército que un día estuvo llamado a crear un califato desde Afganistán hasta las fronteras del antiguo Al Ándalus.
Después de los atentados de Londres, Bin Laden perdió la capacidad de dar órdenes. El acoso de Estados Unidos se lo impedía. Vivía como un ermitaño en Abbottabad (Pakistán).
Poco a poco Al Qaeda fue transformándose en una red social de grupos provincianos. Las revueltas populares del norte de África,los millones y millones de personas que reivindican más libertad y menos corrupción, las masas que Bin Laden pensaba radicalizar, le han dado la espalda.
Los dirigentes de Al Qaeda aún disponen de suficientes suicidas para sembrar el terror en Iraq, de piratas para abordar buques frente a las costas del cuerno de Áfricay de contrabandistas para secuestrar a europeos y americanos en el Sahel. Hay células durmientes en España, Alemania y otros países europeos, pero su motivación para cometer atentados ya no va a ser la misma ahora que han perdido al símbolo que les había prometido el paraíso en la tierra.
4-V-11, Xavier Mas de Xaxàs, lavanguardia